jueves 25 de abril del 2024

Caruso y Gasalla, ciclos cumplidos

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–Sé lo que estás pensando –dijo Tararí–; pero no es como tú crees. ¡De ninguna manera!

–¡Al contrario! –continuó Tarará –. Si así fue, así pudo ser; si así fuera, así podría ser; pero como no es, no es. ¡Lógica pura!”

Lewis Carroll (1832-1898); de ‘Alicia a través del espejo’ (1871), Capítulo IV: Tararí y Tarará.

Me dijo que necesitaba verme. Quedamos para el jueves: Alsina y Chacabuco, alejados del edificio “libre de humo” donde está Perfil. Desde lejos vi una nube negra y pensé en gomas incendiadas, alguna protesta. Pero no. Era él. “¡Quemás aceite, Caruso; no seas rata y cambiate el filtro y las bujías!”, le gritó uno desde un auto. Quiso responderle pero no pudo. Tosíamos. Apenas nos veíamos entre la espesa cortina gris.

—Fiumata nera, Asch. El Papa resiste. Vengo de dirigir la práctica en Los Cardales. ¡Hasta que éstos no me firmen todo no me saco el buzo del club ni para dormir! Esta noche arreglo, creo. Mañana le cuento todo.

¿Será posible? Mi idea era escribir sobre Messi, la Selección, Sabella y el regreso del 4-3-3, el sistema que usaban todos en mi adolescencia. Con el 10 manija, un 8 mixto, un 5 que los corría a todos, dos punteros abiertos y un 9. Pero no. Otra vez la telenovela de Caruso me copaba la columna. Shit. Al día siguiente volvió. Pero esta vez, rodeado de un humo blanco, esplendoroso.

—Fiumata bianca. ¡Habemus Papam, Asch! ¡Larga vida a Juan Antonio I! ¿Lo vio? ¿No es Drácula?

—¿Drácula? ¿Habla de Christopher Lee, el actor inglés de las viejas películas de Terence Fisher? Y, algo tiene…

—Le falta la capa y es igual; hasta un colmillo medio salido tiene. Es alto, elegante, jugó en Europa; no es un gordo grasa como yo. Tá, ya lo tienen. Le deseo lo mejor. Que gane. ¡Porque al tercer partido que pierda lo van a mandar al solarium a Drácula, je!

—Lo noto resentido, Caruso.

—¿Cómo quiere que esté? ¡Hablaron con él mientras yo todavía era el técnico! Hay códigos, Asch. Una ética.

—Oiga, no joda ¿Justo usted hablando de eso? ¡A Madelón se la hizo dos veces seguidas!

Lo negó. Ya juraba por su familia que esa era otra infame mentira instalada por la campaña mediática armada en su contra cuando sonó su celular. Atendió, y se transformó. Ese gesto de odio profundo merecía un Oscar. “Escuche”, me dijo, cortante, y me pasó el teléfono. Era como una vieja cinta de carcajadas de ésas que se usaban para asustar chicos, pero de verdad. Alguien reía y cada tanto paraba y repetía con voz aflautada: “¡No me midásss, no me midásss…!” Era cruel, pero gracioso. No pude evitar una sonrisa. Eso lo enfureció. Me arrancó el aparato, de un tirón.

—Fabián García –alcancé a balbucear, todavía tentado.

—No, Al Pacino. Lo voy a denunciar a ése. ¡Me llama a cada rato! ¿Cómo se puede ser tan ruin?

—Vamos, Caruso. No lloriquee. Al menos, ya tiene el medio palo verde que arregló con Abdo si los salvaba.

—¿Y? ¿No me lo merezco?

—¡Por supuesto! Mérito suyo; y un poquito de Banfield, pobre, que tanto hizo para autoinmolarse.

—Qué: ¿piensa mi carrera es todo suerte?

—Se equivoca. Creo que conoce muy bien su oficio. Usted es, ¿cómo decirlo? El médico de guardia al que recurrimos en la madrugada cuando nos sentimos morir y en cuanto el dolor se va no sabemos cómo agradecerle. Aquel al que, ya curados, despedimos con un abrazo… y esperamos no volver a verlo más. No se ofenda, pero es la imagen que me da. Se nota que sabe, aunque no me guste su estilo. A muchos les cae simpático. No es mi caso. Sus finales de ciclo se repiten, idénticos a sí mismos. Por alguna razón, se va mal de todos lados, con peleas y escándalo. Eso pienso. ¿Fui claro?

Se quedó mirándome desde la bruma, los brazos cruzados, negando con la cabeza. Parecía desilusionado.

—Puro prejuicio. Lo mismo, por lo opuesto, le pasa a Antonio. El es serio; no cae simpático de entrada y por eso lo atacan y le hacen campañas en contra, como a mí. Llegamos como estrellas y nos hicieron la cama. No lo puedo entender.

Me quedé perplejo. ¿Antonio? ¿Qué Antonio?

—Gasalla, Asch. ¿Qué otro? Tinelli nos limpió el mismo día, después de que nos fue a buscar como a dos salvadores. Teníamos mucho para dar y nos hicieron la vida imposible. Ojalá nos ofrezcan algo en el verano. ¿A usted le parece tener esperando una hora a ese hombre, vestido de vieja, maquillado, con peluca, medibacha, parado y con las rodillas a la miseria, hasta que el hijo de Caniggia se dejara de pelotudear? ¡Indignante! Y yo, justo cuando tenía el equipo, me pasó de todo. Se me rompieron el Pipi y Piatti; dos boludos se pelearon en el vestuario, otros se hicieron expulsar o metían de a dos goles en contra por partido, los laterales jugaban con la cintura enyesada. ¡Un desastre! Quería el título y festejarlo haciendo el caño en ShowMatch. Ese… era mi sueño (se quiebra).

—¡Lástima que le levantaron el programa a Fort! Quizá ahí tenía revancha.

—(se indigna) Ríase nomás, que yo encanuto. En el torneo que viene hablamos. Cuando el descenso se ponga calentito, mi celular arderá. ¿Y quién le dice que los verdugos de hoy no sean mis víctimas de mañana?

—¡Esto es Argentina, Caruso! Todo es posible, hasta que en 2015…

Sentí que hablaba solo. Despejé el humo con las manos y sí: Caruso se había ido, sin despedirse, seguramente ofendido por lo que dije de Fort. Habrá imaginado que si lo llamaban… también era para salvarlos del descenso. Es su karma, pobre.

Pronto lo veremos como panelista estrella. Tenerlo en la tele es rating seguro. Hará su show hasta que alguien con la soga al cuello ofrezca otra fortuna para zafar. Y aceptará. Caruso maneja con habilidad su negocio. Es un especialista. Facturará, hasta que algún día, tal vez, se harte de ser un técnico de guardia de hospital, mande todo al diablo y se lance con su propio programa.

Mmm… Mientras no sea un programa de gobierno, compatriotas, todo bien con Carusito.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.