jueves 28 de marzo del 2024

La lenta agonía de los especialistas

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Antes era más sencillo: uno quería jugar de nueve, el otro de puntero derecho, aquel más habilidoso era el número 10, los más duros y potentes se ponían la cinco o alternaban como zagueros. Era mucho más difícil, hace 30 o 40 años, encontrar candidatos para jugar de marcadores de punta. Los que tenían despliegue y parecían incansables, se probaban de volantes derechos o izquierdos, de acuerdo al perfil.

Estaban los que le pegaban con un fierro y eran quienes ejecutaban los tiros libres, los saques de arco o los penales. También se lucían los que sabían cómo hacer que la pelota tomara el efecto deseado en un tiro libre y cambiaban potencia por talento y precisión. Y aquellos que hacían de la gambeta algo único: nadie podía intuir para qué lado saldrían después de un quiebre y un amague. Y aquel que tenía visión de juego, que sabía cuando tener la pelota, cuando meter un cambio de frente preciso y cuando un estiletazo para dejar mano a mano al delantero con el arquero contrario, se lucía por encima de todos.

También estaban los arqueros, claro. Los atajadores, los que trataban de jugar imitando al Loco Gatti y salían mucho del arco, con cierta habilidad en los pies. Hoy, casi todos los que atajan saben pegarle bien a la pelota aunque ya pocos se animan a clavar algún tiro libre. El paraguayo Chilavert era único y nadie se atrevió jamás a tanto. Algunos hicieron su gol de penal, Bossio metió su cabezazo histórico ante Racing y poco más. Realmente, no se puede clasificar a Sergio Romero o a Mariano Andújar con un estilo propio. Lo mismo corre para Olave, Saja, Ustari, Orión o Barovero, buenos guardametas sin demasiadas diferencias. No hay un Fillol, está claro.

Se extrañan los cabeceadores: ya no hay espacio para Passarella, Rocchia, Cocco, Subiat, Basile, Gottardi, Frassoldati, hoy quedan pocos jugadores con el saludable hábito de buscar en el área contraria por arriba y ganar por potencia, ubicación y viveza. Lisandro López, el defensor de Arsenal, parece ser el mejor en esta actividad y Guillermo Burdisso le pisa los talones, aunque no ha trasladado a Boca, la seguridad que mostraba en Arsenal. Por ahora, se impone de arriba, pero solamente en el área rival.

Se puede pensar en Sebastián Domínguez, el rocoso hombre de Vélez, que convierte de cabeza y también se anima en los tiros libres. También en las apariciones de Mariano Echeverría, de Fernando Ortiz y de Cristian Tula, aunque son jugadores de más edad y experiencia para ser los que pueden imponer su capacidad de salto y de golpe de cabeza.

Tampoco hay grandes ejecutores de tiros libres: por allí andan Osmar Ferreyra, Federico Insúa, Juan Román Riquelme y no mucho más. De los siete tantos de lanzamientos con barrera que se marcaron entre los escuálidos 177 goles del torneo (promedio de 1,40 por encuentro) solamente cuatro fueron convertidos con precisión y puntería. Los otros tres (Leandro Benítez a Vélez, Leandro Navarro a Vélez y Bernardello a Estudiantes) se hicieron con centros al área que nadie pudo tocar, la pelota picó y se metió ante la desesperación del arquero de turno.

Ni siquiera hay ejecutores infalibles de penales: el 35% de los tiros lanzados desde los doce pasos en el actual torneo Final, fueron atajados o desviados. Se convirtieron 17 de 26, una cifra baja en comparación, por citar dos ejemplos, con torneos más cercanos: en 2011 se concretó el 80% de los penales lanzados, en 2004 fue del 79% y en 2000 del 78%. Hoy, la eficacia es del 65%.

Sin grandes cabeceadores, sin fenomenales ejecutores de tiros libres y penales, con el recuerdo –apenas eso- de los valientes que intentaban un gol olímpico y con escasez que parece definitiva de gambeteadores con inteligencia y velocidad, el fútbol argentino parece una postal de la decadencia, donde varios son los candidatos a quedarse con el título sin haber mostrado demasiado.

Lo escribimos hace tiempo (“Un torneo sin favoritos”) y lo ratificamos. Lanús pinta bien, juega aceptablemente. Vélez y Newell’s también, pero están de Copa. River es muy irregular aunque intenta, lo mismo que Godoy Cruz. Arsenal es rocoso, molesto, oportuno. Es inevitable extrañar tiempos mejores. Lamentablemente, lo que ofrecen los juveniles no tiene el brillo ni convoca a una ilusión desmesurada.

Fútbol en cuentagotas, especialistas en retirada, habilidosos con miedo a expresar todo lo que pueden hacer, defensores decididos a destruir como sea, reclamos al por mayor. No parece ser el mejor momento de nuestro deporte amado. Sin embargo, ahí seguimos, anestesiados, con una esperanza que quizá no tenga sustento, pero nos guía y no piensa desaparecer, aunque la realidad le gane el partido a tortazos.