jueves 28 de marzo del 2024

Riquelme, Erviti y la religión del mago

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La rama dorada (The golden bough) es uno de los tratados más extensos y fascinantes acerca de la relación entre magia y religión. En él, su autor, el antropólogo británico James George Frazer, procuró: describir hechiceros y desmenuzar rituales, clasificar prácticas mágicas y desarrollar liturgias paganas, comparar mitos y analizar creencias arcaicas. Según su opinión, las religiones antiguas eran dogmas que se cimentaban en la existencia de un rey, como encarnación de Dios entre los hombres, y la magia era considerada un conjunto de prácticas a las que ciertos individuos recurrían con el fin de crear un beneficio o conseguir un objetivo.

A través de las conquistas y de su juego, Juan Román Riquelme ha despertado una devoción única e inigualable en el hincha de Boca. Es que Riquelme, con esa mezcla entre riqueza técnica y destreza temporo-espacial para filtrar un pase por donde no atraviesa ni un halo de luz, es verdaderamente un mago. Desde su debut en 1996 hasta la actualidad, no hubo un futbolista que pusiera en discusión su cetro xeneize, pero ahora la edad, ese contrincante invencible al que todo jugador se enfrenta, lo expone a una realidad tan lógica como inexorable.

Walter Erviti también es jugador de Boca y maneja la pelota con un arte mágico. Es cierto que su nivel no llegó al que supo demostrar Riquelme, pero eso no le quita brillo a su técnica ni reconocimiento a su arte. Walter siempre supo que era muy bueno pero que le sería provechoso también manejar otros libretos y saber desempeñar otros papeles secundarios. Riquelme, por el contrario, siempre supo que su magia era fantástica y que le permitiría ser primera figura en cualquier escenario, sin necesidad de esforzarse.

“En el momento que uno hace diferencia en la cancha con dos o tres goles, yo me voy a esforzar para que esa persona esté feliz, pero si no me hace la diferencia hay que trabajar para tener un buen nivel” dijo Erviti en el programa “Las voces del fútbol” y puso sobre el tapete un tema taboo en Boca: ¿Este Riquelme hace realmente la diferencia que hacía antes?

El primer semestre de 2013 ha sido de los más pobres y discontinuados de Juan Román Riquelme, en su exitosa y dilatada carrera. La parodia de los siete meses entrenando con amigos (para compensar la ausencia voluntaria) se desmoronó al momento de jugar el primer partido entre semana. Las lesiones musculares aparecieron y remitieron de manera fluctuante. Su presencia en el equipo fue esporádica (jugó el 43% de los partidos: 13 sobre 30 partidos en el semestre, apenas 5 de 19 en el torneo local) y su gravitación en el juego fue bastante dispar: tuvo acciones sumamente decisivas (como el gol a Corinthians) y lagunas importantes.

Al momento de analizar su rendimiento, no se lo puede juzgar con la misma vara que a sus pares: como no se lo debe reprobar por no colaborar en la marca, tampoco se puede aprobar su rendimiento por un par de fantasías intrascendentes. No hay jugador, en el fútbol argentino actual, que siquiera se haya acercado al nivel de pericia que Riquelme supo mostrar. Por este motivo, la única forma ecuánime de juzgarlo es comparándolo consigo mismo: observando cómo ejecuta su arte, contabilizando asistencias, goles y pelotas perdidas en ataque.

El rapto de sinceridad de Erviti expuso, desde el seno del plantel, la interna de Boca. Su sacrificio para adaptarse a una posición que no le era conveniente lo agotó, a pesar de haber obtenido el reconocimiento del hincha y de sus pares. El sacrilegio le puede costar caro. Sus palabras vulneraron el argumento de los fervientes fanáticos de Riquelme, cuando al observar una jugada brillante proclaman: “Vieron que la magia está intacta”. Ahí radica el núcleo de este dilema teosófico: el problema no es la magia, que eternamente permanecerá intacta (o acaso Maradona no sigue haciendo jueguito con una naranja), el problema es el mago.