jueves 28 de marzo del 2024

Presos que aprenden a impartir justicia

En la Unidad Nº9 de La Plata funciona un programa que capacita a los internos para que trabajen como árbitros. Luis Oliveto está al frente de las clases. Galería de imágenes. Galería de fotosGalería de fotos

442

Acá todo es lo que parece: en una cárcel no hay espacio para las metáforas. Esta pesada puerta gris, de metal, invulnerable, es eso: una pesada puerta de metal gris e invulnerable. Esos cuatro enrejados de metal con candado que parecen indomables, lo son. Y si para cruzar esa puerta y esos enrejados es obligatorio dejar documentos y teléfonos en la entrada, ahí los tenés, no me los pierdas. Acá, en la Unidad Nº 9 de La Plata, todo es lo que parece. No hay metáforas: estás adentro o estás afuera.

Y es adentro, claro, donde ocurren las cosas. Es después de atravesar esa puerta y esos enrejados que aparece el aula donde un ex árbitro con nostalgia hippie se para frente a 17 presos para explicarles el reglamento del fútbol. Entonces sucede: los reclusos escuchan, piensan, hacen preguntas, debaten, arriesgan hipótesis. Ahora, y por las próximas dos horas, no habrá nada que les importe más. Y ninguno repara en lo obvio: ellos, que cayeron por no respetar las reglas de juego, están incorporando normas que tal vez en algún momento deberán hacer cumplir.

El ex árbitro con nostalgia hippie es Luis Oliveto, y junto con Luis Belatti, otro ex árbitro pero más formal, le puso la cara al programa Deporte por Penales que impulsó la Secretaría de Deportes de la Provincia de Buenos Aires. Se trata de un curso de nueve meses, dos veces por semana, con diploma y todo. Los egresados –cuando salgan, obvio– estarán habilitados para dirigir partidos de ligas locales y hasta de los torneos Argentino B y C. “La salida laboral –asegura el ex árbitro hippie–, es inmediata.”

Penal. Si no fuera por el guardia que controla la puerta, el aula no sería muy distinta a la de una escuela nocturna. Hay pupitres, un pizarrón verde, un escritorio, docentes parados, alumnos sentados, cuadernos y libros. Los muchachos tienen entre 30 y 40. Usan mucho jogging y tatuaje. Hay dos que delatan algo: uno, sentado en el primer banco, tiene la camiseta alternativa de River, y otro, el escudo de Gimnasia bordado en el pantalón.

–Supongamos que el arquero de River, Chichizola, está aburrido de atajar, le da el buzo a Ferrari y él se pone la camiseta. Entonces un rival patea al arco y Ferrari la manotea por encima del travesaño. ¿Qué debería cobrar el árbitro?– Oliveto sabe que aunque el ejemplo es absurdo va a lograr lo que busca: debate.

—¡Penal! – sentencia uno, que no tiene la casaca de River.

—¡Penal y expulsión! –amplía otro.

—¿Por qué? – se encima un tercero–. ¡Es córner!

El ex árbitro modera la discusión, hasta que al final ofrece la solución del dilema.

–Es córner, porque la pelota la saca el jugador que tiene puesto el buzo de arquero. En todo caso, el árbitro los puede amonestar porque cambiaron el puesto y la ropa sin avisarle, pero no por la jugada. Imagínense que sería un papelón que cobre un penal... ¡por mano del arquero!

La clase se acaba. Los alumnos quieren estirar el toque de un timbre que nunca va a sonar. Alguien pregunta por la expulsión de Zidane en la final del Mundial de Alemania. La clase sigue. Oliveto menciona al intercomunicador que salvó a Horacio Elizondo del papelón y la charla deriva en el uso de la tecnología para resolver diferencias arbitrales. La postura del ex árbitro es clara: el cablerío no le cierra. Dice que seguramente habría partidos de Primera con ocho cámaras que registren todo, pero que en los encuentros de las categorías más bajas del ascenso no pondrían ni una. “Se implementaría una Justicia para ricos y otra para pobres”, dice. Y lo dice dentro de una cárcel.

Lobo suelto. El muchacho con el escudo de Gimnasia bordado en el jogging se llama Ezequiel, tiene 31 años y hace más de tres que está en la Unidad Nº 9. Dice que es fanático del fútbol, que jugó de cuatro en las inferiores del club Porteño, de Ensenada, y que su ídolo es el Pupi Zanetti. Y aunque le faltan dos meses para salir en libertad se anotó en el curso de arbitraje. “Está bueno esto, lo tomo como un desafío. Es hacer algo que nunca hice en mi vida”, dice. Y cuenta que cuando los presos vuelven a los pabellones el tema sigue: “Discutimos el reglamento, desarrollamos jugadas imaginarias y cobramos lo que nos parece que fue”.

A pesar de que recién lleva cursadas tres clases, Ezequiel reconoce que ahora cuando mira los partidos por televisión repara en el desempeño de los árbitros. Las lecciones que recibió de la dupla Olivetto- Belatti fueron pocas, pero le sirvieron para cambiar insultos por gestos de comprensión. Y sorprende: “Si un penal existió, felicitaría al árbitro que lo cobrara aunque fuera en contra de Gimnasia”.

Prontuarios. Por esta cárcel de máxima seguridad pasaron Gustavo Prellezo, Los Horneros, el Gordo Valor, la Garza Sosa y Marcelo Brandán Juárez, el jefe de los Doce Apóstoles. Por estos pasillos caminó hace unos años el odontólogo Ricardo Barreda. De acá se fugó Robledo Puch en el ’73. La Unidad Nº 9 funcionó también como centro clandestino de detención durante la última dictadura militar.

Pero eso ya es historia. Como es historia también la pesada puerta gris de metal, los enrejados y los 1.328 presos que esperan que el tiempo se acelere. Ahora, de este lado, Oliveto trata de ponerle palabras a su iniciativa: “Yo tengo amigos que estuvieron adentro y cuando salieron fue imposible que consiguieran trabajo. Nadie quiere tener al lado a alguien que estuvo en cana. Entonces me di cuenta que en el único lugar donde no te piden antecedentes de ningún tipo para laburar es como árbitro. Lo único que te preguntan es: ‘¿Tenés el pecho fuerte para bancarte la que se venga?’”.

El ex árbitro de pelo largo explica que los que salgan pueden trabajar con ellos en partidos de ligas locales, que si dirigen sábados y domingos cobrarían hasta dos mil pesos por mes. Apura el cortado y saca un papel: son unos versos que escribió a partir de su experiencia docente en la cárcel. Los llamó Algo interno, y les pone voz a los presos: “No tengo que darle gracias a nadie /no pretendo amor o falso cariño / hoy dispongo de una oportunidad / esa que merecí desde niño”.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

Galería de imágenes
En esta Nota