martes 16 de abril del 2024

El coleccionista vs. el energúmeno renunciador

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“Una única cosa le he pedido a Dios, una nimiedad: ‘Oh, Señor, haz ridículos a mis enemigos’. Y Dios me la concedió.” 

De Voltaire (1694-1778), en una carta a Jean Le Rond d’Alembert.

Al final el tipo se dio el gusto y logró cambiarle el nombre a la calle, que dejó de llamarse Almirante Cordero y pasó a homenajear a su ídolo, el hombre que arruinó mi adolescencia racinguista: Ricardo Bochini.

Javier Cantero, un obsesivo coleccionista, tampoco paró hasta encontrar una copia inédita del golazo que le hizo a la Juventus en la Intercontinental de 1973. Acaso el hombre pretendía ser recordado sólo por esos simpáticos gestos de fan incondicional, pero el destino, o acaso el espantoso estado en que dejaron el club, lo obligaron a un cambio de planes. Y pasó de “cuatro de copas” –como él mismo se definió en charla con PERFIL– a presidente en tiempo récord.

Lo primero que encontró, obvio, fue una caja vacía y una enorme pila de deudas. La misma historia contó Abdo y tantos otros que, por alguna extraña razón, mueren por sentarse en esa silla eléctrica y repetir la historia. Así es, acá.

Protagonizó, eso sí, una pieza única del absurdo, digna de Ionesco o Alfred Jarry. El jefe de la barra, cuyo nombre o apodo no recuerdo –Vivo, Bebe, Bobo, algo así–, lo visitó para presentarle su “renuncia indeclinable” al cargo. ¡Jah! ¿No es… desopilante?

El muchacho, que durante la anterior gestión además de administrar su pyme oficiara de virtual jefe de personal decidiendo, entre otras cosas, el despido de Mohamed, intentó imponer condiciones, pero Cantero lo recibió con una frase que, se ve, lesionó su fina sensibilidad de caballero. “No hay un mango”, le dijo. Chau. La guerra estaba declarada.

El jueves comenzaron las hostilidades contra San Lorenzo, en Mar del Plata. Hubo banderas y un hit. Unos versos de enorme hondura e intensidad que cantaron toda la noche: “Yo no soy mercenario/ yo me pago la entrada/ yo puteo a Cantero/ porque no vale nada”.

¡Wow! Mallarmé, un pelotudo.

Imposible no ponerse del lado del nuevo presidente. Decirlo ahora es fácil y políticamente correcto. Habrá que ver si la gente es capaz de sostenerlo en su política de austeridad y con un equipo que no ilusiona a nadie. Será una interesante prueba para medir la capacidad de comprensión y tolerancia del hincha.

No soy optimista, lo siento. Si las victorias no llegan y el promedio empeora, este escenario idílico cambiará. No es desconfianza. Es empiria pura. El fútbol, con la excusa de la pasión, convierte a demasiada gente en monos con navaja. Y suelen usarlas.

Ninguna barra está sola. Por encima de ellos, que circulan por la vida con abogados y más custodios que Fort, existe siempre un poderoso que los protege. Gente con dinero y paciencia. “No hay nada peor que un burgués asustado”, decía Jauretche, que por suerte nada supo de la estúpida furia que se apodera del alma del hincha cuando llega la mala. Bánquenlo a Cantero, muchachos, o resígnense al caos y a los vivillos que sólo buscan la moneda. Resistan el impulso de gritarle: “¡Esto es Independiente, eh…!”.

Porque esto es, hoy. Lo que se ve. Y da pena.

Las cortinas de las fábricas de Avellaneda empezaron a cerrar con la última frase del discurso de Martínez de Hoz, el 2 de abril de 1976. Otra condena a muerte, muy al estilo de la época. La decadencia comenzó, lenta, agónica, imparable. Para los dos clubes.

Alcanzó para florearse en los ochenta, con el Independiente de Marangoni, Bochini y Burruchaga y el Racing de Basile, Rubén Paz y Fillol, el equipo que ganó la Supercopa y dos torneos cortos cuando no eran “campeonatos”. A partir de ahí, fue cuesta abajo. Chispazos, el orgullo de la convocatoria: poco más.

El Boca hegemónico de Macri y el River pre-Aguilar fueron las grandes estrellas del menemato y se convirtieron en una aristocracia inalcanzable.  Avellaneda se volvió un suburbio marginal y San Lorenzo, exiliado de Boedo, fue Camboya y hoy, abismo. Mientras tanto, una nueva burguesía se impuso. Vélez. Un club que hoy debe ser, institucionalmente, más que Independiente y Racing  juntos. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, decía el catalán.

Los últimos títulos, el del Racing gerenciado de 2001 celebrado en la peor semana del siglo, y el que Independiente “compró” en 2002, según el tragicómico sincericidio de Ducatenzeiler son, al menos, olvidables. Como la Sudamericana 2010, la Malvinas de Comparada, si me permiten el exabrupto. Su última chance de vender espejitos de colores y mantener el poder. Salió mal.

Hasta hace unos meses, Cantero y Cogorno eran dos desconocidos. Hoy presiden dos clubes históricos con realidades diferentes. Racing mantuvo, cosa rara, un equipo top. Ignoro si lo consiguió, como dicen, gracias a la “banca” de Máximo Kirchner o sus allegados. No lo sé y, aunque descreo de cualquier secreto a voces, tampoco me animaría a negarlo. Lo que sí está probado es que a los clubes “del gobierno” les fue pésimo. Racing perdió 10 de los 19 partidos del torneo Néstor Kirchner que se suponía “debía” ganar y Gimnasia, el club de la madre de Cristina y el Quilmes de Aníbal se fueron al descenso. Oh, no. ¿No será mufa esta gente? ¡Que el Altísimo no lo permita!

Quizá Molina sea un gran administrador y Cogorno, su Camporita, una revelación. Tal vez Racing recupere su gloria perdida. Y, quién te dice, Cantero, el cholulo inofensivo que se atrevió a mojarle la oreja a esos energúmenos con pasaporte, gane esa guerrita de morondonga, ordene el club y lo coloque en el lugar que se merece.

Eso sí, Cantero. Los clásicos los ganamos nosotros, eh.

Será justicia, como dicen los panelistas de Mauro Viale cuando salen de la tele y trabajan de abogados.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.

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