viernes 29 de marzo del 2024

Las aventuras de la banda de Messi

La categoría '87 de Newell’s hizo historia por sus logros y porque tenía al mejor del planeta. Qué fue de la vida de ellos y cómo recuerdan esa etapa.

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Bruno avisó que se iba con los chicos a jugar a la vereda. “Vayan, vayan”, autorizó su mamá, que los tenía a su cargo. Salieron con la pelota, y jugaron hasta que, sedientos, quisieron comprar Coca-Colas. No tenían dinero, aunque –porque ya les había pasado– sabían cómo conseguirlo. Estaban en la esquina, con el semáforo en rojo, cuando Leo, de 9 años, se puso a hacer jueguitos delante de los autos mientras Lucas pedía monedas. Cuando la mamá de Bruno se dio cuenta, salió desencajada. “¡Nos quería matar!”, le cuenta, entre risas, Bruno Milanesio al diario PERFIL. “Era más grande la pelota que Leo”, relata, también entre risas, Lucas Scaglia. El malabarista era Lionel Messi. Es, ésa, apenas una de las aventuras de ese equipo infantil de Newell’s. De los Cebollitas de Messi.

El alma de la fiesta. Era así siempre: para poder comprar cocacolas, los chicos debían conseguir dinero. Un día, en la previa de un Mundialito de provincias que se iba a disputar en Arteaga, a cien kilómetros de Rosario, los chicos, que estaban alojados en una pensión, salieron a la calle a pedir monedas. Llovía, y había un lodazal. Pero no les importó. “Señora, una monedita, por favor”, pedía, sonriente, Messi. Ese día, los chicos se pudieron comprar 52 Coca-Colas. “Leo era el más caradura”, lo define Gerardo Grighini, lateral derecho de ese equipo.

Llovía también el día de la despedida de Gerardo Martino de Newell’s. Era verano de 1996. En el entretiempo, los chicos de Newell’s dieron una vuelta olímpica: para variar, habían salido campeones. De repente, se pararon en la mitad de la cancha, en ronda, y lo empujaron a Leo al medio. “Las tribunas se vinieron abajo”, recuerda Franco Casanova, central o lateral izquierdo de ese equipo. “¡¡Maradó, Maradó!!”, coreaba la gente mientras Messi hacía jueguitos.

Casanova aporta otra anécdota: “Estábamos de viaje en Perú, y los vendedores que había en la cancha lo desafiaban a Leo: ‘Si hacés cien jueguitos, te regalamos cosas’. Y Leo iba y los hacía: así se trajo a Rosario una bolsa llena de regalos: remeras, gorros...”. Otra: a Casanova le acababan de comprar una bicicleta y Messi, que se iba a quedar a dormir en su casa, se la pidió prestada para dar una vuelta a la manzana. “Dale, te la presto”, le dijo Casanova. “Pero acompañame”, suplicó Messi. “No, no, yo no voy”, respondió el otro. Messi, enojado, salió solo, pero no volvía, y no volvía, y no volvía. “Todo el barrio lo salió a buscar –recuerda Casanova–: mis papás, los vecinos, todos. Yo lloraba porque Leo no aparecía. Por allá lo encontramos: estaba como a ocho cuadras de mi casa, llorando porque se había perdido.”

“Era un sinvergüenza”, se desternilla Federico Rosso desde Italia, donde juega en el Brescia, de la Serie B. “Adentro y afuera de la cancha –amplía–: antes de llegar a Newell’s, yo jugaba para otro equipo, y cuando los íbamos a enfrentar, nos preguntábamos cómo lo íbamos a parar al petiso. Leo ya era un gran jugador, y hacía lo que quería adentro de la cancha”. Scaglia –uno de los mejores amigos de Messi hasta hoy y primo de su novia, Antonella Roccuzzo– le cuenta a PERFIL desde Colombia, donde juega para Once Caldas: “Leo era muy divertido adentro del grupo. Y éramos muy amigos entre nosotros en ese Newell’s. Nos movíamos todos juntos: que a la casa de uno, que a la casa de otro”. Explica Milanesio: “Es que mientras los otros chicos tenían amigos del colegio, nosotros teníamos amigos en el equipo”. Milanesio, que juega hoy en Central Córdoba de Rosario, viene del Girona, de la Segunda de España. La ciudad está a cien kilómetros de Barcelona, pero Milanesio no quiso ir a visitar a Messi: “No sé... supongo que no lo quise molestar... aunque, eso sí, lo fui a ver jugar”.

El Dream Team. Grighini apunta: “Afuera, era un hijo de mil puta, pero en el buen sentido. Y adentro de la cancha era terrible: agarraba la pelota y podía pasar a todos los rivales si él quería. Una vez, en un clásico con Rosario Central, le hizo cinco sombreros a un chico de ellos, y el papá, desde la tribuna, le gritaba al pobre: ‘¡Matalo! ¡Ma-ta-lo!’”. Para Emanuel Correa, que juega hoy para Tiro Suizo de Rosario y trabaja en un frigorífico en Villa Gobernador Gálvez, “Leo ya era diferente: tenía esa gambeta, esa velocidad, ese dominio de pelota...”.

Pero ese Newell’s categoría 1987 no dependía sólo de Messi. “Ganábamos todo lo que jugábamos: Leguizamón, que era el arquero, no tocaba la pelota en los partidos”, le cuenta a PERFIL el nueve de ese equipo, Diego Rovira, que viene de jugar en la Segunda División de Suecia, en el Alafors IF, pero que, “como no apareció nada”, dejó el fútbol: cursa el último año de administración de empresas en la facultad. (Breve digresión: Rovira cuenta que Messi lo tenía de hijo: no había vez que no le escondiera los botines en la previa de los partidos.) Leguizamón, que ataja para Central Córdoba de Rosario, le admite a PERFIL: “Sí, es cierto que había muchos partidos en los que me aburría, casi todos, porque ganábamos siempre seis o siete a cero, y no me llegaban nunca”.

—¿Para tanto?

—Sí. Para que te hagas una idea: yo me sentaba en el área durante los partidos.

Casanova apuntala: “Nos conocíamos de chiquitos, éramos todos muy amigos y, además, jugábamos muy bien”. Grafica Milanesio: “Estuvimos dos años y medio sin perder. Un día, teníamos a medio equipo entre enfermo y lesionado, y fuimos a jugar contra Tiro Suizo. Perdimos 2-0, ¡y las radios locales llamaban a los chicos de Tiro Suizo porque nos habían ganado! ¿Podés creer? ¡En vez de llamarnos a nosotros que habíamos estado dos años y medio invictos!”. Rosso adhiere: “Ganábamos todo, absolutamente todo lo que jugábamos. Estaba Leo, sí, pero nosotros lo acompañábamos, y muy bien”.

Pero Messi –los chicos tampoco comían vidrio– era Messi. “Estábamos –narra Leguizamón– por jugar una semifinal con Central en el Club Deportivo Rosario, y Leo no llegaba y no llegaba y no llegaba. ¡Era un clásico, y Leo que no venía! ‘¿Dónde está, dónde está?’ La cuestión es que el primer tiempo terminó 2-0 para ellos. Cuando estaba por arrancar ya el segundo, vimos que llegaba. Firmó la planilla a las apuradas y entró a la cancha. La historia es que ese partido lo ganamos 3-2, con tres goles de él. Más tarde le preguntamos qué le había pasado, y nos contó que estaba solo en la casa y que se había quedado encerrado en el baño, y que para salir, y poder llegar al partido, rompió una ventanita que tenía la puerta del baño y que se fue corriendo a buscar al papá para que lo llevara a la cancha”.

La única que no sabía cuán imprescindible era Messi en ese equipo infantil de Newell’s era Elda, la abuela de Milanesio. Recién se enteraría esa tarde en el club El Trébol, cuando vio que su nieto estaba desconsolado, cabizbajo. “Es que Leo se dobló el tobillo y no va a poder jugar mañana la final”, le dijo, resignado, Milanesio. Elda, curandera ella, le preguntó cómo se llamaba el chico. “Leo, Leo Messi”, respondió el nieto. “Mi abuela –cuenta Milanesio– nunca me quiso contar qué había hecho, ni yo le quise contar a Leo que mi abuela lo había... bueno, que lo había curado... pero a la mañana siguiente, Leo se levantó como si nada, con el tobillo desinflamado. Jugó y salimos campeones.”

Años más tarde, Milanesio estaba en lo de Elda: en la tele, estaba Messi, que ya jugaba en el Barcelona. “Abuela, ¿te acordás de él?”, le preguntó. Cuando la abuela le dijo que no, que para nada, Milanesio se lo recordó. Elda tiene hoy 89 años y vive en Carlos Pellegrini, un pueblo de 5 mil habitantes en la provincia de Santa Fe. A ella no le interesa el fútbol ni sabe que su nieto juega en Central Córdoba. Pero cuando lo ve a Messi en la tele, sonríe y se jacta: “Ese chico... Yo curé a ese chico una vez”.

(*) Nota publicada en la edición impresa del Diario Perfil

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