jueves 28 de marzo del 2024

El último blues

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“Creo en las palabras de los primitivos germanos: todos los dioses tienen que morir.” Friedrich Nietzsche (1844-1900), en “El origen de la tragedia” (1871)

Oliver Hardy tenía 57 años y nada en los bolsillos cuando el maldito John Wayne le tiró un papelito secundario en The Fighting Kentuckian, filmada en 1949. Allí se lo ve al pobre Ollie con un ridículo gorro de piel en la cabeza, algo ajado y con la dignidad pisoteada, pero todavía disfrutable. Dos años más tarde, y muy enfermo del corazón, pudo filmar la última con Stan Laurel: Utopía. Qué bueno: a veces hace falta más que un bruto héroe americano y la necesidad para borrar tanta historia.

Ver a la Mole Moli ejerciendo de comicastro de varieté no es muy diferente a su versión de boxeador. Nunca fue más que eso; un muchacho tosco, simpático, con mucha audacia y una total falta de pudor. El caso de Primo Carnera –otro invento que fue campeón en los años 30 y cuya triste historia inspiró el guión de Más dura será la caída (1965), la última película de Bogart– fue bien diferente. En 1963, pobre y con problemas de salud, llegó a Buenos Aires para ganarse unos pesos como catcher en la troupe de Martín Karadagian. Fue patético. El viejo gigante italiano no tuvo baile ni sueño.

Ni ellos, ni el Houseman post Huracán o el Corbatta de San Telmo, podrían compararse con el Maradona otoñal del Showbol, o como llamen ahora a ese paso de comedia con panzas gloriosas y pelota. Su virtuosismo en guerra desigual contra los años y los errores cometidos, se acerca más al agónico y genial Montgomery Clift de El juicio de Nüremberg (1961), al que hacían improvisar en el set porque ni siquiera podía recordar la letra. No hay caso: el tiempo es un ladrón.

Como Verón años atrás, Guillermo Barros Schelotto regresó al club que lo vio nacer para cerrar el círculo de su vida deportiva. El reencuentro no se da en el mejor momento ni de uno ni del otro, pero eso a nadie debería importarle. Al Mellizo no lo esperan vueltas olímpicas ni festejos, pero sí el amor incondicional de los suyos. No es poco, eso.

La inevitable comparación es más absurda que injusta y no sólo por los resultados. Verón podía haberse quedado en el Inter ganando títulos y millones, pero eligió volver para cumplir un sueño imposible y freudiano: superar al padre, una gloria del club. Y lo logró.

No es el caso de Guillermo, que vuelve de una liga poco competitiva y difícilmente pueda marcar la diferencia. Pero allí estará. Impondrá presencia. Jugará “de boquilla”, su especialidad. Hará su show. Influirá a rivales, árbitros y periodistas. Su final no podrá ser triste, aunque pierda. Recuerden esto, muchachos: lo que hace historia es el primer paso de un valiente, jamás el último.

Ariel Ortega, harto de la piedad perdonavidas de los otros, quiere jugar. Es comprensible. Es lo que sabe hacer y cuando el físico le responde, lo hace bien. Por lo que se ve, su cuerpo, como el de Maradona, es capaz de resistir las peores agresiones. Estaba tentado de decir “por suerte”, pero no. Es que la omnipotencia, más temprano que tarde, se paga; con intereses leoninos y de un tirón, colegas. No hay piedad. Con nadie.

“Hay almas incurables y perdidas para el resto de la sociedad. Suprimidles un medio de locura, ellas inventarán diez mil otros”, dice Artaud en La liquidación del opio. El tema, acá, es el respeto, la libertad, la comprensión del otro. ¿Ortega no se cuida? ¿No puede jugar? Pues que no juegue y ya. Basta de hipócritas arengas para “cuidar al ídolo” reclamando encierros y controles severos. Aj.

Bien, lo diré: los que dicen pensar en el ser humano antes que en el jugador, mienten o se distraen. La polémica sobre el alcoholismo de Ortega la impone su éxito, su condición de crack. Archubi todavía debe trotar solito por River, después de haber dado positivo por consumo de cannabis, sin que nadie pierda un segundo de su vida en analizar su problema, si es que lo tiene. Otra vez… Creo que voy a vomitar.

Palermo sigue para batir récords, y Almeyda volvió por un detalle que alguna vez me reveló Sergio Palma. “Yo no soy ningún ex boxeador: yo soy un boxeador que está viejo para seguir peleando.” Almeyda sí tuvo el cuerpo y el alma para pelear y hoy es el líder de su equipo. Brindo por él, y por gente como Foreman, Johnny Winter, el cabrón de Luis Aragonés o Nelly Omar, que va a cumplir 100 años y ahí la tienen, todavía cantando. Chapeaux.

Sí, ya sé: lo de Ayala no funcionó. Como el último Passarella, volvió y quedó pagando ante los piques furiosos de los más jóvenes. ¿Y? En el fútbol y en la vida, se gana y se pierde. Es la ley. ¿O acaso es mejor pasar al bronce en el momento justo, como Alonso, y sufrir cada segundo por no seguir? No. Al menos yo prefiero a los que se retiran en cámara lenta, como Vilas, que jugaba para ser él. Nada menos.

Celebro a los que son capaces de dar su cien por ciento, compatriotas. Me quedo con los que quieren estar, siempre, no importa en qué lugar de la fila. Y mucho más con los que dejan la vida, literalmente, si el partido es el de todos, el que importa; ése, el que vale todas las penas.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil