martes 19 de marzo del 2024

Riquelme, el último ‘enfant terrible’

Román es el auténtico niño terrible que no se vende y eligió irse de Boca para no ser cómplice de su deterioro. Pocos entienden que su salida fue para hacerle un bien al club.

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Juan Román Riquelme nos hace olvidar del Mundial antes que el propio olvido lo archive con justa razón. Podríamos hablar meses de esta Copa, escribir miles de textos, a favor o muy críticos, de lo nuestro y de lo ajeno. La tentación es grande, los temas infinitos y las polémicas a gusto del consumidor. Pero allí está Román, ‘l’enfant terrible’, sepultando cualquier otro asunto del vasto universo futbolero. Su nombre me sabe a hierba, como cantaba Serrat, pero a hierba de potrero, raleada, siempre poca porque se la pisa mucho, rara. Como él.

Riquelme, a sus 36 años, es uno de los hombres más fieles a sí mismo que el presente nos legó. No se traiciona ni siquiera por Boca, su gran amor. El ‘Romi’ es el ‘Romi’. El que va y el que viene, pero siempre sobre una misma línea recta. Coincidiremos con él o no, como cuando renunció a la Selección de Maradona, pero siempre merece el respeto de los que todavía respetamos cualquier rasgo de coherencia que sobreviva en las demolidas adyacencias de ese barrio que un día se llamo ‘valor’ y hoy ‘desconsuelo’.

Es el auténtico ‘enfant terrible’, porque no se entrega. No se vende. Quiere tanto a Boca que lo deja porque no puede ser cómplice de su deterioro, ese que viene descascarando el oro bien allí donde empieza a aparecer el simple amarillo. Ese que de azul intenso una tarde se mostró rosa. Para Riquelme hay un solo Boca, el de la jerarquía máxima. Que no es este. Aunque lo represente Bianchi, Carlos Bianchi el técnico más ganador de su historia. Pero Bianchi no es Boca, si hasta fue River. Riquelme es Boca y en una sola pieza. Sin costuras, parches, pegamentos, nudos, remiendos o ataduras. Y tal vez por eso, hoy, uno no hable del otro.

Así, y ya que estamos con Serrat, Román cantó aquello de “Porque te quiero a ti / porque te quiero, / cerré mi puerta una mañana / y eché a andar. / Porque te quiero a ti / porque te quiero, / dejé los montes / y me vine al mar”. El mar del ‘Romi’ no hace olas, es un mar tranquilo, pero profundo en su esencia futbolística, se llama Argentinos Juniors; es un mar conocido, especialmente para él, porque allí aprendió a contemplar el fútbol que le gusta jugar, el de pelota al pie, el pase preciso, la jugada abonada al talento, sin pelotazos, siempre por abajo. Ese mar no está en los Atlas, es un club de La Paternal porteña que por ser de tan pocos es de todos. Por lo menos de todos los que queremos al fútbol, el que antes de ser un negocio fue un juego. De hombres, de divisas a defender, de hombres, de honores en disputa. Argentinos conserva algo de eso aunque no haya escapado al manoseo de algunos oportunistas.

No todos entienden que Riquelme se va para hacerle un bien a Boca.

Allí volvió Riquelme, para mirar al costado y verlo al Bichi Borghi dirigiendo al equipo. Pidiendo lo que en otros clubes no se pide más: “¡jueguen, jueguen!”. Todo cierra perfecto. Tal vez Román no hubiese vuelto al club que lo vio surgir si este continuase en Primera División. Porque el fixture lo hubiese enfrentado a Boca. En la décima o en la vigésima fecha, pero en algún momento lo hubiese confrontado a los colores que ama. Puede suponerse que descartó a Tigre, el que –creo- queda más cerca de su casa, porque con Tigre no hubiera podido escapar de ese compromiso ingrato. Porque, ¿y si hubiese que patear un penal? Es un profesional, lo metería. Fácil decirlo, pero a la noche hay que dormir. A la mañana siguiente su hijo también se lo reprocharía; claro, si los Riquelme son todos de Boca. Los diarios usarían ese penal para titular su edición del lunes. En su coherencia no hay dudas, en su instinto no existen las grietas.

Riquelme me hizo ver a Boca más veces de las que me imaginaba.

Seguramente muchos hinchas de Boca ya olvidaron todo lo que le dio al club y a ellos mismos, las 3 Libertadores, los 12 títulos en total y las cien jornadas de éxtasis, y no se contentan con su viaje a La Paternal. Si pronto lo insultan o ningunean no lo habrán merecido. Así es la vida. No todos entienden que el ‘enfant terrible’ se va para hacerle un bien a Boca. No apenas porque ya no está para entrenar como exige la Primera ‘A’, ni por problemas de contrato, si en Argentinos va a ganar mucho menos y se pierde de jugar alguna Copa y de aumentar sus récords. Simplemente no quiere ser compinche de la nada, de ese vacío que hoy habita el club y no lo llena ni desaloja el propio Riquelme. Da un paso al costado. Hay que aplaudirlo. El buen boquense debería continuar cantando a Serrat: “Porque te quiero a ti / porque te quiero,/ aunque estas lejos / yo te siento a flor de piel”.

Como buen y eterno ‘enfant terrible’ Román nació y morirá un tanto bohemio, contracultural, inconformista, idealista, de espíritu libre, cabeza dura también, rebelde con causa, iconoclasta, individualista y preferentemente solitario. Adentro de la cancha y afuera de ella, dicen que esa, su naturaleza, se aguza en los vestuarios, en la intimidad del grupo.

Sin dudas está más cerca de Zlatan Ibraimovic que de Messi, si queremos compararlo con el temperamento de otros genios del fútbol. Pero no es ninguno de los dos, es Riquelme, con sello propio, marca registrada. Un crack que me hizo ver a Boca más veces de las que me imaginaba; un ídolo que infelizmente ya no creo pueda vestir la camiseta de mi Racing; un rival que por suerte Dios alejó de Independiente (con Bochini ya tuvimos bastante), un diez que pudo haberle dado más a la Selección si se lo hubiese entendido. En suma, un jugador para admirar, un talento para imitar y un tipo para respetar.

Aunque ‘enfant terrible’ (niño terrible) es una expresión francesa, los entendidos discuten si quien primero la utilizó fue el tercer presidente americano Thomas Jefferson en una carta a su compatriota y arquitecto Pierre Charles L’Enfant –porque así se llamaba– o el escritor ruso León Tolstoi en su obra más conocida, Anna Karenina, al colocarla en boca de la Princesa Betsy Tverskaya para definir a otros dos personajes, Liza Merkalova y la propia Anna.

A nosotros no nos importa nada de eso, como tampoco nos importa si el primer jugador a encajar en esa descripción fue Enrique Omar Sívori o, antes, Heleno de Freitas; nos importa que el último crack a encarnar un auténtico ‘enfant terrible’ es Juan Román Riquelme. Y quien quiera verlo tendrá que seguir la campaña de los Bichos Colorados en la B Nacional. Perdérselo será un pecado imperdonable.

Más allá de los resultados que consiga el equipo de Borghi (espero que sean los mejores), es obligación de cualquier amante del buen fútbol no perderse el adiós de una de las últimas leyendas del fútbol nacional. Hay que ir a verlo como íbamos a ver a Talleres de Remedios de Escalada cuando allí recaló Pinino Más en los ochenta.

Riquelme no solo se va de Boca para ayudarlo, ni tampoco vuelve a Argentinos Juniors sólo por gratitud; Román arriesga el amor de muchos boquenses y su reputación histórica actuando en un club que puede ir mal en la segunda categoría, porque –además de todo aquello–, quiere volver a jugar el fútbol que más siente, el que nos gusta a todos; quiere tirar caños, ensayar jugadas imposibles sin poner en riesgo nada importante. En el fondo lo que quiere es ser feliz y sabe que allí, adonde está desembarcando, puede serlo porque allí ya fue feliz cuando más feliz se puede ser, en la infancia. Y eso no tiene precio… Como concluiría Serrat “tu nombre me lleva atado / en un pliegue de tu talle”.

IN TEMPORE: A los lectores que escriben ‘Martolio, me censuraste, no publicaste mi comentario anterior’ y cosas por el estilo, les cuento que nosotros, los columnistas –más allá de mi caso en particular: estoy a casi dos mil km de distancia de la central de edición de Perfil.com– no tenemos acceso a los comentarios originales. Como ustedes, sólo vemos aquellos que se publican. De todos modos garanto que no hay censura y si alguno no ‘se sube’ a la página es porque es impublicable, aunque ya vi muchos, con insultos plenos, que fueron vehiculados y yo los hubiese rebotado, no por una cuestión moral –aunque también–, sino porque como dijo Francisco de Quevedo “el insulto es la razón del que razón no tiene”.

(*) Director Perfil Brasil, creador de SóloFútbol y autor de Archivo [sin] Final