jueves 25 de abril del 2024

Alivio en medio del calvario

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La Semana Santa quedó atrás, pero River sigue viviendo su propio calvario en el durísimo ascenso argentino. El enorme festejo de la multitud que lo acompañó el sábado a la noche en el Monumental contra el líder, reveló un par de cuestiones que valen la pena debatir.

El hincha de River comprendió lo que significaba el choque con Instituto y dejó de lado complejos, prejuicios y subestimaciones. Se dio cuenta de que con el pasado glorioso y un apoyo multitudinario en todo el país, no alcanza para ganar torneos. Por eso quedó afuera la crítica al presidente Passarella, el enojo permanente por el histórico descenso y la creencia de tener una clase futbolística superior que la tabla de posiciones no refleja.

Por primera vez en el torneo, el hincha riverplatense tuvo temor de quedar tercero en las posiciones, habida cuenta del madrugador éxito de Rosario Central ante Deportivo Merlo y de la condición inalcanzable de los cordobeses que, perdiendo y todo, siguen siendo primeros. El fervor de la gente fue similar al de los grandes clásicos y mal que les pese, los hinchas de River cayeron en la cuenta –por suerte para ellos- de las paridades que existen en la Primera B Nacional y de los obstáculos que hay que superar para volver a ser lo que fueron.

Es que resultaba complicado hacerle entender a los hinchas –acostumbrados mucho más a ganar que a sufrir- que lo difícil de la ruta de los sábados, la competencia con equipos aclimatados a la categoría y la condición teórica de gran favorito, convertían a River en la presa a vencer. Algunos creyeron en ventajas de quince puntos, en una superioridad aplastante, en que la camiseta iba a ser la mágica solución para ganar partidos casi sin jugarlos o que la enorme historia del club por sí misma les daría los puntos. Nada de eso ocurrió.

Sus jugadores, su cuerpo técnico y también los hinchas, hicieron un duro camino de aprendizaje y ahí están, eufóricos, habiéndole ganado con autoridad y justicia al mejor equipo del torneo, que terminó siendo una sombra. Instituto no repitió, ni por asomo, sus rendimientos habituales y cayó merecidamente, más allá de que el juez Maglio inclinó sutilmente la cancha para el arco de Chiarini. Antes y después de la expulsión del defensor Damiani, River fue mejor, atacó por donde pudo y disfrutó la victoria como nunca.

Ahora están todos convencidos. El as en la manga ha sido, claramente, David Trezeguet, que ha pasado de veterano casi retirado del fútbol en los Emiratos Árabes Unidos, a recuperar su condición de goleador implacable de otros tiempos. La contratación de Trezeguet, su madurez como delantero, su aplomo para contagiar confianza y su delicadeza y sinceridad para declarar, han calado hondo en mucha gente, que lo tenía como un recién llegado que quería retirarse dando un gustito y apenas eso. Hoy, Trezeguet es imprescindible.

Lo entendió Matías Almeyda, que volvió a incluirlo como titular. Lo entendieron sus compañeros y también la gente. Él, que se bancó toda la campaña en la segunda división italiana con la poderosa Juventus –descendida por corrupción- sabe bien lo que es subestimar una división donde hay más ilusiones que esperanzas concretas de ascender. Bajarlos a tierra, a hinchas y plantel, obró como bálsamo para que el Monumental reviviera fiestas de otros tiempos. Las que podrán volver a darse, más temprano que tarde, si todo River entiende que así hay que jugar, con la convicción que teniendo actitud ganadora y ofensiva se puede terminar con la página más negra de su historia.

Cancheros, agrandados y subestimadores de los demás, abstenerse. Este es el camino que River parece haber elegido, afortunadamente para él, a tiempo.