jueves 28 de marzo del 2024

Di María, el Angel del Diablo

No sale con modelos ni es la cara de ninguna marca. Con marketing cero y apenas dos partidos jugados, es el nuevo ídolo del Manchester United. Su amistad con Cristiano Ronaldo.

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Tiembla. Sus piernas, que no lo hicieron en ningún momento de los 120 minutos del partido que acaba de ubicarlo en una página muy importante del fútbol argentino, no le responden de la misma manera que dentro del campo de juego. Su cuerpo tampoco. No hay caso. Cada vez que ve un micrófono, el jugador que todo lo puede con la pelota en los pies se transforma en el pibe de la Perdriel, ése que escapa a los flashes que todas las grandes figuras aman. Acaba de anotar el gol ante Suiza en el tiempo suplementario de los octavos de final de un Mundial que finalmente terminó con Argentina cayendo en la final, y sufre lo que más le aterra: ser el protagonista, el dueño de la escena. Porque este rosarino es todo lo contrario a lo que indican los estándares de las estrellas que son íconos de la moda y caras de las marcas más prestigiosas. Angel Di María es el antidivo moderno. Y el argentino más caro de la historia.

Su barrio a todos lados. “Nacer en la Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida”. El tatuaje, uno de los 14 que tiene, ocupa todo el antebrazo izquierdo y es el reflejo de lo importante que es para el rosarino el lugar en el mundo que lo hace feliz. Perdriel es una de esas tantas calles angostas y con zanjas del barrio oficialmente llamado Unión, pero más conocido como El Churrasco. Allí, a la altura 2066 de esa calle escondida de la geografía rosarina que todos llaman “la calle de Di María”, se forjó este crack que se convirtió en el jugador más caro de la historia de la Premier League –el Manchester United pagó 75 millones de euros por su pase–, y también están sus amigos de toda la vida, ésos a los que les consiguió diez entradas para la final del Mundial y a los que les pagó un chárter privado para que viajaran a Brasil cuando no había vuelos ni micros para el partido ante Alemania.

Nicolás, Gustavo, Axel, Diego y toda la Banda de Perdriel que se juntaba a patear en la esquina, en la intersección con Pizzurno, a metros del quiosco de Eli, son los que llevan el mismo tatuaje que él en el gemelo izquierdo. “Para mí, jugar en el Real Madrid es como si siguiera jugando con mis amigos en el barrio”, aseguró cuando llegó al equipo que lo tuvo como su jugador más determinante en la consagración en la Champions League, en mayo. La estrella que deslumbró en Old Trafford el fin de semana pasado sigue mostrando el mismo desparpajo que en El Torito, el club donde pateaba cuando no acompañaba a su padre a repartir las bolsas de carbón.

Su familia. El 22 de abril de 2013, la vida de Di María cambiaría para siempre. Esa noche su mujer, Jorgelina Cardoso, embarazada de seis meses, empezó a tener pérdidas y la llevaron al hospital Montepríncipe para realizar una cesárea de urgencia. Había 70% de posibilidades de que la beba no sobreviviera. Pero Mía, con el ímpetu que su padre muestra en la cancha, luchó y lo consiguió en los dos meses que estuvo internada. “Mi hija me enseñó que todo se puede, a saber que lo más difícil a veces se puede convertir en algo fácil, que el esfuerzo de uno puede tener recompensa; me enseñó a saber sufrir y a saber aguantar el dolor, a ser más fuerte. Todo esto que me transmitió me ayudó a hacer un año espectacular”, comentó Angel. Su esposa lejos está de la frivolidad que caracteriza a ciertas personalidades femeninas del mundo futbolístico. Su familia es su gran secreto.

Auténtico. “Te juro que cuando se agarró los huevos en el Bernabeu fue auténtico. El es así”. La palabra de uno de los hombres más cercanos a Di María recuerda uno de los quiebres en la relación del volante con el Real Madrid (ante el Celta, el 7 de enero). Un club que lo vendió por su política, que privilegia el marketing sobre los futbolistas que más le rinden y que lo hubiera perdido un año antes si no hubiese aparecido Cristiano Ronaldo. El que no dudó ni un segundo fue el Manchester United, que desembolsó contento cada uno de los euros que costó su pase. “Di María es un jugador de equipo. Tiene clase y puede acelerar nuestro juego, pero sobre todo juega en interés del grupo. Por eso lo hemos elegido”, dijo un tal Louis Van Gaal. Di María y equipo en la misma oración. Ese es su secreto.

Ese gran amigo portugués. Son los dos extremos. Uno es la frivolidad convertida en futbolista. El otro, todo lo contrario. Pero sólo el fútbol puede lograr que Angel Di María y Cristiano Ronaldo sean amigos. El portugués fue clave para que el argentino se quedara una temporada más en el Madrid cuando su destino parecía sellado por Florentino Pérez. El propio rosarino lo aseguró: “Sí, es verdad. No me lo dijo él, pero me enteré por otro lado. Es un orgullo que hable bien de mí y que me apoye para que no me vaya, como se decía que me podía ir. Es muy importante para mí”.

Pero la amistad no terminó en la capital española. Cristiano le aconsejó que aceptara la propuesta del United y que usara el mítico número 7 que él mismo había tenido en la espalda: “Cristiano me había dicho lo importante que era el número 7 aquí. El quería que usara el número 7 en el Manchester y cuando llegué aquí el club también quería. Para mí es algo muy lindo poder vestir la camiseta que llevaron tan grandes jugadores y, ojalá, hacer lo posible para no defraudar”, comentó el rosarino.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.

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