martes 23 de abril del 2024

Kaspar Hauser y el director mágico

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—Kaspar, si estuvieras en un cruce y llegara un viajero: ¿cómo sabrías si llega del pueblo de los mentirosos o del pueblo de los que dicen la verdad?

—Le preguntaría si es una rana verde. Si me contesta que sí, es un embustero.

De “El enigma de Kaspar Hauser” (1974), dirigida por Werner Herzog y protagonizada por Bruno S., un enfermo mental que nunca fue actor.

¿Qué es, qué hace un entrenador de fútbol? ¿Cuál es su “saber”, más allá de lo técnico? ¿Cobra fortunas por servir de fusible y tapar errores ajenos? ¿Es astuto estratega o masoquista que soporta cualquier humillación para mantenerse en un mercado de enorme rentabilidad?

El caso Madelón es asombroso. Desde que asumió, jamás dejó de hablarse de su inminente reemplazo. Esta semana fue el turno de Caruso Lombardi, pero ya no como rumor. La cosa fue transparente, sin pudores. Un club que aceptaba quedarse sin DT en plena lucha por ascender y otro que se movía como un rinoceronte en una cristalería para echar a quien fue a buscar ayer nomás. Un guión escrito por un loco.

San Lorenzo consiguió avales para asegurar el pago de la indemnización que exigía Quilmes, pero Caruso no. Así que, notando la angustia dibujada en el rostro del presidente Abdo, que ya ni sabe cómo recuperar los millones que, dice, puso en el club, intuyó que lo más seguro era no abandonar el barco y quedarse tranqui, como Schettino antes de la piedra.

No sé con qué ánimo planificó Madelón su partido de ayer. Dicen que es un hombre de buen trato pero, por alguna razón, no fue amable con Buffarini, recién llegado de Ferro. “Yo quería a Barrado”, dijo sin anestesia, repitiendo lo que, sabe, muchos dirigentes hacen con él: engrosar la lista de aspirantes al cargo. Más de uno espera, ansioso, para arrojarse sobre esa silla, todavía tibia.

Un asco, todo.

Con Ramón Díaz, Comparada tal vez imaginó lo mismo que Galtieri con Malvinas. Le salió mal. El segundo riojano más famoso –así se presentaba durante el menemato, cuando apostaban camionetas con Macri– ganó su aura de infalibilidad en River a fuerza de vueltas olímpicas mientras sus jugadores se burlaban de él sin disimulo y juraban que el mérito era de ellos y de Omar Labruna, su ayudante. Se fue en 2002, campeón, “por no encajar con el nuevo perfil del club”. Lo echó José María Aguilar, el presidente maldito. Hasta esa suerte tuvo.

Su ausencia alimentó la leyenda y su campeonato con San Lorenzo elevó su ego hacia el infinito. Ramón pasó a ser “el” ganador. Al menos hasta este catastrófico paso por Independiente. ¿Y ahora? Los hinchas insisten con el realismo mágico y exigen otra pócima que convierta la calabaza en carroza. Quieren a Gallego ya, cueste lo que cueste. Mmm… El fútbol es raro, como la vida. Quizá resulte. No será fácil.

Un gran director de cine puede hacer maravillas con gente que jamás actuó. Lo han hecho Buñuel, Fellini, Truffaut, Ermanno Olmi en El árbol de los zuecos o Herzog en El enigma de Kaspar Hauser, protagonizado por Bruno S., un hombre que pasó 25 años internado en institutos mentales. Ellos son capaces de brillar aun con actores del montón. Un técnico no, lo siento. “Una mala obra representada por buenos actores siempre es mejor que una buena obra hecha por cómicos mediocres”. Y no lo digo yo, muchachos. Lo dijo Schopenhauer.

Para un boxeador, su rincón significa mucho más que el banco para un futbolista. En boxeo se enseña a caminar, a pararse, a respirar. Se crea desde la nada. Se trabaja de padre. No existe en el fútbol un rol así. Un técnico sí podrá ser lo que George Martin para Los Beatles: un genial arreglador. Alguien que, con un cuarteto de cuerdas, convierte un lindo tema en... Eleonor Rigby. Es imposible “componer” a un futbolista.

¿No les parece increíble que dos tipos tan opuestos como Caruso Lombardi y Bielsa trabajen de lo mismo y que, salvando las distancias, les vaya tan bien? A mí sí.

Bielsa se manejó siempre con seriedad en un ambiente lleno de chantas y tramposos. Tuvo suerte. Encontró en Bilbao el ambiente ideal: un club que se nutre sólo con chicos que forman en su cantera de Lezama –finjamos obviar la cuestión política–, algo que a Bielsa le recuerda al viejo Newell’s, ese que existía antes del depredador López. El cambio, a siete meses de su llegada, es notable. Su equipo metió al Manchester United en un arco y le ganó en Old Trafford; está quinto en la Liga y el 25 de mayo, en Madrid, irá por la Copa del Rey contra el Barça. ¡Gora Loko!

¿Carusito? No gracias, ya contribuí: soy de Racing. Sabe, se la rebusca, es muy vivo, tiene calle, es simpático y si lo dejás hablar te vende un cenicero para la moto. Cuando se peleó con Asad, le hizo gestos como que aspiraba cocaína y después, alegremente, aclaró que “fue lo primero que se me ocurrió”, furioso porque lo había tratado de coimero. Ay. Chori Domínguez repitió el gestito del puño sobre la palma abierta y nació otro show: se burló de su pelo, mostró cómo se pintaba las uñas, lo trató de marica. “El empezó”, dijo, como los nenes. En fin.

Conclusión 1: si te enfrentás con Caruso, el simpático, agarrate; al menos frente a las cámaras, es capaz de cualquier cosa.

Conclusión 2: no me gusta esa gente.

Conclusión 3: ah, si alguien quiere recordarme que con Maradona fuimos quintos y Bielsa nos dejó afuera de un Mundial en primera ronda, no pienso discutir. Tiene razón. Mandan los resultados. Y si no, vean el caso de Van Gogh, un mantenido que no vendió un cuadro en toda su vida y encima se cortó una oreja.

Otro boludo. Un perdedor.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.