“Si gana, mejor, pero lo que me gustaría es que haga un buen papel”. Son las 12.30 de un día caluroso en Tandil y Héctor Pico Mónaco habla con cautela sobre la final de la Copa Davis que Juan jugará este fin de semana en Sevilla, donde Argentina definirá contra España quién se quedará con la Ensaladera de Plata. Sentado en un sillón de la casa de Piquito -el tenista-, Pico -el original-, recibe a 442 y repite, cada vez que puede, que más allá de los éxitos deportivos -siempre bienvenidos- lo verdaderamente importante es ver cómo su hijo deja todo en la cancha. Y disfrutarlo.
“La final de la Copa Davis la voy a vivir con expectativas, y tomando las precauciones del caso. Si ganan bien y si no, jugaste una final”, explica, y asegura que verá los partidos con Cristina, su mujer, en Tandil. “En 2008, cuando se jugó en Mar del Plata, fue complicado. Hay una cosa que siempre le digo a Juan: nunca vi hasta ahora ganar a nadie sin jugar. Aquel entonces estaban todas las posibilidades para ganar y se perdió. Ahora tenés un 70 por ciento de chances de perder y un 30 de ganar. Además, convengamos, estás jugando la final, no perdiste en primera ronda”, dice en referencia a la nueva chance argentina de ganar la competencia por equipos más importante del tenis.
Perfil bajo. Para los Mónaco -Héctor, Cristina y los hermanos de Juan, Mara y Andrés-, nada cambió desde que Piquito alcanzó una alta exposición por su carrera como tenista, y la decisión de convertirse en un profesional fue puramente suya. “Nunca le exigimos nada, ni nos metemos en su carrera”, dice Pico. Cuando a los 15 años Juan decidió viajar a Estados Unidos para perfeccionarse, tuvo todo el apoyo de sus padres y la ayuda económica de pequeños contratos que le sirvieron para su manutención. El balance, doce años después, es positivo. “Salió bien, ha hecho lo que le gusta, vive de lo que le gusta, es un buen chico y tiene buenos amigos. ¿De salir mal qué hubiera pasado? Lo habríamos apoyado en lo que él quisiera hacer”.
Rara vez se los ve a los Mónaco alentando desde la platea de una cancha. No viajan para seguir los pasos de Juan, aunque en Buenos Aires alguna que otra vez lo fueron a ver jugar. “Él está trabajando, no es que está de paseo. Y no es que uno moleste pero si estamos él se preocupa, entonces le quito el foco de lo que está haciendo”. Por lo pronto, entonces, Héctor mira los partidos por televisión. Sin embargo, una promesa del número 27 del mundo aún está pendiente, y Héctor no la olvida: “Me dijo ‘quedate tranquilo que el último año que juegue te llevo a todos lados’. Bueno, perfecto. Ahí cumplí tu palabra porque si no…”, agrega, y se ríe. “Nos vamos a tomar un año sabático”, confiesa, como disfrutando de lo que se viene.
¿Y cómo es entonces mirarlo por televisión? Para Pico, con el correr de los años esa pequeña ceremonia se modificó. “Al principio uno decía ‘pero qué pelotudo, mirá el partido que pierde’. Ahora lo miro y ¿sabés qué hago? Lo disfruto. Gane o pierda. En el US Open jugó con Federer. Lo mató. Pero está jugando con el mejor de todos los tiempos. Y es él el que está enfrentando a este tipo. Cómo no voy a disfrutarlo”. Es que para Pico el orgullo viene por otro lado: “Juan da todo. Es profesional, va, viene, corre, mete, y eso se nota”.
La serrana, tierra de tenistas. Mariano Zabaleta, Máximo González, Diego Junqueira, Juan Martín del Potro. Claro, también Juan Mónaco. Todos surgieron del mismo club, Independiente, y muchos de ellos corren con una ventaja: se contienen durante los torneos y son amigos. Para Pico no es casual: gran parte del mérito se debe a la formación que brinda el club. Y en particular menciona a Marcelo el Negro Gómez, hombre fundamental en la formación de Juan.
Aún así, la cantidad de tenistas tandilenses en el circuito profesional surgidos de una ciudad de 150 mil habitantes no deja de llamarle la atención. Ni a él ni a muchos otros más. “Juan siempre me cuenta que una vuelta estaba cenando con Davydenko y Safin y en un momento le preguntan ‘¿cuántos millones de habitantes tiene tu ciudad?’. La respuesta los dejó sorprendidos. ‘En Moscú nosotros tenemos un solo tenista, cómo puede ser que de una ciudad de 150 mil salgan seis tipos. Imposible”.
Pico, Piquito y una historia del '40. El apodo de Mónaco hijo, ya es obvio, llegó a su vida por transferencia paterna. Héctor, quien no responde a su nombre de pila cuando le gritan en la calle, cuenta que su padre, médico de la aeronáutica, debió viajar luego de la Segunda Guerra a Inglaterra con un grupo de pilotos que fue a buscar 250 aviones Gloster que Perón había comprado. Su madre, embarazada, esperaba a su padre de vuelta para el momento del parto, pero, ansioso, él llegó al mundo dos meses antes. “Pesaba un kilo trescientos, no lo podés creer (se ríe). Entonces me daban de comer con un pico. Para identificarme en el hospital decían ‘el nene del pico’. Y quedó”.
La herencia se dio porque a Juan, primer hijo varón del matrimonio Mónaco, cuando iba al club de pequeño lo reconocían como “el hijo de Pico”. Piquito le decían, aunque ahora la referencia para muchos se haya invertido y sea el Pico original el “padre de”. El único momento de posible confusión se da, cuenta Héctor, cuando llaman por teléfono y piden por Pico. “¿Con cuál querés hablar, con el grande o el chico?”, suelen preguntar. “Claro”, dice con una sonrisa, “en general es para el chico. Y si es femenino seguro es para él”.
El Pincha, una pasión. Semillero de tenistas, Tandil también ha sabido dar al mundo una importante cantidad de futbolistas profesionales. Y el amor de Juan por Estudiantes tiene más que ver con el apellido Romeo que con el gusto de su padre, hincha de River Plate. “Yo soy muy amigo de Daniel y Carlos Romeo. Carlos es el papá de Bernardo. Cuando Juan tenía 10 años Carlos lo empezó a llevar a ver a Estudiantes porque ahí jugaba Bernardo. De ahí le agarró la pasión por Estudiantes”.
Planes de fin de semana. Mientras en España los entrenamientos del equipo argentino perfilan a Juan como el singlista que el primer día deberá enfrentar a Rafael Nadal, Pico -el original- se prepara para ver el partido de Piquito contra, seguramente, el mejor jugador sobre polvo de ladrillo de los últimos tiempos. Se sentará frente a la tele, con su mujer, a disfrutar. No es para menos, gane o pierda, Juan será siempre para él su hijo, ese muchacho que a los seis empezó a jugar al tenis y que hoy trabaja duro para poder traer a casa la ansiada Ensaladera de Plata.
(*) De la redacción de 442



