sábado 20 de abril del 2024

Belleza robada: ¿se puede jugar más 'feo'?

Argentina ganó sus dos primeros partidos en el Mundial pero el juego que caracteriza a esta selección sigue sin aparecer. Hasta qué instancia se puede llegar de esta manera.

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Nos robaron. No se trata de corrupción dirigencial. Tampoco nos robaron bandidos comunes en el acceso a los estadios. El robo se perpetró dentro de la cancha y no lo cometió ningún árbitro. Nos robaron la belleza del juego, del clásico y característico juego sudamericano, especialmente el rioplatense, el que más prestigio sembró en el mundo. Nos robaron lo que primero nos llevó, a todos, a una cancha: la belleza; esa que tantos y tantas veces quisimos imitar y tanto admiramos. Nos la robaron los integrantes de la actual selección nacional. Conocemos quiénes son, sabemos de quienes se trata. Tenemos los datos de todos y cada uno. Algunos de ellos, inclusive, incrementaron esa belleza poco tiempo atrás. Sin embargo, en Brasil, nos la robaron y, peor que eso, la sustituyeron por una fealdad impropia de sus ejecutores, de lo que se les enseñó durante tantos años, de la cultura que mamaron desde el primer potrero que pisaron, ajena a todo lo que vieron por televisión cuando los antecesores de sus mismas camisetas la expusieron en Copas anteriores. Belleza robada. Ni más, ni menos.

Después del partido con Bosnia pensé que no se podía jugar peor y, también, creí que esa noche para el olvido –inaugurando el Maracaná en este vigésimo Mundial–, tenía un responsable: Alejandro Sabella por el inadecuado esquema táctico utilizado en el primer periodo. Seis días más tarde, en el remodelado Mineirão, ante Irán, modificado el planteo y colocados los jugadores que todos pedían, incluyendo la poco estridente voz de Messi (según se filtra del siempre inquieto vestuario argentino), está claro que los problemas son muchos más y que Sabella es, apenas, parte del dilema principal.

Ante Irán, un equipo ordenado según mostró en las eliminatorias y confirmó en su primer cotejo –empate con Nigeria–, la selección de Sabella jugó aún peor que contra Bosnia y Herzegovina. Desmejoró lo que parecía imposible empeorar. Estuvo más cerca de la derrota y confirmó al arquero Sergio Romero como su mejor hombre: sin él caíamos inexorablemente. Sus tapadas fueron fundamentales en momentos cruciales. Cualquier error del arquero, que por poco uso en los últimos tiempos nadie confiaba en él, hubiese costado el resultado y desnudado aún más las imperfecciones individuales y los desajustes de conjunto que se exhibieron bajo el primer sol de la tarde de Belo Horizonte, casi como un catálogo infinito de ‘fealdad’ futbolística.

No recuerdo una selección nacional jugando tan ‘feo’ dos partidos seguidos en una Copa. Feo es “desprovisto de belleza y hermosura” y es lo que mejor define lo visto. Vayamos retrocediendo. En 2010 el equipo de Maradona ni siquiera ante Alemania jugó así de ‘feo’; fue un elenco ‘desacoplado’ en esa jornada fatídica, pero ese equipo mal parado de Maradona, a Irán, le ganaba bien; mientras esta Argentina de Sabella, jugando como lo hace, frente a aquella Alemania se comía seis y no apenas cuatro goles como sufrió. Es cierto, Maradona también tuvo una zona fácil –Corea del Sur, Grecia y Nigeria, siempre Nigeria–, pero no la complicó y, aunque justo es reconocer que poseía mejor plantel, especialmente atrás y en el medio, tuvo algunos encantos, toques de belleza colectiva además del hat-trick de Higuaín y el ‘hola y adiós’ de Palermo… Sea por lo que fuere no fue este horror-show mostrado hasta aquí.

En el 2006 el equipo de Pekerman sabía, como hoy lo sabe ‘su’ Colombia, a qué jugaba y por momentos lo hacía con calidad y estilo como cuando le marcó media docena de goles a la –entonces políticamente desintegrada– Serbia y Montenegro. Y si el técnico hubiese hecho lo que debía (incluir a Messi todos los partidos desde el vamos), tal vez daba ‘la vuelta’. Jugó bastante bien en una zona inicial más compleja que la de estos días, incluyendo a una Holanda que por sí sola representa más que los tres rivales, de este año, juntos. Esa selección regresó invicta, eliminada por una siempre eficiente Alemania, anfitriona y en definición por penales en el Olympiastadion de Berlín. Nada que se parezca a las truculencias del Maracaná y el Mineirão.

En 2002, Bielsa se volvió antes de lo que se volverá Sabella, pero –sin observar cualquier otra circunstancia– convengamos jugó un poco mejor frente a rivales de otro fuste, como Inglaterra y Suecia que, comparados con Bosnia e Irán, eran ‘el Santos de Pelé’ y ‘la Hungría de Puskas’; y el tercer adversario, la propia Nigeria, aquella de doce años atrás si bien ya no era la maravilla de otrora, al lado de la actual daba cátedra. Aún era la Nigeria de Babyaro, Taribo West y Jay Jay Okocha que culminaba una generación difícil de repetir. Inglaterra nos venció por un penal y Suecia nos selló el retorno en un partido tan extraño como algunas convocatorias de Bielsa (Sorin, Aimar, Ortega) que arruinaron sus buenos planes tácticos. Igual, la combinación de resultados, los desentendimientos con su mejor jugador, Verón –que comenzó como reserva el día que más debía ser titular– y rarezas como la expulsión de Caniggia en el banco de suplentes, convergieron hacia la eliminación.

Bielsa no fracasó necesariamente por la fealdad de su juego que tampoco fue bueno, pero nunca cerca de lo que estamos viendo con Argentina en esta Copa, donde hasta Argelia golea y, cuando puede, da su pequeño show. Porque esta es la Copa de los goles, de los partidos lindos de verse, de ida y vuelta, de mucha eficiencia, emociones al por mayor. Excepto cuando juega Argentina. Su zona, inclusive, es la que peores partidos produjo, la de exhibiciones que en ningún caso justificaron el costo de las entradas.

Si vamos al siglo pasado, en Francia 1998 el equipo de Passarella ofrecía desavenencias afuera de la cancha, incluyendo los caprichos del entrenador, pero jugaba mucho más bellamente que el once de Sabella que no juega nada y a nada contra nadie. La zona de entonces también fue relativamente fácil, una vez más, pero no tan deshidratada como la actual, incluyó a Croacia que terminó en el podio, tercera. Y al equivalente de este Irán, en ese torneo, Jamaica, se le ganó 5 a 0 con ‘tricota’ de Batistuta; apenas con Japón hubo mezquindad futbolística; pero luego se eliminó a Inglaterra en Octavos de Final y cayó, por culpa de una torpeza individual –Ortega– con una inspirada Holanda en Cuartos. Todos los partidos mostraron una selección más cerca de su historia que lo que se nos ofrece hoy día que es, insisto, ‘feo’ porque causa desagrado y aversión.

En Estados Unidos 1994, con un Grupo inicial –como casi siempre– fácil, hubo exhibición de alto nivel en los dos primeros cotejos, con goleadas ante Nigeria y Grecia, pero más que esos resultados contundentes, importa que se jugó el fútbol que nos gusta a todos. Si el antidoping no lo crucifica a Maradona, que tanto nos dio como en ese certamen nos quitó, aquél equipo de Alfio Basile hubiese sido campeón: era quien mejor juego mostraba. Con Maradona en cancha y sin el abatimiento anímico del resto ante Bulgaria y Rumania, es fácil entender que el avaro Brasil que ganó la Final por penales sobre Italia, no hubiese conmemorado su cuarto título. No hubo campeonato pero había belleza, la belleza que nos robó esta selección 2014.

Los cinco Mundiales previos a este de Brasil, aunque no se hayan ganado por las cuestiones relatadas, distribuyeron por el mundo, vía televisión, una postal del fútbol nacional mucho más próxima a su prestigio histórico que el mejor minuto de lo que ya exhibió el equipo de Sabella. Porque salvo esos segundos iluminados de Messi, mínimos, en cuentagotas, dos en total, uno en cada encuentro disputado, no hubo más nada. Nunca vimos jugadas para aplaudir, tácticas para copiar, estímulos colectivos para creer que se puede formar un equipo en el correr de la Copa; tampoco admiramos actuaciones individuales que puedan inspirarnos confianza. Messi está gastando en estos partidos inútiles, de rivales insípidos, su pólvora personal, lo que si bien ayuda para seguir avanzando, preocupa pensando en el mañana inmediato. Mañana donde Romero no tendrá tantas chances ante Arjen Robben como las que le permitió el bosnio Dzeko ni reinará frente a Neymar como lo hizo con el iraní Reza.

En 1990 el equipo de Bilardo era una lágrima, pero tenía belleza conceptual, trabajaba una idea, se conocía en virtudes y limitaciones, y con muuuuucha suerte y un arquero tan milagroso (o más) que el actual Romero, más la mitad de Maradona –estaba lesionado–, mostró otro tipo de belleza, la de la personalidad. Aquel ‘pedazo’ que físicamente restaba de Maradona era más importante para el desempeño del equipo que este Messi, salvador por sus goles pero no por juego o actitud. Así, Bilardo llegó a la Final y la perdió porque hasta el crédito más generoso en algún momento cobra un pequeño interés. Pero hasta ese cuasi mamarracho del noventa en Italia, a quien eliminó al igual que al mismísimo Brasil, fue mejor y mostró más belleza que este once sabeliano con más cara de próximo difunto que de futuro festejante.

No hablemos del ‘86 porque sería una falta de respeto a la propia historia que estamos repasando, ni siquiera hablemos del equipo que Menotti malogró en el ’82 o el que se consagró en el ’78, porque con ayudas o sin ellas, a la hora de jugar al fútbol lo hacían de modo más bonito que ‘esto’ que vimos hasta ahora, de aspecto desfigurado y desfavorable. En esos tres equipos se veía la belleza que hoy reclamamos.

Posiblemente nuestros representantes en Alemania ’74 hayan sido los más parecidos a estos, en cuanto a rendimiento y fealdad, aunque reconozcamos a favor de aquellos que, además de estar ‘descabezados’ técnicamente, dirigidos por un triunvirato en cortocircuito natural –Cap, Varacka y Victor Rodríguez–, enfrentaron a Italia, a Brasil, a la mejor Holanda, a la mejor Polonia, a una ‘semi-local’ Alemania Oriental y sólo la tuvieron fácil una vez, contra Haití, país al que se derrotó con más autoridad que ahora a Irán.

De un modo o de otro Alejandro Sabella, por falta de recursos y convicciones que se atolondran en los miedos que le genera su desequilibrado plantel, está jugando lo más feo que se puede jugar con materia prima surgida en la Argentina. Entrega lo que podría entregar Trinidad y Tobago, no muestra mucho más de lo que mostraría Azerbaiyán, consigue resultados marroquíes y entusiasma tanto cuanto podría hacerlo Nueva Zelanda si venciese 2-1 a Bosnia y 1-0 a Irán del modo que lo hizo Argentina.

Todo esto, además de feo, es grave, pero nada tan grave como la falta de autocritica que impedirá cualquier mejoría. Como un enfermo que se niega a tomar los remedios indicados, su mal sólo tenderá a empeorar si no se reconoce la dolencia. Si mi crack preferido, Ángel Di María, dice en su plena conciencia y sin barbitúricos incomodando su lucidez mental, que “no jugamos mal” contra Irán y ese pensamiento es compartido por el grupo, bueno, entonces estamos en situación terminal. Será fatal. Con esa negación a cuestas podemos hasta quedar segundos en el Grupo, porque puede ganarnos Nigeria en Porto Alegre y el porvenir se complicará aún más: nos tocará la Francia de Benzemá y chau Sabella, chau Argentina, chau Mundial. Ser primeros, en cambio, nos enfrentará a Suiza, golpeada, o a Ecuador, más maleable a nuestra fealdad.

Hasta Maradona, que no está en condiciones de darse cuenta de nada (posiblemente por eso aceptó hacer un programa con el incoherente y ahora también bolivariano Victor Hugo) percibe que “Argentina no está para campeón”. Esa frase, proferida por un intelectualmente inimputable Maradona, debiese ser el despertador de Sabella de este sueño, con transpiraciones de pesadilla, para re-pensar el futuro inmediato, no para sentirse campeón, no, tampoco la pavada, pero por lo menos para no terminar ridículamente, eliminados por algún ‘debutante de segunda fase’.

Si lo ve Maradona entre pelea y pelea con Rocío Oliva, si consigue expresarlo pese a su actual problema de ‘embrague verbal’, y lo hace público amando a la Selección como la ama a pesar de sus mil odios acumulados, es porque el desandar de la Argentina es muy evidente. Y si lo es Sabella, entonces, tiene que verlo también y corregirlo un poco aunque ya no pueda convocar a Tevez –que nada solucionaría–, o a Lisandro López y Paolo Goltz para arreglar la zaga, ni a los ex ñulistas Cristian Ansaldi o Milton Casco para solucionar el lateral izquierdo, entre los cien retoques que deberían hacerse si se reabriese la lista de los 23 y él se sacase de la cabeza la manía de llamar a jugadores de Estudiantes de La Plata: no son los Enzo Pérez los que van a modificar el rendimiento el equipo. No es con ellos que la belleza volverá al fútbol argentino, a la selección nacional.

Tan al límite estamos que piensa bien Maradona, dice mal Di María y ejecuta peor Sabella. Un retrato de la Argentina 2014. Todo al revés. Y no por culpa de los fondos buitres extranjeros. Aquí, el conflicto, está en casa aunque duerma en la ‘Cidade do Galo’ en Belo Horizonte, Minas Gerais, Brasil.

IN TEMPORE: La organización mundialista continúa en débito, aunque se supera poco a poco. En el estadio Mineirão todo fue mejor que en el Maracaná carioca y mucho más ordenado que en el Itaqueirão paulista. Igual, los servicios nacionales, como transporte, hotelería, infraestructura en general, lejos están de lo mínimamente esperado.

(*) Director Perfil Brasil; creador de SoloFútbol y autor de Archivo [sin] Final.