viernes 29 de marzo del 2024

Un té para Frankenstein

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“¿No he de odiar, pues, a quienes me aborrecen? No tendré contemplaciones con mis enemigos, soy desgraciado y ellos han de compartir mi desgracia”. Monólogo del Monstruo en ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’ (1818), de Mary Shelley (1797-1851)

No llegó a superar el gag de Daniel Vila, proclamándose nuevo presidente de AFA en la vereda, sin poder entrar al edificio y con la hinchada de Chacarita cantándole: “¡Olelé, olalá, Vila se la come, Grondona se la da!”. Pero estuvo cerca. Fue, que nadie lo dude, otro gran aporte a la antología del disparate futbolero.

Daniel Ominelli, delegado de Seguridad de Independiente, custodiaba el ingreso a la sede frente a una multitud de cámaras mientras intentaba mantener la compostura y continuar su diálogo con… el monstruo de Frankenstein. La criatura, digamos, no fue sola. Algunos cientos lo apoyaban en su reclamo.

“Mañana tendrá solucionado el tema, señor: un abogado lo va a contactar”, le explicaba Ominelli, formal, respetuoso, serio como perro en bote mientras la barra, convocada bajo la simpática consigna “Las banderas o la guerra”, le dedicaba sus rimas al presidente: “¡Macetero botón, Macetero botón, devolvé las banderas, la puta madre que te parió!”. Llamar Macetero a Cantero les debe parecer una chicana muy original. Se les nota el orgullo.

Frankenstein, excitado con tantas luces, no soportó la tentación e improvisó un discurso breve, confuso, de tono infantil y difícil comprensión, tal vez por algún problema de dicción o por culpa de la rigidez de la careta. Pues eso era. Lo confirmó la abogada Débora Hambo. No se trataba del monstruo de Mary Shelley, aunque casi. Era Bebote Álvarez, su defendido, el capo de la barra. “Tómenlo como una humorada” dijo, comentando su original manera de cubrirse el rostro.

En tanto Monstruo, Bebote se sintió el Claudio María Domínguez del fútbol. Clamó por la paz, el regreso de la familia, el folclore tribunero, el amor entre los hinchas e insistió, claro, sobre el dichoso tema de las banderas, todavía en la Comisaría Primera de Avellaneda. La entrega se concretó al día siguiente. Eufórico, y en un idioma similar al castellano, Álvarez agradeció a todos en su Facebook y cerró con una promesa de monaguillo: “¡El domingo vuelve la fiesta a Avellaneda, vuelve la paz!”.

Uf... No veo la hora de que me inventen a esa fiestita.

Cantero, un optimista, sigue actuando con criterio de “país normal”. Mmm... No parece ser nuestro caso. Ya sufrió su primera baja: Claudio Keblaitis, uno de sus vices, pidió irse, harto de las amenazas, desilusionado por la falta de apoyo del Coprosede y de los colegas de las demás instituciones, expertos en esconder la tierra debajo de la alfombra y mirar hacia otro lado cuando las papas queman. Todos apoyan, se solidarizan y al rato aclaran que eso, en sus clubes, no pasa. ¿Ah no?

Lejos de bajar el perfil, el Kamikaze Rojo huye hacia adelante y redobla la apuesta. Hablando sobre Angelici dijo, sin anestesia: “En mi club la gente repudia a la barra; en el suyo, les piden autógrafos”. Wow. El mandamás de Defensores de Macri, ofendido, sugirió que lo de Cantero es puro bla bla y aseguró, sin el menor pudor: “En mi club no existe ninguna batalla con la barra”.

Mauro Martín –aún en guerra con Rafa Di Zeo por el control de la Pyme “La 12”–, viajó a Río, donde vio Boca-Fluminense pese a la prohibición del Subsef. El festejo fue apoteósico. Los jugadores, obedientes como niños, desfilaron frente a la barra, ofrendando sus camisetas. “¡Ojo que eran para los hinchas comunes, no para los jefes!”, aclararon algunos. Ahhh… Menos mal. Los imagino, eligiendo cada destinatario: “¡Ésta es tuya, heroico maestro rural!”. “¡Guarde la mía, noble almacenero anti violencia!”. “¡Ésta es para usted, abuela, que usa sus ahorros de la jubilación para seguirnos por el mundo!”. Conmovedor. Racing, para no ser menos, decidió recordarle al mundo que también tiene a sus energúmenos de elite. Uno de ellos, a cara descubierta y arrogándose el título de “jefe”, emboscó a Gio Moreno, subió a su camioneta y le apoyó un revólver en la rodilla mientras le “sugería” que se vaya del club. “Te pego un tiro acá y no jugás más, ¿me explico?”, agregó, por si algo no quedaba claro. Tampoco estaba solo.

¿Qué los indignó tanto? ¿Fue imprudente saludar a Viatri e intercambiar camisetas después de la derrota y su gol? ¿Demostró desinterés por la causa? ¿Eso lo condenó? ¿O será que no es Zidane? ¿Es serio preguntarse todas estas pelotudeces?

Moreno es un buen chico y no merece –ni él ni nadie–, haber pasado por semejante situación. Hubo una razón muy personal para ese saludo. Ambos sufrieron la misma lesión: rotura de ligamentos de la rodilla, la peor pesadilla para un futbolista. Sé que Gio llamó a Viatri para darle ánimo, contarle su experiencia y aconsejarlo en la dura recuperación. Lo encontró justo el día de su regreso y fue a saludarlo. Eso fue todo. ¿Qué era mejor haberlo hecho en la intimidad del vestuario? Quizá. Pero así se dio. Y eso activó la apretada, otro clásico de eso que llaman “folclore del fútbol”.

El pobre Santander no la emboca nunca, ni adentro ni afuera. Él estaba con Gio y contó todo. En el club lo quieren matar. Es dogma: de eso no se habla. “No los conozco”, dijeron ambos. Mienten, claro. ¿Qué otra les queda? No son héroes. Solo futbolistas, buenos a malos, víctimas de un sistema que los deja a merced de esas bestias que se mueven con impunidad, protegidos por policías, sindicatos y punteros políticos.

¿Qué hizo Cogorno? Lo obvio. Se solidarizó con el jugador, repudió el hecho, reforzó la seguridad, prometió investigar y castigar a los culpables. ¿Pasará algo? Sí. Los días. Gio se irá, armarán un equipo nuevo y acá nadie vio nada.

Este pibe no es Cantero, se ve. Tampoco él.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil