jueves 25 de abril del 2024

Algunos DT valen, otros no tanto

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En un ambiente conservador como es el fútbol argentino, prisionero de ritos, cábalas, leyendas incomprobables y frases hechas, son muchos los que le asignan nula o mínima importancia al trabajo del entrenador. Son –seguramente- los mismos que reniegan de los psicólogos, de los fisiólogos, del análisis estadístico de virtudes y defectos de los jugadores, de ejercitar hasta el hartazgo situaciones previsibles que, por repetición, pueden ayudar al jugador a resolver cuestiones cuando suceden en la competencia real. Son la expresión de la decadencia deportiva de nuestro fútbol, el estandarte del escaso compromiso con el esfuerzo.

Están también aquellos que consideran que un director técnico debe ser un sacapuntos o un especialista en resolver situaciones dramáticas, como está catalogado Ricardo Caruso Lombardi. Cuando uno observa el trabajo de Gerardo Martino en Newell’s, lo que hacen Darío Franco en Instituto, Falcioni en Boca, Kudelka en Unión o el incipiente desarrollo del esfuerzo que pone Cristian Díaz para darle una fisonomía a Independiente, está claro que hay entrenadores que le agregan un plus muy alto a su tarea.

Guardiola en Barcelona, Bielsa en Athletic Bilbao, Sampaoli en la Universidad de Chile o Pellegrini en Málaga son ejemplos bien actuales del fútbol internacional. Y en la historia reciente, también han dejado su marca Américo Gallego en Independiente, Ángel Cappa en Huracán, Diego Simeone en Estudiantes, Carlos Timoteo Griguol en Ferro, Ángel Labruna en River, Juan Carlos Lorenzo en Boca y podríamos seguir adelante con nombres y apellidos.

La cuestión radica en una radical diferencia que divide a los técnicos y que no es sencillo realizar. Están aquellos que se preocupan por el juego y cómo mejorarlo en función de ataque. No resulta fácil pensar esquemas y movimientos pensados para sorprender y para lograr incomodar al rival en su zona más vulnerable. Pocos lo hacen: quedó dicho, Guardiola y Bielsa, aquel Simeone de Estudiantes y Franco en el puntero actual de Alta Córdoba. Otros buscan la seguridad de tener defensores ásperos, neutralizadores de ataques rivales y descansan en una idea que busca cuidar primero su arco y luego buscar al rival.

Si cuentan con buenos contraatacantes, si consiguen una buena estructura para defender, muchas veces logran quedarse con los puntos por su oportunismo y la calidad de sus definidores. Quizá el Belgrano de Zielinski hoy sea el ejemplo más acabado. Lo que invariablemente queda relegado en estos esquemas es la idea de tener la pelota para agredir al contrario, de profundizar y verticalizar el juego cada vez que se pueda. Una epidemia de conformismo, de sentirse satisfechos con poco o muy poco es lo que hoy envuelve al fútbol criollo. Sobran los defensores del 1-0, los que respiran con un simple empate, casi que no existen los que quieren más y van por ello a buscarlo.

Pocos son los convencidos para querer hacerlo, por distintas razones: Vélez y Boca son los dueños absolutos de los mejores planteles, con entrenadores ya fogueados que buscan el éxito siendo más conservadores (Falcioni) o más arriesgados (Gareca). Pero marcan distancias con sus futbolistas. Darío Franco ataca casi más que la mayoría de los clubes de Primera “A” y no le va nada mal. La mayoría intenta esquemas conocidos, con mayor o menor convicción, pero sin tener esa decisión que distingue a unos pocos de querer ganar siempre un partido.

Esa epidemia de la que hablamos parece haber llegado para quedarse. Con poco o mucho plantel, con buena o mala suerte, se puede forzar la máquina un poco más y dedicarse a pensar y entrenar cómo se hace para generar más situaciones de gol y mejor juego. Para atraer a un público harto de malos partidos, violencia, protesta permanente y errores técnicos llamativos. A esa misma gente con ganas de pasarla bien en una cancha en lugar de dedicarse a festejar apenas una victoria como si fuera lo único que vale. Así, nuestro deporte más amado no va a ninguna parte.

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