viernes 29 de marzo del 2024

Murga y Sandokán, el tigre de la malaria

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“El fanatismo es a la superstición lo que el delirio a la fiebre, lo que la rabia a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que toma el sueño por realidad y su imaginación por profecía, es un fanático noviciocon grandes esperanzas; pronto podrá matar por el amor de Dios.” De ‘Fanatismo’, capítulo del “Diccionario Filosófico” (1764), escrito por Voltaire (1694-1778).

No hace mucho, Carlos Abdo parecía uno de de esos empresarios exitosos que, ya sin problemas de dinero, arremeten en busca de fama o poder, las drogas más adictivas de estos tiempos. Hoy es un hombre abrumado, solo; con un rictus de angustia que ni su imponente bronceado logra disimular. El barco se le hunde y no hay ni un centavo en la caja. Los que lo conocen juran que está arrepentido de haberse metido en “semejante ambiente”. Qué cosa. Otro traicionado por su profunda vocación de servicio.

San Lorenzo no podrá jugar hoy, ni siquiera a puertas cerradas. Lo prohibió el Comité de Seguridad. Más de un jugador quisiera salir corriendo del club, si pudiera. La cosa está brava, de verdad.

Abdo, lo aclaro por las dudas, no es un físico cuántico ni un epistemólogo. No cayó del cielo lleno de buenas intenciones en medio de un planeta desconocido y hostil. Conoce el mundo del fútbol. Su empresa Estática Internacional –hoy en manos de su hijo– comercializa nada menos que la publicidad en todos los estadios. En tiempos de Savino, además, invirtió en los pases de Aureliano Torres, Bordagaray, Chaco Torres y Menseguez. Y hasta produce en América, el canal del novio de Pamela, Sin codificar, el bizarrísimo programa de Korol. Quizá no sea Freddy Krueger muchachos, pero Blancanieves, seguro, no es.

Tampoco creo que Bottinelli sea Tosco. Aunque, se nota, no parece ser un tipo que se deje avasallar así nomás. Era el capitán. Dejó de serlo después de no ir a la pretemporada por la falta de pago. Lo quería Racing, pero la Sampdoria exigía un dinero y… chau pase. Se quedó, mascullando bronca.

El temperamento lo traiciona. No debió haberle hecho esos gestos a la platea que lo insultaba. Pero no por una cuestión de respeto, ojo. Al contrario: para no caer a la misma altura que esa multitud de energúmenos que, en nombre de la pasión, se creen con derecho de gritar cualquier barbaridad si se pierde.

Esa clase de verdugo-babeante terceriza. Aplica el correctivo mediante la barra, su “vanguardia”. Es ella quien, entre negocio y negocio, “hace justicia”. Si se gana, la basura quedará debajo de la alfombra. Y todos contentos.

Pablo Migliore es un buen arquero. Intimida, por personalidad y presencia física. Se hace líder con facilidad, cuentan. Habla con todos: dirigentes, hinchas, periodistas, barras. Con otros guantes –en Racing hizo mucho para alentar la práctica del boxeo–, sería un interesante peso crucero. O un pesado más, saltando sobre el paravalanchas. Algo así le deslizó hace un par de años, serio, sincero, didáctico, a Pablo Podestá, el vice académico, mientras negociaban una cláusula de su contrato. No hubo arreglo. El arco quedó vacío, pero Podestá, glup, respiró aliviado.

Se detestan. Botinelli está seguro de que Migliore “lo entregó” a sus amigos, los barras. Se lo gritó en la cara. Para qué. Hizo falta una multitud para separarlo del rubio. Asad y Gigliotti, que no son libélulas, volaron por el aire intentándolo.

El líder de esos “amigos” es Cristian Evangelista, a quien, por alguna razón, llaman Sandokán, como El Tigre de la Malasia de Salgari. Menos exótico, nuestro Sandokán prefiere la murga a la piratería heroica, al menos formalmente. En 1998 fundó una, a la que bautizó Los chiflados de Boedo. Hombre comprometido con sus ideas, militó sin descanso a favor de la causa de la reinstauración del feriado de Carnaval. Lo logró, por fin, el año pasado. Hasta tuvo su foto con Cristina, que se probó uno de sus sombreros de tela plateada, lentejuelas y cortinita de flecos. Día de gloria.

Al cielo del poder arribó a fines de 2010 cuando, en un asado, el Gordo Ito y Cacho, capos históricos de La Butteler, le entregaron la banda, metafórica y literalmente. Ya jefe de la pyme, hace un par de semanas y en medio de un tsunami de renuncias, abogó por “la unidad de la familia sanlorencista” en el programa de Mariano Closs. Parecía Churchill.

Después de la derrota contra Godoy Cruz, lo vieron con Abdo. “Me dijo que un amigo suyo quiere participar en las obras del camping”, improvisó el presidente. Nadie le creyó. Lo que dejó, susurran, fue un apoyo “por el momento”. El crédito vencía contra Arsenal. Perdieron. Y hubo bardo, obvio. Dura lex.

¿Qué puede pasar? Nada. Los barras volverán a apretar. Hoy, por ejemplo, toca Di Zeo en la Boca. Nadie conoce a nadie, las denuncias se cajonean y sólo pagan los perejiles. Ay. Mientras ruede la pelotita, una noticia tapará a la otra.

La ridícula excusa de la pasión legitima la ley de la selva en un mundo dominado por mafiosos, oportunistas, monos con navaja y ladrones de cualquier pelaje. El fútbol, más allá de lo que culturalmente signifique para la masa, es un negocio cada vez más podrido, compatriotas.

Y así seguirá, parece.

Que viva el Carnaval.