miércoles 24 de abril del 2024

Intimidades de la concentración

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La primera impresión que sentí no bien pisé Pretoria es que me habían dado vuelta la ciudad: eso de manejar con el volante a la derecha y circular por el carril izquierdo cambia noventa grados la perspectiva del conductor y requiere de una habilidad que todavía no tiene ninguno de los argentinos que me crucé en este país, que dentro de unos días será el centro del mundo. Cada uno de los que nos animamos a manejar somos prácticamente principiantes. Entonces sucede que, por lo menos entre los periodistas, sea un tema obligado hablar de choques, raspones y espejitos rotos.

Por fortuna, esa inquietud que provoca el tránsito entre los argentinos que llegaron para ver o para trabajar durante el Mundial es ajeno al plantel de la Selección que concentra en el predio de la Universidad de Pretoria. El contraste es notable: puertas adentro, todo es armonía. Los jugadores argentinos –y esto es lo que verdaderamente nos debería interesar– están contenidos, armaron un grupo homogéneo y la convivencia es espectacular. Tuve el privilegio de compartir unas horas con ellos en el complejo deportivo y aunque ninguno lo dice directamente, hay algo que evidencian en cada gesto: saben que están frente a una oportunidad histórica y que no la tienen que dejar pasar. Pero lo mejor es que esa instancia no los presiona: enfrentan el momento en medio de un clima distendido, ideal para fortalecer al grupo.

Jonás Gutiérrez es el que más suma para que sus compañeros esquiven la ansiedad. Es el más simpático, el típico buena onda de todo grupo. Aparece en cada rincón de la concentración, habla con todo el mundo y, además, es el encargado de musicalizar. Pone salsa, vallenato y algo de cuarteto. Cuando Tevez se lo permite, claro, que se esmera en hacer lobby para que acepten los temas de Piola Vago, la banda de uno de sus hermanos.

El mate es responsabilidad de Verón. Anda por todos lados con un termo y un mate profesionales, forrados en cuero. En este grupo, la Brujita es el capitán sin firma. Y lo sabe. Por eso comparte la habitación y casi todo el tiempo con Messi. Aunque también lo padece: en la PlayStation Verón apenas le pudo empatar un solo partido, y lo festejó como si estuviera en el Obelisco.

Walter Samuel y Diego Milito son los más introvertidos del grupo y andan siempre juntos. Mario Bolatti y Javier Pastore, que se conocen de Huracán, también formaron una dupla irrompible. El Kun Agüero, además de romperla con la Play, es el único que usa la red social Twitter. Gracias a sus mensajes, todo el mundo se entera al instante en qué anda el grupo. Le pregunto sobre eso:

—¡Kun, querido, cómo le das al Twitter...!

—¿Qué, tiene algo de malo? ¡Son para la gente, para que sepan lo que hacemos! Y para que se sientan más identificados con la Selección...

Además de volver loco a todo el mundo con Piola Vago, Tevez está feliz. En cada gesto demuestra confianza, como si estuviera convencido de que va a ganarse un lugarcito entre los titulares. Palermo es otro de los que irradia satisfacción: disfruta cada momento como si se tratara de la escena final –la más épica, la más gloriosa– de la película de su brillante carrera.

Maradona está pendiente de todo, como lo estuvo el Narigón en México 86. Diego está feliz con Angelito Di María: le habla, lo felicita, lo aconseja cuando hace falta –junto con Messi, claro– el más mimado. Bilardo, en cambio, está obsesionado con que los dirigentes que vinieron junto a la delegación tengan mucho contacto con los jugadores.

Acá, en el predio de Pretoria, los jugadores coinciden en que los días se pasan mucho más rápido de lo que imaginaba antes de partir desde Buenos Aires. Mientras afuera algunos hinchas ansiosos hacen barullo entre móviles de televisión y periodistas argentinos que improvisan una parrilla con unos trozos de carne, adentro hay tranquilidad. La convivencia es ideal. La mística está en marcha.