martes 23 de abril del 2024

El club que desafía al poder de los jeques

Los árabes dueños del Manchester City quisieron apoderarse del nombre del Melbourne City, pero chocaron con un equipo amateur de argentinos.

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En la Federación Australiana de Fútbol hay un caso único en el mundo: dos equipos se llaman igual. Como si fueran clones, ambos son Melbourne City FC. Uno, en Primera División, es propiedad de los dueños del Manchester City inglés. El otro, lo integra una comunidad de argentinos: presidente, técnico y diez jugadores del plantel. Y están en la cuarta categoría.

La cuestión de la identidad los llevó a juicio. En 2013 empezaron los problemas entre ellos. Años atrás, en 2008, un grupo de árabes montó un monopolio futbolístico: el City Football Group. Arrancaron fuerte: compraron el Manchester City y planificaron una expansión global. Desembarcaron en Australia. Vieron un mercado económico importante en una tierra fértil para sembrar el negocio del fútbol. El eslogan de la marca es llamar a todos los clubes igual: el nombre de la ciudad, la palabra “City” y FC. Compraron el Melbourne Heart, un club de la A-League, división de élite, a cambio de 12 millones de dólares. Se quedaron con el pase de Jonatan Germano, un argentino surgido en Estudiantes de La Plata que jugaba ahí.

Tenían un problema: en Melbourne, la ciudad elegida, el nombre que necesitaban, Melbourne City FC, no estaba disponible. Una especie de gran familia de argentinos exiliados, amantes de la pastafrola, a cuyos partidos asisten cerca de 2 mil personas, usaban la denominación para su club desde 1991. Parecía fácil: darle caramelos al nene, y listo.

Vender la identidad. “Siempre jodíamos con que iban a robarnos el nombre”, cuenta Leonel Malik. Leonel nació en Australia y vivió en Rosario. La crisis de 2001 lo obligó a emigrar. Tiene la tonada argentina intacta, en la punta de la lengua. De día trabaja en la construcción, de noche es el técnico del Melbourne City. Dirige un plantel con una decena de argentinos, tres uruguayos y siete colombianos. Ellos también trabajan. Algunos cobran 350 dólares por partido.

Un socio del grupo económico empezó a ver los partidos en la tribuna, solo, escondido entre argentinos. Estudió el mercado. Solicitó una reunión con Fabián Giménez, mandamás del club. Giménez es hijo de argentinos. No habla español, pero lo entiende. Concretaron el encuentro. Los representantes de los árabes plantearon una situación amigable, una especie de asistencialismo a cambio de la denominación oficial: camisetas, arcos, pelotas. Llegaron a preguntar cuánto querían por el “Melbourne City FC”. “No nos interesa la plata”, respondió el dirigente.

La comunidad debatió la idea de ceder su nombre y someterse a los tentáculos del monopolio, al humor de millonarios excéntricos que mañana pueden querer dedicarse al turf y dinamitar la pelota por el aire. Los rechazaron.

Entonces empezó el litigio: los árabes, lejos de esperar una resolución judicial, inscribieron el nombre en la Federación. Lo registraron sin trabas, adornaron el campeonato australiano con figuras –trajeron a David Villa–, consiguieron un impacto mediático mundial. Y, con una camiseta idéntica a la del Manchester City, debutaron. “Podemos coexistir porque no les hacemos daño”, argumentaron.

—Quisieron piratearnos. Como con las Malvinas –dispara Malik.

El amigo del otro lado. Germano, el argentino del Melbourne millonario, es muy amigo de Malik, su compatriota entrenador del Melbourne original. Simpatiza con su equipo. Va a la cancha con su esposa e hijo, se suman en los asados. Ahí se siente cerca del país.

Con el Guaje Villa eran los únicos del vestuario del otro Melbourne City que hablaban en español. Se hicieron amigos. “Es un tipo humilde: eso lo transforma en una estrella”, dice. Todavía hablan, aunque el español juega en New York City FC –otra franquicia del City Football Group–.

Su club tiene el centro de entrenamiento más avanzado del país. Hicieron una pretemporada en el predio del Manchester City. Este año se prepararon en Abu Dabi, con el equipo inglés. Ahí conoció a los dueños del equipo.

Giménez, en cambio, jamás les vio la cara. A pesar de eso, están en una etapa avanzada del juicio: la Justicia está cerca de reconocerles a los argentinos la legitimidad del nombre, y obligaría a los jeques a desembolsar una cifra millonaria como compensación por usar esa nomenclatura ilegalmente. No fue simple: tuvieron que contratar abogados, gastar cerca de 300 mil dólares para seguir el caso. Tres argentinos habitués del club afrontaron los costos de su bolsillo.

“No van a dar marcha atrás. No van a aceptar que perdieron una batalla legal con un club tan chico. Es como que Sacachispas le gane un juicio a River”, afirma Malik. Lo cuenta con orgullo argentino, ese que se construye desde afuera, y florece de lejos.

Germano se afianzó futbolísticamente lejos de casa. Sueña con volver al fútbol argentino, aunque disfruta jugar en el Melbourne City. Y comer asados en el Melbourne City.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.