viernes 22 de noviembre del 2024

El rugby no es sólo para hombres VIP

Virreyes Rugby Club, la iniciativa que impulsaron dos ex jugadores de CASI y de SIC, está por cumplir diez años. Convoca a unos 500 chicos.

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En el bufet del Virreyes Rugby Club hay una lámina que enumera los valores del tercer tiempo. Está enmarcada y cuelga de una pared, a la vista de todos. El lugar es cómodo, agradable, pero sin detalles suntuosos ni elegancia forzada. Hay un mostrador, una parrilla enorme que espera al batallón de rugbiers y muchas mesas con bancos. La lámina tiene un texto que habla de reencuentro, de agradecimiento, de celebración y de lazos de amistad. Y finaliza: “No participar del tercer tiempo es no haber entendido el juego. Más aun: no se habrá gozado plenamente de la maravillosa aventura del rugby”.

Esa imagen es sólo un detalle, pero explica el concepto. Acá, en pleno Virreyes, uno de esos barrios donde la ovalada no se veía ni cuando pasaban a Los Pumas por la tele, un grupo de personas vinculado a las instituciones más tradicionales del rugby decidió fundar un club. Intuyeron que en ese barrio vulnerable y humilde de San Fernando había una necesidad que no era sólo económica, y no se equivocaron. El proyecto arrancó hace diez años y fue un milagro: hoy convoca a unos 500 pibes de la zona, y hasta tiene una categoría que desde 2010 compite en el Grupo 4 de los torneos de la URBA. A partir del deporte transmiten valores, forman, educan, contienen y les ofrecen un grupo de pertenencia a aquéllos que carecen de todo menos del coraje para intentar modificar su destino.

La iniciativa fue de Carlos Ramallo, ex jugador y entrenador del SIC, y de Marcos Julianes, ex jugador y entrenador del CASI. Como sus esposas eran maestras en escuelas de Virreyes, tenían referencias de las dificultades de la zona, hasta que a uno de los dos se le ocurrió: ¿por qué no les traemos el rugby a estos pibes? Ese fue el disparador. Después apareció un terreno prestado por la empresa Fate, más donaciones, gestos solidarios, apoyo político y brazos que se sumaron. Hoy tienen dos canchas en un predio que les cedió la Municipalidad de San Fernando, vestimenta para todas las categorías y programas de ayuda para todos los niveles educativos.

¿Quién es más pobre? Además de fundador, Ramallo es el presidente del club. Cuando habla de los pibes del Virreyes, se cuida de no mencionar conceptos como “pobreza” o “marginalidad”. Lo explica así: “Yo jugué en el SIC, mi hijo jugó en el SIC, y te puedo decir que allá hay mucha pobreza afectiva, hay drogadicción, y los jugadores tienen menos capacidad de entrega y de sacrificio. ¿Quién es más marginal, entonces?”. Ramallo sostiene, también, que aprendió a evitar las etiquetas por una cuestión de respeto, que al final es uno de los pilares del rugby. “Acá todos juegan, todos tienen lugar –se entusiasma–. Cuando los chicos llegan al club, lo primero que preguntan es cuándo los fichamos, y acá no fichamos a nadie. Juega el gordo, el flaco, el petiso; todos tienen su puesto. Como no es competitivo, el resultado es lo de menos”.

Si bien la competencia queda en segundo plano, al plantel superior no le va nada mal. En principio, tiene un DT de lujo: Rodolfo O’Reilly, ex entrenador de CASI, Hindú y Los Pumas. De los cuatro partidos que disputaron, ganaron los tres primeros y perdieron uno, el fin de semana pasado, contra Albatros, el líder del grupo. El gran mérito de esta campaña es que todos los integrantes del plantel son pibes que se formaron en el club.

“Recuerdo que en el primer torneo que disputamos, en 2010, recién ganamos un partido en agosto, cinco meses después de haber empezado. El año pasado terminamos cuartos. Y ahora parece que arrancamos muy bien”, se enorgullece Ramallo.

Capitán. Rodrigo Miño tiene 23 años y es el capitán del equipo superior. Vive en el Barrio Fate, ahí nomás del club, trabaja en una empresa textil en Olivos y quiere estudiar Ingeniería en Seguridad e Higiene. Llegó al Virreyes hace siete años porque le quedaba cerca de la casa, y no se fue más. “Hay camaradería, solidaridad, valores”, argumenta. Y amplía: “Cada vez que llego acá me relajo; vengo todos los días, es mi segunda casa. Armamos salidas, se armó una linda amistad en el grupo”.

Rodrigo es uno de los pioneros. Entre otras cosas, colaboró para transformar un terreno invadido por yuyos, piedras y vidrios en la cancha donde ahora juega los fines de semana. Lo cuenta con orgullo, y con la satisfacción del deber cumplido señala el césped como si expusiera una obra que moldeó con sus manos. “Siento que soy parte de esto”, define. Y finaliza: “Si no hubiese venido al Virreyes, no sé qué habría sido de mi vida”.

Un modelo que se replicó. A fin de año, Virreyes Rugby Club va a cumplir una década, y durante este tiempo el modelo se replicó. Los pioneros que llevaron un deporte inaccesible a un barrio carenciado de San Fernando no están solos. Hay otros proyectos similares que toman la ovalada como excusa para ofrecer alternativas sociales y educativas. Floresta Rugby Club nació en septiembre de 2005 como una iniciativa que apuntaba al aspecto formativo y al desarrollo de los clásicos valores del rugby: solidaridad, compañerismo, responsabilidad, sacrificio, tendencia a la excelencia, continuo aprendizaje, entereza ante la derrota y mesura en la victoria.

Mataderos Rugby Club es otro de los proyectos que priorizan más los aspectos sociales que competitivos. También fue fundado en 2005, y está vinculado al club Nueva Chicago: hasta los colores de la camiseta son verde y negro. Pero ocurre que la URBA no permite que se afilien clubes de fútbol, por eso los fundadores eligieron llamarse Mataderos.

En el interior del país también florecen iniciativas similares. En San Nicolás, por ejemplo, Yaguarones propone un proyecto de inclusión que incentiva el deporte y la educación. Con el apoyo de la Municipalidad y de empresas solidarias, este año construyeron una cancha con medidas reglamentarias, consiguieron indumentaria para todas las categorías infantiles y, además, lograron becas para que algunos de los jugadores sigan sus estudios.

(*) Nota publicada en la edición impresa del Diario Perfil