miércoles 24 de abril del 2024

Mancini, la gran pesadilla de Tevez

El DT del City, que se autodefinió como un "genio", es un maniático del fútbol que a veces insulta a sus jugadores. Perfil de un supersticioso.

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Alex Ferguson vestía una falda escocesa, camisa blanca, esmoquin y moño para festejar sus 25 años como entrenador del Manchester United. Durante la cena –a la que asistieron desde Bobby Charlton hasta Fabio Capello– alguien le preguntó si llevaba la cuenta de los entrenadores que habían pasado por el Manchester City desde 1986. “Sí: 14”, sonrió, satisfecho. “Aunque –se sinceró enseguida, según reconstruyó el periodista Daniel Taylor en The Guardian– desearía que fuesen 15.” No era para menos: 11 días atrás, su equipo había caído 6-1 en Old Trafford con el Manchester City que dirigía Roberto Mancini.

Es Mancini, italiano de 47 años, el personaje de esta historia. Un entrenador que se definió –en el programa Le Iene, de Mediaset, el imperio televisivo de Silvio Berlusconi– como un “genio” y que guía al Manchester City hacía un título que no consigue desde la temporada 1967/68. Siempre y cuando, desde ya, no se interponga el Manchester United, que lo sigue a sólo dos puntos. “Lo que me preocupa –reconoció Mancini en una entrevista publicada el 5 de enero en Mail on Sunday– es que, como decimos en Italia, el brazo nos pueda quedar corto, avere il braccetto. Es lo que sucede cuando un tenista se enfrenta a Roger Federer: va dos sets arriba pero no es un jugador top y al final no lo puede vencer. Pierde. Ese es mi miedo a veces. Porque el Manchester City no es el Barcelona. Ni el Manchester United. Los futbolistas que juegan en equipos así, están mentalizados para ganar. Nosotros no.”

Obsesivo y gruñón. A Mancini no le interesa la política como al mismísimo Ferguson, militante del Partido Laborista, ni la crisis en Europa, como a Arsene Wenger, economista e ingeniero. En una entrevista, se le pidió que nombrara a tres personajes históricos a los que invitaría a cenar: “Eh... eh... Paolo Mantovani (presidente de la Sampdoria, club para el que Mancini jugó durante 15 años, fallecido en 1993)... eh... eh... el Papa... y... y... y... Sheikh Mansour (dueño del Manchester City)”.

Juega al tenis, anda en bicicleta, viste trajes Armani, idolatra a Sean Connery en versión James Bond, lee a John Grisham y sigue la telenovela Coronation Street para perfeccionar su inglés, pero lo que lo apasiona es el fútbol. Mejor, lo que lo obsesiona: su ayudante de campo, David Platt, compañero de él en la Sampdoria, confió en el Mail on Sunday: “No pasa un segundo sin que piense que un error que cometió el equipo era evitable”. También es un obsesivo, mal, en su vida: según relató Platt, cuando a alguien, incluso a él, se le cae una gota de vino mientras cenan, Mancini se moja un pulgar y un índice y se los pasa, cual perfume, por atrás de las orejas para “que no traiga mala suerte”.

Mancini es, por inconformista, muy exigente. Ejemplo: el último 10 de septiembre, cuando Sergio Agüero marcó tres goles ante el Wigan, sus compañeros le firmaron la pelota con dedicatorias. “Magnifique!”, escribió el francés Samir Nasri. “No necesitás hablar en inglés para hacer goles”, el también francés Gael Clichy. Mancini, en cambio, escribió: “No estuvo mal”. Otro: “Hoy no tenemos tiempo libre porque se juega cada tres días, así que les aviso a mis jugadores que no van a tener tiempo ni siquiera para sus familias. Porque el trabajo duro no tiene que ver sólo con correr, sino también con la mente: debemos pensar sin parar en nuestros rivales, en quiénes van a jugar para ellos, cómo vencerlos. No vine a Manchester por el clima: vine para ganar”.

Es un entrenador, Mancini, con un humor de perros, además: en la revista El Gráfico, Juan Sebastián Verón recordó que una vez, cuando jugaban en la Sampdoria, Mancini lo quiso boxear en el vestuario, y Nicolás Burdisso contó que, cuando lo dirigió en el Inter, lo insultó de arriba abajo tras un partido contra el Siena en el que a él lo habían echado, y que solía increpar a los jugadores: “¡Sos un desastre! ¿A vos quién te trajo acá?”. Cuando, dos días después de incendiar su departamento con fuegos artificiales, Mario Balotelli anotó en el 6-1 ante el Manchester United y se levantó la camiseta para mostrar una remera con el estampado “Why always me?” (“¿Por qué siempre a mí?”), Mancini lo agarró en el vestuario y le dijo: “Siempre vos, Mario, porque en cuanto problema hay, estás metido”. Balotelli atinó a responder: “Pero no fue mi culpa”. Mancini zanjó: “No, debe ser mía”.

Ese es Mancini, la pesadilla de Carlos Tevez.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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