jueves 25 de abril del 2024

Nadie y todos; todos y nadie

El histórico bochorno del Superclásico puso de relieve todo lo que ya sabíamos, pero lo hizo de manera exagerada. De los hinchas pacíficos nadie se acuerda.

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Como en la fila de los trabajadores cuando se van pasando de mano en mano un ladrillo o un cargamento al bajarlo de un camión o del tren, el peso de la carga va aumentando hasta hacerse intolerable. Se han pasado tantos ladrillos que cuando llegan los últimos, cada laburante se lo saca de las manos muy rápido porque no lo puede sostener más, al borde del agotamiento.

Así parece estar el fútbol argentino y la sociedad toda, cuando del deporte más popular se trata. El ladrillo es la responsabilidad de cada uno, las obligaciones y deberes, las culpas que le corresponden a los sectores por su intervención en situaciones siniestras. En la lista, no se salva nadie: dirigentes, público, jugadores, fuerzas de seguridad, funcionarios políticos y judiciales, medios de comunicación, cuerpos técnicos y la lista de pasadores de ladrillos podría seguir un poco más. Eso sí, nadie lo quiere tener al ladrillo por más de un instante.

El histórico bochorno del Superclásico puso de relieve todo lo que ya sabíamos, pero lo hizo de manera exagerada, brutal, para que el mundo no cambiara de opinión sobre el fútbol argentino, la delincuencia organizada y sus complicidades de todo tipo en el Estado. Es decir, nada ha cambiado y todo puede ser peor aún. Ni en semejante partido se pueden medir los que siempre quieren pudrir todo. No alcanza con algunos esfuerzos genuinos para frenarlos.

Jugadores rociados con un líquido a través de la manga que los depositaba en el campo de juego, caos de seguridad, rivales que esperaban trotando como si se tratara de una minucia, árbitro sin decisión, el temor que se apoderó de los representantes de la Conmebol porque era complicado suspender el juego con 55 mil personas en las tribunas, la gente que no entendía y cantaba lo que quería la barra, todo fue un cóctel siniestro.

Pasados los minutos, esclarecida mínimamente la situación, muchos hinchas fueron comprendiendo la gravedad y el silencio se hizo presente en la Bombonera, demostrando que eran miles los que mezclaban su indignación, con asombro y consternación. Al final, con mucha demora, el plantel de River dejó la cancha protegido por escudos policiales y sufriendo una lluvia de botellas de agua, lanzadas por plateístas iracundos que no fueron pocos.

La sanción de la Conmebol a Boca se fue demorando. Las presiones para reducir un castigo que se juzgaba inevitable, tuvieron efecto. Boca quedó afuera de la Copa, algo que no resiste análisis, porque era un partido eliminatorio y los futbolistas de River no podían seguir jugando. El partido estuvo bien suspendido y el fallo, en ese sentido, no merece reparos, más allá de la bronca de muchos hinchas y la queja obligada del presidente Angelici.

Sin embargo, la pena impuesta al club por los incidentes es pequeña, de acuerdo a lo que pasó. Si llega a la Copa Libertadores de 2016, Boca jugará la primera fase y octavos de final sin su público. Por más increíble que parezca, no se ha clausurado la Bombonera y podrá ser local en su estadio, cuando en situaciones más leves, la mayoría de los clubes han cambiado de escenario para participar.

No es casualidad que PERFIL haya titulado “Ganó Boca” y que los habituales portadores de malas noticias en la gráfica nacional hayan errado el cálculo de las sanciones. Los supuestos dueños de la verdad también se equivocaron aquí. Aunque en este caso, el sentido común y el criterio forzaban a pensar en una pena superior. No fue así.

En el fútbol argentino, como en muchos otros, existen las clases sociales. Hay hijos y entenados. Hay clubes poderosos, con masivo apoyo popular, que disfrutan de ciertas ventajas a la hora de los castigos. Un reflejo exacto de una sociedad latinoamericana donde todavía el concepto de igualdad ante la ley no se aplica. Mucho menos, en la justicia deportiva.

El tuit de un amigo que anticipó la levedad de la pena, fue muy claro: “El fallo le clausura la cancha a Huracán, desafilia a Chacarita y le saca puntos a Chicago…” La sonrisa al leerlo, se borró rápido cuando conocimos la veracidad de la información. Afirmar esto, lleva a muchos hinchas boquenses a creer que el periodismo que discrepó con la Conmebol quería beneficiar a River. Quizá algunos no entiendan que si hubiese pasado al revés, estaríamos diciendo lo mismo. Y que no es, justamente River, el opuesto de Boca. Más bien que ambos forman parte por igual de esa aristocracia futbolera que mencionamos.

¿Y los hinchas pacíficos? ¿Y las ilusiones de tanta gente en otros puntos del país? De esos nadie se acuerda. Empezando por las barras bravas, siguiendo por los fanáticos que son muchos en cada club y que se comportan casi igual que ellos, aunque al otro día parezcan mansos corderitos en sus trabajos o con sus familias. El fútbol argentino está carcomido por una cuestión cultural que no es sencilla: le damos una importancia que no debería tener y lo hacemos desde un costado de dramatismo, por encima largamente del costado festivo.

Lo más importante, lo que ganó los corazones desde hace varias décadas es disfrutar la bronca y la tristeza del rival. Cargarlo, molestarlo, ridiculizarlo hasta que se pueda. Por eso, para muchos el drone estuvo bien, porque gastó a River en la B. Y por supuesto, cantar a voz en cuello contra todos los que no son hinchas de mi equipo. Pasa en la tribuna de Boca, en la de River y en todas las demás. Demostrando que nuestro deporte se va empequeñeciendo más y más y que el futuro nos espera con partidos sin público (para evitar conflictos entre los propios hinchas del mismo equipo) y mirando todo por televisión. ¿Hasta cuándo?

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