jueves 28 de marzo del 2024

Li Na, la china que se rebeló

Es la primera tenista asiática en lograr un Grand Slam y una de las más queridas del circuito. La historia de quien tuvo que negociar con su gobierno.

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En las cuatro letras que hay entre su nombre y su apellido, la china Li Na esconde una antinomia: una identidad cortita, una personalidad amplia. Lo suficiente como para imponerle su talento a un gobierno, el de su país, que intentó formarla bajo sus reglas, pero que no pudo. Li Na se abrió y construyó un camino exitoso: en 2011 se transformó en la primera asiática en ganar un Grand Slam, este año fue finalista del Abierto de Australia (había sido también en 2011) y ya lleva siete títulos en su carrera.

Antes de 2008, Li Na había ganado sólo un trofeo. Y es que ese año fue el que marcó el quiebre en su carrera. La chica de treinta años (nació el 26 de febrero de 1982) pidió cierta libertad después de los Juegos Olímpicos de Beijing: quería pagar menos impuestos, poder elegir el método de entrenamiento y también optar por un coach extranjero.

Se lo otorgaron. Antes debía entregarle al gobierno el sesenta por ciento de sus ganancias. Su país le daba a cambio entrenadores, le pagaba los viajes y los hoteles. Ahora, no. Arregló dar 12 por ciento del dinero que recibe y puede decidir quién la entrena. Esta excepción se hizo con las mejores cuatro tenistas y recibió el nombre de Fly Alone: vuela sola.

Rebelde. Cuando pudo, Li contrató al danés Michael Mortensen. Con él logró Roland Garros y antes había sido finalista en el Abierto de Australia, el mismo año. Ahora, con el argentino Carlos Rodríguez, con quien esta temporada obtuvo el torneo de Shenzhen.

A Jiang Shan, su marido, lo sacó del cargo de entrenador no bien pudo. “Pasábamos 24 horas juntos, dentro y fuera de la cancha. Necesitábamos un descanso. No es fácil conciliar ser marido y entrenador. Nos gritábamos tanto que en China llegaron a decir que nos habíamos divorciado porque siempre nos veían discutiendo”, justificó. Al bueno de Shan, que en ocasiones lo usó de sparring en las prácticas, siempre lo carga en público. En una ocasión contó que había dormido mal por culpa de los ronquidos de su esposo. Y después de la final en Australia de 2011 le hizo una declaración de amor original: “Ese de camiseta amarilla es mi marido. No me importa si sos feo o gordo, te querré siempre”.

“En China las mujeres somos más trabajadoras y más fuertes mentalmente”, declaró alguna vez. Na Li tiene un tatuaje en el pecho (una rosa encerrada en un corazón) y un temple que la ayudó a soportar las críticas cuando decidió dejar el tenis en 2002. Le reprochaban su falta de disciplina. No le importó: se corrió del deporte y se dedicó a estudiar comunicación en la universidad.

En general evitó responder preguntas sobre política en diferentes conferencias de prensa. En 2011 aclaró que no quería desligarse de su país: que no hubiera logrado todo lo que consiguió si no fuera por el apoyo del gobierno, la sociedad y los entrenadores que había tenido hasta entonces. Cuando ganó en Francia, recibió 92 mil euros de parte del Estado. “Pude aprovechar ambos sistemas. Crecí bajo el sistema deportivo tradicional chino. Después de conseguir algunos logros, tuve que tener mi propio equipo”, sostuvo.

Espontánea. Cuando pudo volar sola –cuando le soltó la mano al riguroso sistema de entrenamiento chino–, Li Na se sinceró: dijo que si tenía ganas de vaguear, podía hacerlo. Cada vez que está ante un micrófono, se muestra auténtica. Por caso, ganó Roland Garros con 29 años y se defendió ante los que hablaban de su edad: “Cuando era joven, soñaba con ser campeona de un grande. Ahora, escuché que dicen que soy vieja. Pues la viejecita logró su sueño”.

Y en el Abierto australiano de 2011 le preguntaron qué la había llevado a salvar un match point en las semis contra la danesa Caroline Wozniacki, número uno en ese momento. “El dinero que ganaba por pasar a la final”, respondió.

En China sus éxitos no eran tan difundidos. Y sin embargo, más de 150 millones de personas vieron la definición que le ganó a la italiana Francesca Schiavone. Ese fue el fruto de años de sacrificio y también sufrimiento. Li Na arrancó jugando al badmington a los seis años (su padre, que falleció cuando ella tenía 14 años, practicaba ese deporte) y padeció: “Me sentí triste porque todos los días tenía que levantarme temprano para practicar antes de ir a la escuela. Y después de la escuela volvía al tenis. Y después del tenis tenía la tarea”.

Ahora, la china estudia ciencia y tecnología. Figura en el quinto puesto del ranking mundial (fue cuarta en junio de 2011) y, con casi 31 años, su carrera tiene proyección. En el reciente Abierto de Australia, perdió la final ante la rusa Victoria Azarenka, en un partido en el que se cayó y no vio nada durante unos segundos. Así y todo, se lo tomó a risa. Más tarde, explicó, suelta, por qué había perdido el partido por el título: “Porque soy estúpida”.

Mano de obra argentina. El coach de Li Na es argentino: Juan Carlos Rodríguez, “Tití”, que venía de entrenar a la belga Justine Henin, ex número uno del mundo y con quien ganó siete Grand Slam. Rodríguez asumió en agosto de 2012 y en la primera semana, obtuvieron Cincinnati.

Tuvo pocos problemas con el idioma, porque hablaba un poco de mandarín: en 2011, se había mudado a Beijing para dirigir una academia de tenis. La propuesta le llegó a través del agente de la rusa Maria Sharapova, que es el mismo de Li Na.

En una entrevista a La Nación, el argentino se refirió a su pupila: “La pretemporada para este año la hicimos en mi academia, con temperaturas de 12 o 15 grados bajo cero, bien militar”.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil. 

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