viernes 29 de marzo del 2024

Las drogas y el fútbol

En 1975 se produjo el primer caso de doping comprobado en el fútbol argentino. Desde entonces ya suman 55.

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Hasta hace un par de días, el nombre de Pablo Burzio no tenía relevancia en el escenario del fútbol argentino. Su nombre no aparecía en los buscadores de noticias nacionales, pese a que su equipo (Instituto) ocupaba el primer lugar de la tabla del Torneo de la B Nacional, junto con River Plate. Pero, a partir del viernes pasado, el nombre de este joven de 19 años, oriundo de Bulnes (Córdoba) y con una veintena de partidos disputados en Primera División, acaparó la actualidad de los medios de prensa al ingresar en el quincuagésimo quinto (55º) lugar de la deshonrosa lista de casos de doping del fútbol argentino.

En 1970, la FIFA fue una de las primeras federaciones deportivas internacionales en poner en práctica un programa antidopaje, que tomó en consideración tres criterios fundamentales para colocar a una sustancia dentro de la lista de prohibiciones: que la sustancia mejore el rendimiento del deportista, que genere un daño potencial con su utilización y, por último, que viole el espíritu deportivo. Con cumplir dos de estos tres parámetros, la sustancia es incorporada a la lista.

En la Argentina, el primer caso de doping fue el de Juan Taverna (de Banfield) en 1975 y con el paso de los años, la lista fue sumando nombres de futbolistas y de sustancias involucradas. Estos controles antidoping iban mostrando, año tras año, los cambios de hábitos de la sociedad.

Estimulantes. En el primer decenio, desde el doping positivo de Taverna, la gran mayoría de los futbolistas sancionados habían utilizado estimulantes del Sistema Nervioso Central (generalmente efedrina, o algunos de sus derivados: como las anfetaminas). Recién a partir de los 90, comenzaron a tomar preponderancia las drogas sociales, primero apareció la cocaína y, en la última década, la marihuana acaparó el primer lugar. De los últimos treinta y siete casos de doping, apenas dos futbolistas fueron sancionados por el uso de una droga estimulante (ambos por uso de anabólicos esteroideos) y los treinta y cinco restantes, fueron por drogas sociales.

De estos últimos sancionados, la gran mayoría volvió a jugar profesionalmente y solo dos fueron reincidentes, pero a todos, sin excepción, les costó caro el error, ya que el castigo mermó sus posibilidades de progreso: primero por la inactividad generada por la sanción y segundo por el prejuicio del entorno. El inconveniente surge al finalizar sus carreras, donde producto de la familiaridad, hay una mayor propensión a acercarse a las drogas.

Pero ese no es el caso de Pablo Burzio, para él hoy es el día del descargo. Como en la primera muestra de orina encontraron restos de marihuana, el jugador deberá presentarse en AFA para solicitar, si así lo pretende, el análisis de la contramuestra (potestad exclusiva del deportista) o en su defecto, reconocerse como culpable, dar por válido el primer resultado y someterse a la sanción que la Asociación determine.

Científicamente está probado que la marihuana no le generó ningún efecto positivo para la práctica deportiva. Su utilización enlentece el desarrollo físico y emocional: aletarga al Sistema Nervioso Central, deteriora las funciones mentales y disminuye los niveles de testosterona y otras hormonas gonadotróficas en el organismo.

Sin ánimo de comparar sustancias diferentes, el consumo de tabaco y el abuso del alcohol, también son perjudiciales para el deportista pero estas no figuran en la lista de prohibiciones porque su consumo está permitido por el Estado.

Contradicciones. En este punto surge una contradicción ya que aparentemente, citando textuales palabras de Rafael Bielsa, flamante titular de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar): “La Corte dijo en el caso Arriola que la tenencia para uso personal de determinada cantidad de marihuana no es punible y el Poder Ejecutivo está obligado a que se coordine el derecho legal con el jurisdiccional". Si el consumo personal para el ciudadano no es punible y el deportista primero es ciudadano y luego futbolista, ¿cómo lo sancionamos por algo que el estado permite y que no le genera ninguna ventaja deportiva?

Es teniendo en cuenta esta situación que la FIFA, en el año 2007, liberó a las respectivas federaciones en el manejo de las sanciones por consumos de drogas sociales. El criterio de violentar el espíritu deportivo es bastante subjetivo, dependiendo del país: no es igual la visión de algunos países europeos donde el consumo de marihuana está despenalizado, que la de los países de creencias musulmanas de África y Asia, donde el consumo de drogas psicotrópicas es un delito grave.

A mi criterio, el deporte debe ser un ámbito libre de drogas, pero la forma de combatirlo no va de la mano de la exclusión y la sanción, sino que se requiere de más y mejor educación. Para el infractor no es saludable ser marginado, por el contrario, debería brindársele la contención que el caso requiera. El futbolista, en la mayoría de los casos, no es un adicto; es simplemente un individuo inserto en una sociedad que camina hacia la despenalización del consumo de cannabis. Esta cercanía al porro, sumada a la falta de información sobre efectos adversos (ya mencionados) y alcances de la droga (su afinidad por el tejido adiposo enlentece la eliminación, generando resultados positivos de detección, muchas horas después de su ingesta), contribuye a incrementar la lista de jugadores suspendidos.

¿Qué alternativas existen frente a la suspensión? Continuar jugando bajo una  “tutela sanitaria” con controles periódicos y sorpresivos, educación sobre los problemas que acarrea el consumo de drogas (para que el futbolista pueda transformarse en un transmisor de pautas saludables en su comunidad) y la advertencia de que ante una recidiva será sometido al castigo como reincidente (símil condena judicial en suspenso), podría ser una de las variantes válidas.

Al fin de cuentas, sólo tengo claro dos puntos al respecto: fumar marihuana es perjudicial para la salud y, también, para el rendimiento del deportista, pero si el estado va camino de despenalizar su consumo, suspender futbolistas sólo traerá aparejado mayores casos de depresión y de adicción, al momento del retiro.

(*) Médico, periodista y ex futbolista

Columna publicada en la última edición de Libre Deportivo

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