jueves 28 de marzo del 2024

Se jugó el Superclásico del fin del mundo

Una filial de River y una peña de Boca se enfrentaron en Ushuaia en una previa a tres mil kilómetros de distancia. Hubo árbitro, trofeo y camaradería. ¿Quién ganó?

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Los tipos viajan, se van lejos, muy lejos, y se instalan allá por el fin del mundo. Están un mes, dos meses, tres, y extrañan. Extrañan el barrio, los amigos, los familiares, algún vecino. Uno también extraña a Boca. Y el otro también extraña a River. Porque no es lo mismo seguir a tu equipo a tres mil kilómetros. Necesitan hacer algo con esa nostalgia de hincha. Entonces uno se junta con otros que también añoran esos domingos en el Monumental. Y el otro hace lo mismo, pero con aquellos que alguna vez se estremecieron en la Bombonera. Así, en grupo, los kilómetros se acortan. Hasta que se les ocurre una idea disparatada. En diez días se vienen tres Boca-River que definen la punta del torneo y el pase a cuartos de final de la Libertadores. Tienen que hacer algo. Y lo hacen: la banda de Millonarios nostálgicos desafía a la banda de Xeneizes nostálgicos. Once contra once en una cancha de césped sintético, con árbitro, público en las tribunas y una copa en juego. En una semana organizan todo. Es la mejor previa que les permite la distancia. Se jugó anoche, en Ushuaia. Y no fue un partido más: fue el primer Superclásico del Fin del Mundo.

Buenos vecinos. Mario Ghisolfi tiene 26 años y hace tres que se instaló en Ushuaia por razones laborales. Dejó Glew, dejó amigos, dejó a River. Era uno de esos hinchas que van a la cancha hasta cuando juega un amistoso en Mar del Plata. Pero ahora, en la ciudad más austral del mundo, se tiene que resignar a mirar el Monumental por televisión. Ahí, por ejemplo, se desahogó con el ascenso. Ahí compartió el título del torneo Final 2014 con otros miles de hinchas que celebraron en la calle San Martín, la principal del centro de la ciudad. Ahí se le ocurrió hace poco más de seis meses que lo mejor que le podía pasar a su nostalgia millonaria era organizar una filial de River. Así nació el Movimiento Ushuaia es de River. Se juntaron unas cuarenta, cincuenta personas con un objetivo: que el club los acepte como filial oficial. Están en eso. Mientras tanto se juntan para mirar cada partido que juega el Millonario, como se van a juntar para sufrir el de hoy y los de los próximos jueves.

Julio Quiroga tiene 39 años y hace uno se instaló en Ushuaia por razones laborales. Dejó Ciudad Evita, dejó amigos, dejó a Boca. No es uno de esos hinchas que van a todos lados, pero se enciende con la camiseta azul y amarilla. Como suboficial superior de la Armada, lo destinaron a la ciudad más austral del mundo por seis años más. Ahí se le ocurrió hace cuatro meses que lo mejor que le podía pasar a su nostalgia xeneize era organizar una filial de Boca. Así nació el proyecto que, de la misma manera que el de River, se encuentra en una instancia burocrática para que el club lo reconozca.

Se podría decir que la mayor diferencia entre Mario y Julio es el fútbol. Lo que los enfrenta, lo que los ubica en veredas diferentes, es la camiseta. Estos enemigos íntimos son los que organizaron el superclásico que se jugó anoche. Los dos coinciden en que se trató de una experiencia de “camaradería”, una demostración de “convivencia”, un partido “por la paz”.

El resultado del partido es anecdótico. Fueron dos tiempos de treinta minutos, en medio del frío y con amenaza de lluvia. En la cancha se mezclaron casacas de distintos modelos. Y un árbitro que consiguieron a último momento y que, dicen, dejó pasar unas cuantas posiciones adelantadas. ¿Y el resultado? Bueno, después de todo fue un partido. De camaradería, pero partido al fin. Terminó 6-4. ¿Quién ganó? El trofeo del primer Superclásico del Fin del Mundo se lo quedó Boca.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.

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