miércoles 24 de abril del 2024

La naranja robada del árbol vecino

La felicidad por el comienzo del fútbol argentino, que deja atrás un Mundial que no nos pertenece. La Copa es una moda de un mes, pero el torneo local nos envuelve de la cabeza a los pies.

442

Vuelve el fútbol local; comienza el raro torneo de transición que servirá de aperitivo al aún más extraño campeonato de treinta equipos. De todo eso ya hablaremos más adelante, habrá tiempo. Lo que importa es el regreso de nuestro fútbol. Chau Mundial, chau. No existe nada más lindo que el fútbol local. Tal vez nosotros, argentinos, seamos privilegiados por haber nacido mirando jugadores de calidad excelsa que otras naciones no tienen, sorprendiéndonos con talentos únicos, aplaudiendo equipos formidables que en otras latitudes no existen, siempre en la vanguardia táctica, con rivalidades históricas que son leyendas, fenómenos extraordinarios, pero también es probable que eso le pase, en cada país, a todos sus aficionados. No descarto que en continentes donde el fútbol no tiene nuestra dimensión, igualmente los hinchas lo sientan como lo sentimos nosotros, porque para cada uno la intensidad del fútbol local es su propia emoción, pertenece a su memoria más íntima y querida.

Cuando hablo de fútbol local me refiero a todos los torneos, todos: de la ‘A’ a la ‘D’, pasando por los regionales, inclusive los zonales. De Norte a Sur y de Este a Oeste el país futbolero, el que realmente sigue y vibra con el fútbol, no tiene domingo mejor que el que pasa en una cancha con olor a cuero rodando y fragancia de nosotros mismos. ¿Qué otro lugar puede superar ese donde dejamos lágrimas y sembramos sonrisas, donde cada uno sufrió y se alegró en igual proporción tantas veces todos los años?

El fútbol local nos envuelve de pie a cabeza porque le conocemos la receta, cada condimento y su punto de cocción; sabemos la formación del primer campeón y la del que se fue al descenso. Recordamos aquel gol del segundo tiempo contra aquel rival en aquel arco, el que da a la tribuna baja, donde un día lo fajaron a cierto referí. Tenemos nuestro rincón preferido, algunos allá arriba, en lo alto de la tribuna para ver mejor el despliegue táctico, otros contra el alambrado para gritarle al juez de línea. Eso, sea bueno o sea malo, no puede entregarlo la millonaria FIFA, ninguna Copa internacional, ninguna maquillada acción de marketing, ningún cofre de jeque árabe, ninguna billetera de magnate ruso. No serán canchas de césped especial, pero son canchas especiales para nosotros. Allí jugamos alguna vez y allí vimos jugar a quien después podíamos abrazar.

Los Mundiales, discúlpenme, son un show para tilingos. Nosotros, los del fútbol, también nos volvemos tilingos cada cuatro años. No digo lo contrario ni niego la realidad. Pero los Mundiales tienen muy poco que ver con la esencia del fútbol y menos aún con nosotros. Apenas nos aproxima ‘nuestra’ selección y algún rival que la prensa nos metió en la cabeza. Pero si hasta la nacionalidad es discutible, al menos la que no es ‘por herencia de sangre’ que esa sí vale, tiene legitimidad. La nuestra no, es impositiva. Somos argentinos, uruguayos o chilenos porque nuestra madre, a veces hasta accidentalmente y casi siempre por falta de opción, nos parió en Santa Fe, Montevideo o Puerto Mont. Nosotros no elegimos donde nacer y en consecuencia tampoco escogimos a nuestra selección, nos viene con el cordón umbilical. Es una herencia animal si se quiere.

En cambio a los clubes sí los elegimos, esos son nuestros. Nuestros de verdad, la pertenencia es total. Nos influenciaron padres, tíos, hermanos, amigos, sí, tampoco escondo eso, pero en definitiva la elección fue nuestra. Porque el elegido ese año fue campeón, o por los colores de su camiseta que nos encandiló, o por aquel jugador que nos pareció el heredero de un Dios griego, o porque ese fue el primer club que vimos jugar una tarde de sol y, además, venció por goleada o, simplemente, porque estaba a la vuelta de casa. Sea por lo que haya sido, la elección fue 100% nuestra. Así nos metemos de cabeza en los torneos locales y los vamos acompañando hasta que un día nos llama para siempre el que está allá arriba.

El circo de los Mundiales es tan fenomenal y bien montado que el mundo entero se dispone a ver apasionadamente lo que desconoce. La mayoría no sabe que en los saques laterales no existe off-side pero mira Argelia vs Honduras creyendo que es un clásico asiático y se come las uñas cuando van al alargue. Aún hoy, tras la Copa, pregunto a las personas qué les pareció Pogbá, el jugador revelación, y casi nadie tiene la mejor idea de quién es ni dónde juega. Ni se me ocurra preguntar por un camerunés o un australiano. Sería un chiste agraviante cuestionar sobre cuales selecciones usaron tres zagueros. Pero todo el mundo vio la Copa. ¿Vio? Se engañó, nos engañamos.

El Mundial es una fiestita bisiesta a la que entramos por la tele, por el barullo, la cerveza, el reunirnos con amigos, los avisos creativos, los colores de las camisetas, pero que en realidad no nos pertenece, no tiene nada que ver con nosotros aunque nos creamos internacionales y muchos hayan aprendido –ahora– que a los belgas les dicen los ‘Diablos Rojos’ como a Independiente. ¡Ah! Ahora también sabemos que los jugadores brasileños lloran cuando cantan el himno y que Bosnia y Herzegovina son un mismo país. Para algo y para algunos sirven los Mundiales, especialmente para los ignorantes de todo. Pero eso no es nuestro, ni siquiera es el fútbol en su esencia. Las Copas son una moda de un mes en el que podemos ser idiotas, con carnet habilitante, para cantar lo que se nos cante. Es el mes del ¡Viva la patria! Aunque sigamos soñando con París y Miami y nunca hayamos pisado Isidro Casanova: yo, al menos, lo conocí porque vi muchas veces a Almirante Brown.

Los Mundiales no se hacen para nosotros, meros mortales, lejos de todo, se hacen para la televisión, para el negocio de unos pocos a costa de muchos. Los felicito, claro, a sus autores y gestores. Pero no cambio un clásico cordobés por el partido 4 de la Zona C que se jugará en el Mineirão o en el Olímpico de Roma. Ya vi muchos Barracas Central y Victoriano Arenas más emotivos que la Final entre Argentina y Alemania. Lo juro. Ya vibré más en la cancha de El Porvenir y del Club Atlético Sastre que en muchos estadios mundialistas. Ya no soy un pibe para engañarme con la suntuosidad ficticia de construcciones inservibles, ya llené muchos álbumes de figuritas para creer que fracasé porque me falta una de la última edición, ya escuché partidos que también transmití, por tantas radios, con capos como Evaristo Monti o Yiyo Arangio, que me llenaron más que ciertos enfrentamientos europeos vistos en vivo en alguna Copa.

Lo nuestro es ‘el Tiburón’ y no Holanda; ‘la Fragata’ y ‘el Salaíto’ y no Suiza o Japón; ‘los Albos’ y no Estados Unidos; ‘el Decano’ y no Ghana; ‘los Piratas’ y no Croacia; ‘el Taladro’ y ‘la Academia’ y no Grecia o México. Somos ‘Charrúas’, ‘Funebreros’, ‘Carteros’ y ‘Pincharratas’; no somos Italia, Brasil, España o Alemania. Saboreemos una tribuna ‘tripera’ o ‘sabalera’ en vez de decir que no podemos vivir sin Mundial. ¡Por favor! ¡Please! ¡Si us plaus! ¡Lutfen! ¡Va rog! ¡S'il vous plaît! ¡Bitte! No somos tantos, por eso nos conocemos mucho. Bajemos a la realidad aunque en esa realidad tropecemos con los holdouts y escuchemos a Maradona pidiendo a Menotti para la Selección... Pero, al menos, sin los espejitos de colores que nos regala la FIFA como si fuésemos amerindios del siglo XV.

Los Mundiales son para que nuestras mujeres se aproximen al fútbol y entiendan un poquito porque nosotros, los hombres, somos tan locos, tan obsesivos, tan repetidos y tan felices con el fútbol. Inclusive con el ‘Fútbol para Todos’. Para que sepan de una buena vez por que preferimos pasar un domingo en ‘el Cilindro’ o la ‘Tacita de Plata’ antes que en la casa de sus padres, nuestros suegros. El disparatado Guillermo Nimo decía “por lo menos, así lo veo yo”; Ariano Suassuna, el escritor paraibano que murió esta semana lo expresaba mejor, de modo más ocurrente: “La Humanidad se divide en dos, los que concuerdan conmigo y los equivocados”. A los que concuerdan conmigo los veo siempre en una platea baja o una tribuna de madera, a los otros sólo los percibo en los Mundiales, cada cuatro años, porque semanalmente cuando juega su ‘equipo’ están con la patrona paseando en un shopping ¡mirando vidrieras! Sorry, cada loco con su tema, debo aceptarlo, pero no por ello creer que la Copa del Mundo es tan nuestra como Ischigualasto y el Valle de la Luna sanjuanino.

El fútbol local tiene el sabor de esa naranja que cuando purretes robábamos del árbol vecino para salir corriendo y comerla en el baldío de la otra cuadra. Nunca comimos una naranja más jugosa, dulce y sabrosa que esa. No importa que ya hayamos comido naranja con pato en algún restaurante francés, tan show como la Copa, o flambeada con canela hecha especialmente para nosotros. Ningún plato o postre de naranja elaborado por la mismísima Maru Botana, podría deliciarnos más que aquella naranja que además cargaba la aventura, la infracción, el riesgo y el momento que la convertía en nuestra. Con suerte le dábamos un gajo a quien nos pedía, porque esa naranja no se compartía, esa tenía una historia tan nuestra como el fútbol local, ese que vuelve ahora y a quienes nos gusta el fútbol nos deleitará más Defensa y Justicia ante Godoy Cruz que el aburrido Argentina 1 – Irán 0 de Belo Horizonte...

Y, sí, el verdadero Bernabeu está en La Rioja o Trenque Lauquen y el San Siro se yergue en Cañuelas; Wembley es patrimonio correntino y el Allianz Arena sólo existe en Neuquén. No vivamos de fantasías, somos argentinos, llegamos tarde a la reunión con los fondos buitres y para nosotros es noticia que Donda se pelee con Brancatelli que no tengo la menor idea de quién se trata. Hay tantas más chances de que nuestro vecino sea el Gordo Valor como demasiado pocas de que al lado de casa viva la reencarnación de Alicia Moreau de Justo. Que no nos embeba la frivolidad de lo que compra el dinero porque no es de esas canchas que emergen los Houseman o los Di María. James Rodríguez, que ahora descubrió el mundo, nos llenó de ilusión en el sur bonaerense, en Banfield, cuando nadie pagaba dos pesos por él. Nosotros tomamos sidra, champán sólo en casamiento ajeno. No perdamos la brújula argentina aunque no nos lleve a ninguna parte. Mejor estar donde somos ‘esto’ que estar donde no somos nada. Chau Mundial chau.

¿Que los estadios nacionales son una porquería? Sí, ya lo sé. ¿Qué uno no puede ir a un baño en una cancha porteña? No me sorprende, si quienes lo usamos somos nosotros, los argentinos. ¿Qué hay tantos peligros que no vale la pena ir a la cancha? Obvio, desconocer eso en este país es no saber sumar dos más dos. ¿Qué en los estacionamientos de las vecindades todavía hoy nos roban los radios o nos rayan el auto? Ok, ya pagué varios y por eso tengo seguro. ¿Que los mejores jugadores nuestros no disputan nuestros campeonatos? Claro, el dinero extranjero les cambia la vida a esos muchachos que no se irían si nuestra economía no fuese la agresión social que es. ¿Qué los dirigentes roban? Como los de afuera, ni más ni menos.

¿Qué las barras bravas viven de la droga? Tanto cuanto miles que no son barras bravas. ¿Qué se cambian los reglamentos de los torneos todo el tiempo, que una vez largos se acortan y una vez cortos se alargan y que si son en dos zonas no se enfrentan tal con cual y que si son todos contra todos no hay revanchas? Sí, lo sé, lo sé bien, y me enojan muchas de esas cosas, o todas, pero todo eso aunque parezca mentira y suene a exabrupto, a políticamente incorrecto, en el fondo eso también tiene que ver con el sabor del fútbol local, de lo nuestro. No somos suecos ni los cien barrios porteños están en Kioto.

Déjenme ver al 8 de Sportivo Belgrano o al 10 de Atlético Rafaela mientras como un choripán. No quieran contarme lo que la vida ya me contó ni quieran convencerme de lo que alguien como yo los convenció alguna vez. Nada de eso, aunque todo eso sea lamentable, penoso y angustiante, disminuye el sabor de la naranja robada del árbol vecino…

IN TEMPORE: No es fácil que entienda una sola línea de este texto quien sólo ‘mira fútbol’ en época de Mundiales. Bien decía Luigi Pirandello: “¿Cómo pueden entenderme si las palabras que digo llevan el significado y el valor de las cosas como son en mi interior; mientras que las que escuchan o leen, inevitablemente, las asumen con el sentido y el valor que tienen en su mundo interior?

(*) Director Perfil Brasil; creador de SoloFútbol y autor de Archivo [sin] Final.