martes 19 de marzo del 2024

Encarnar a ‘Los Pumas’, el riesgo de la Selección

Tal vez no duela tanto el triunfo de esos vecinos que siempre tratamos como ciudadanos inferiores, como el saber que hasta en el fútbol somos, hoy por hoy y desde hace décadas, perdedores.

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Chile nos hizo cruzar la cordillera de lo real, esa que no es geográfica, no está en los mapas ni se define en los atlas y tanto se antepone a la objetividad; la misma que en la Argentina, muchas veces, se ignora por petulancia y nos impide ver que hay vida sin nosotros aunque creamos ser la vida misma. O lo mejor de ella. Sí, Chile, el enemigo de ‘Argrietina’ desde los tiempos que obligaron al cardenal Samoré a tomar un avión de Alitalia, en el final de los tristes setenta, es el nuevo campeón de América y por aquí, eso, parece doler más que perder el Beagle.

Tal vez no duela tanto el triunfo de esos vecinos que siempre tratamos como ciudadanos inferiores, como el saber que hasta en el fútbol somos, hoy por hoy y desde hace décadas, perdedores. Buscamos triunfos en el amateurismo olímpico, en los juveniles, repasamos la historia y nada. Aunque busquemos en todos los idiomas que Google lo permite, no vamos a encontrar títulos ‘mayores’ en este siglo ni en el final del anterior, quedaron en los archivos junto a nombres como Passarella, Maradona, Kempes, Batistuta...

Si bien el último festejo fue en 1993 en Ecuador, el penúltimo, como curiosidad del destino, fue dos años antes justamente en Chile, en el mismo Estadio Nacional, que debió ser demolido por haber servido de centro de tortura durante la dictadura de Pinochet, pero sobrevivió en la esperanza de un día ser palco de alguna gloria desconocida. Y ese día llegó: Sábado 5 de julio de 2015, cuando conmemoró su primera conquista internacional oficial de toda su historia. Sí, sí, leyó bien. Chile, en selecciones mayores, nunca había ganado nada. Esta Copa América es su primera sonrisa. No sabía lo que era levantar un trofeo. Ahora lo sabe. Con disfrute doble: le ganó al vecino que lo tenía de hijo, con Messi & Cia en cancha.

En el historial le llevábamos tanta ventaja que bien se podía prescindir de jugarse el partido. No había otro ganador que no fuésemos nosotros, los ahora últimos torturados del Estadio Nacional. En lo concerniente a la Copa América habíamos jugado 24 veces con 19 victorias. Chile jamás nos venció (pues, en el partido mismo, tampoco ganaron ahora, ya que la consagración les llegó por penales). Los otros seis fueron empates. Además, ellos no tenían ni tienen a Messi. Nosotros, en la Selección, algunas veces, como el sábado, tampoco. Pero, con Messi o sin Messi, poco importaba, si éramos los mejores… “Decime qué se siente…”

¿Cómo nos van a ganar ahora, por ‘generación de oro’ que tengan en este momento, si a través del tiempo sólo les reconocimos talento en el despreciable oficio del ‘punguismo’? ¡Si tuvo que ir a libertarlos del yugo hispano nuestro General San Martín! ¡Qué nos van a derrotar estos ‘manzaneros’ a los que vencimos cuando tenían a Elías Figueroa o a Iván Zamorano ! Dura lección la del sábado que, obviamente, no servirá para nada, como tantas otras que ya recibimos, pero lección al fin. Repasémosla.

La goleada a Paraguay, en semifinales, confundió a todos los que querían confundirse, los que se confunden siempre, los ‘argentos’ que cambian análisis por deseos. Ninguno de esos patriotas (creer en milagros nacionales es un pasaporte a ese cielo de civilidad jurídica) percibió que Paraguay jugó seis partidos en esta Copa América y ganó uno solo, a Jamaica, por un miserable 1 a 0 y con un gol que le costó la titularidad al arquero nacido en la tierra de Bob Marley –‘Amén’.

Paraguay tuvo la garra de siempre y a un técnico que nunca pasa vergüenza, Ramón Díaz. No fue más que eso. Pero la media docena de goles del anterior martes a la noche y un mensaje de Al Pacino, típica flaqueza de viejo enamorado de una joven y linda argentina, hicieron creer que el título ya estaba en casa. Ah, y Messi, reciente triple campeón en Europa. Pero Messi no jugó la final aunque haya estado en cancha. Al Pacino, con suerte, si su piba le prendió el televisor, vio el partido; no pudo hacer más que eso. Y Paraguay ya había hecho las valijas. La final era un desafío distinto, era con Chile, pedía otra cosa, algo más que supuestos y mensajes de amor.

Los ilusos, que sólo miran los partidos de Argentina, no vieron a Chile en toda la Copa América. No vieron que fue el único equipo que conjugó las dos cosas que necesita un campeón: cracks y juego colectivo. Lo exhibió en los seis encuentros aunque haya empatado uno antes de la final. En cambio, la fabulosa celeste y blanca, que en la cotización de sus individualidades vale más que YPF y Aerolíneas juntas, sólo ganó la mitad de sus partidos. Empató tres de seis. No ganó la mitad de lo que jugó. Y llegó a la final porque en los penales, contra la angustiada Colombia, volvió a brillar la estrella del arquero Chiquito Romero. Pero ya nos sentíamos campeones, más aún que un año atrás, cuando en el Maracaná nos esperaba Alemania. ¡Y otra vez sopa!

Como en esa final, esta vez también Argentina tuvo mala suerte: a los 20 minutos perdió al único jugador que la organiza y la lleva para adelante; se quedó sin su herramienta más importante: el rosarino Ángel Di María. Como ante los alemanes, su ausencia fue decisiva. Con su salida, en Santiago se esfumaron las chances de ganar algo con este grupo perdedor (lleva dos décadas largas sin conquistar un chocolatín a nivel profesional). Di María no es Maradona pero… Di María de media cancha hacia adelante y Mascherano de media cancha hacia atrás, son la Selección. Y Messi, en el área rival, cuando juega. Sin olvidarnos de Romero a la hora de los penales. El resto, señores, puede estar o no estar que no cambia mucho la cosa. Pueden ser estos u otros, pero es más de lo mismo. Son cracks para la prensa deportiva que vende su pescado y las señoras gordas que se vuelven hinchas en estas fechas. No lo son en la cancha. Al menos no lo son cuando visten la pesada camiseta de la Selección.

Si descartamos a Messi, que es el caso insigne de esa bipolaridad, el ‘Kun’ Agüero es el otro gran crack de club que se desinfla con la celeste y blanca (aunque esta vez rindió más que en otros torneos)… Carlos Tevez es algo parecido, los minutos que jugó le dieron la razón a Sabella que lo dejó afuera de Brasil 2014… Para colmo, Higuaín ya ni de penal la mete. El mejor defensor, Ezequiel Garay, que no es Perfumo, se lesionó cuando más se lo necesitaba, es un muchacho sin suerte. Nunca olvidemos que Napoleón destituía a los Generales sin suerte. La victoria es hija de la Diosa de la Fortuna y del Señor Azar. Y nieta de Doña Disciplina y Don Conocimiento.

Creer en un equipo que alista en su defensa titular a Marcos Rojo no es un acto de fe, es un pronunciamiento de insensatez mayúscula. Rojo, diferente de Agüero y compañía, tampoco es crack en su club. Es mediocre. En la final parecía un entretenimiento Disney: por su lateral se divirtieron varios, Isla, Valdivia, Alexis Sánchez, alguna vez Vidal, también Vargas y por momentos Aránguiz. La entrada era libre y gratuita. ¡Que siga la fiesta! ¡Que viva Chile!

El ‘Tata’ Martino, fuera de la cancha –parece– consiguió manejar la Feria de Vanidades que compone su elogiado plantel, lo que es positivo (Sabella también lo consiguió), pero tácticamente el técnico volvió a parecerse al que fue en el Barcelona; se mostró desorientado. Supongo que seguirá en su función, ‘no hay motivo para reemplazarlo’, pero no es un ganador nato, jamás lo fue como jugador pese a sus virtudes naturales; no lo imagino en la cima del mundo. Peca en lo chiquito y está lejos de lo grande.

Tácticamente nunca se supo por qué Argentina, con tenencia de pelota absurda en casi todos los momentos de casi todos los partidos, jamás generó situaciones de goles en proporción. Siendo este un seleccionado eminentemente ofensivo, fue tan inoperante como el mismísimo Messi (1 gol ¡y de penal! en seis partidos... ). A Martino le fue bien con la Selección paraguaya porque no tenía exigencias de máxima. Lo mismo en Newell’s. Pero cuando se le sube la vara, el hombre no llega. Quienes lo vimos jugar sabemos que también era así con pantalones cortos. Por eso nunca vistió una camiseta ‘grande’ ni fue jugador de Selección, más allá de algún devaneo esporádico.

Si excluimos la noche de la semifinal, Argentina señaló sólo 4 goles en 5 partidos… En toda la Copa, la Selección de Messi y Agüero metió 10 goles: ocho fueron a Paraguay sumados los dos partidos. A los otros cuatro le marcamos nada más que dos tantos. Además, llegamos a la final sin enfrentar a Brasil, el mayor ganador de Mundiales que se quedó afuera porque perdió a su único crack, Neymar. No es por nada, no intento desmerecer a nadie, pero –salvo Uruguay- los rivales que tuvimos en esta edición siempre fueron nuestras víctimas. Entre Chile, Paraguay, Jamaica y Colombia, en casi un siglo de Copa América, nos ganaron dos partidos… (las dos veces Colombia) Papita pal’loro en la previa. ¡Minga en la realidad!

Los goles llegaron amontonados en un único partido, frente a un Paraguay que esa noche, defensivamente, parecía Argentina. Hacía agua hasta en tierra seca. La mejor demostración de que esa goleada fue un ‘accidente de inspiración’ es que a ese mismo Paraguay se le empató 2 a 2 una semana antes… A Uruguay sin sus mejores defensores, Cáceres y Lugano, y sin sus últimos mejores atacantes, Luis Suárez y Forlán se lo derrotó uno a cero y pidiendo permiso. La noche ante Jamaica fue triste. Casi bochornosa. Y con la peor Colombia de los últimos 20 años, también con ausencias, hubo que esperar que Romero atajase algún penal porque Rojo casi nos deja afuera.

Después, la goleada guaraní y a la final con una hinchada (la que estaba en Chile, por lo menos) que se sentía más ganadora que el propio equipo. Pero nadie gana con aliento. Se gana en la cancha. Jugando. Como jugó Chile de principio a fin. El argentino Jorge Sampaoli, su técnico, mostró cómo se para un equipo. Vertical en defensa, horizontal en el ataque. Y un medio lleno de diagonales. Su lateral derecho, Mauricio Isla dio lección durante seis noches seguidas de cómo se usa una franja externa. Su par, de nuestro lado, Zabaleta, no fue Isla. Chile, casi como Argentina, no tiene resuelto su costado defensivo izquierdo. Usó tres jugadores en seis partidos. Es su punto flaco. Pero ninguno de los usados, Mena, Albornoz y Beausejour son inferiores a Rojo, el peor lateral de América.

Los centrales chilenos son bajitos, pero las sacan todas, aún cuando uno de los titulares, Jara, se tuvo que ir antes de las semifinales por indebido uso de dedos y se perdió semifinal y final. Gary Medel, a quien en Boca le dieron mínimas chances, fue más que todos los centrales argentinos juntos, aún cuando el longevo Demichelis cumplió y Otamendi fue un lujo si lo comparamos con el excluido Federico Fernández. Pero, aún mejorada, seguimos sin retaguardia. No tenemos una gran defensa, a la altura de la historia, de la camiseta blanquiceleste. Se depende demasiado de la mala puntería adversaria y de que Mascherano no los deje pasar en el medio.

Martino jugó casi todos los partidos, a favor de la tenencia de pelota, con línea de tres zagueros. Adelantó a Zabaleta y Rojo que no saben defender, y retrasó a Mascherano; lo paró en el medio de los centrales, pegando gritos, ordenando, enseñando que por atajos se llega antes. Así, corrigió las burradas que se suelen cometer; pero Mascherano, tan ocupado en el fondo, faltó en el medio. Lucas Biglia, el rey del orden, juega tan prolijamente que le da tiempo al rival para acomodarse (no entendí por qué Éver Banega, que me generaba dudas antes del debut, perdió la titularidad después de jugar su mejor partido en la Selección: primera fecha ante Paraguay).

Por suerte, ese mediocampo, tuvo la gran revelación de esta Copa: Javier Pastore. El cordobés sorprendió gratamente. Cuarenta años atrás, cuando no existían los cambios, Pastore no hubiese podido ser jugador profesional: el pobre no puede jugar 90 minutos seguidos, necesita ser reemplazado; pero la rompió. La hora promedio que actuó en los seis cotejos de esta Copa, se mostró como el nuevo distribuidor, además de ser quien mejor lo entiende a Messi. Crea, es hábil, va para adelante, busca el arco si se lo permiten y en la final terminó peleando pelotas al mejor estilo Mascherano. Gran labor. Lo mejor de la Argentina en todo el torneo. Nunca lo imaginé siquiera jugador de selección, sin embargo, se destapó y cómo!!!

Adelante… Adelante está el dilema, la incógnita, la lógica ilógica. Es donde mejor material individual hay y donde menos se produce, menos se juega, proporcionalmente, en forma colectiva. Todos quieren agradar a Messi. Y Messi quiere hacer su gol, ese gol que le falta para que la Argentina gane algo con él en cancha. Piensa en los récords de Batistuta, a quien nunca podrá alcanzar en porcentajes, y se frustra. Messi fue el gran ausente de la final. Entró a la cancha un ratito en el primer tiempo, en el último minuto del segundo y cuando pateó su penal. Muy poco para quien, dicen, es el mejor jugador del planeta. Hay que entender que, así como Di María no es Maradona, Messi no es Batistuta (con ellos esto no pasaba) y que los goles que todos nuestros nuevos ricos meten en Europa aquí no suman…

Agüero arrancó con todo aquella noche del debut con Paraguay, parecía que iba a ser su Copa. Pero se fue diluyendo, terminó casi desapareciendo. De mayor a menor. La Selección le sigue pesando. Igual, hoy por hoy, no tiene rival. Scocco anda bajo, muy bajo. Y el que más merece una oportunidad, Lucas Pratto, nunca será convocado por Martino. Pena. Con los mediocres minutos de Tevez en cancha quedó demostrado, nuevamente, que juega mucho cuando está afuera, pero juega nada cuando entra. Higuaín, pobre, si la suerte no lo acompaña se parece más a su papá cuando era un aguerrido defensor , lleno de coraje, impetuoso, que a él mismo, al que una vez fue en el Real Madrid y se perdió en los millones europeos. Y Lavezzi es más ‘Pocho’ que crack, especialmente si se lo usa mal como lo usó el ‘Tata’.

Uno de los errores de Martino fue substituir a Di María, cuando se retiró lesionado, por Ezequiel Lavezzi… ¡para que juegue de Di María! ¿A quién se le ocurre eso? Al DT del seleccionado. Lavezzi es un velocista que desarticula defensas cuando juega abierto, y le meten pelotazos. Sólo que Argentina no es un equipo para jugar al pelotazo: primera dificultad. Es un jugador apto para el contragolpe, lo que no siempre sucede con la Selección, casi nunca en verdad, porque el resto del equipo es más para atacar que para esperar, superior técnicamente a sus rivales. Entre otras cosas porque no tiene con quién esperar, más allá de Mascherano, y le sobra pie para hacerse del balón y avanzar. Martino aún no se dio cuenta. Cuando lo advierta probablemente ya no será el entrenador argentino.

Las eliminatorias serán más duras que esta Copa América. Y de los seis técnicos connacionales que hubo en el torneo, nadie duda que Sampaoli superó a los demás, que Gareca fue un suceso y que Ramón Díaz invita a reflexionar. Gustavo Quinteros no tuvo materia prima para mostrarse ni tiempo para trabajar y Pekerman está envejecido; sospecho, en retirada. El mensaje está pasado… Ahora es con usted, Martino. Eso en cuanto al entrenador, respecto del equipo el gran riesgo es que se acostumbre a perder y en cualquier momento, encarnando el triste síndrome de los Puma, festeje una derrota. ¡Dios no lo permita! Con el rugby basta y sobra. Pero hacía allí caminamos…

IN TEMPORE I: Para que no todo sean lágrimas en el poco racional universo patriótico-futbolero nacional, y para que pensemos si no llegó la hora de volver a nuestros orígenes, recuerdo que ya una vez, por Copa América, también en Santiago, se enfrentaron Chile y Argentina en partido decisivo (el local jugaba por el empate y nosotros por la victoria). Entonces, y como siempre en aquellos idos, ganó ‘Argrietina’ 1 a 0, con gol del wing derecho de Independiente, Micheli, a los 14 minutos del segundo tiempo –salió media hora después para que ingrese el riverplatense Santiago Vernazza.

Fue el 30 de marzo de 1955 ante 65 mil espectadores (había tanto público que murieron seis espectadores asfixiados, pisoteados…). Dirigió el uruguayo Washington Rodríguez y por ARGENTINA sólo jugaron cracks de cuatro ‘Grandes’: Musimessi (Boca), Dellacha (Racing) y Vairo (River); Lombardo (Boca), Balay (Racing) y Ernesto Gutiérrez (Racing); Micheli (Independiente), Cecconato (Independiente), Borello (Boca), Labruna (River) y Cucchiaroni (Boca). DT: Guillermo Stábile (Racing).

Diferente de hoy, ninguno jugaba en Europa, todos sentían la camiseta nacional como parte de su propia piel, no eran millonarios y, claro, se ganaba casi todo lo que se jugaba, eran épocas de selecciones vencedoras.

Esa fue una de las cuatro Copas América que nos trajimos de tierras trasandinas: nunca estuvimos afuera de la final en ninguna de las siete ediciones organizadas por Chile. Y las dos que perdimos, antes del sábado, fueron con Uruguay (1920 y 1926, tiempos en que Uruguay era imbatible: se consagró bicampeón olímpico en 1924 y 1928 y primer campeón mundial en 1930; en esa década también conquistó cuatro Copas América).

Pero hoy festeja Chile. Chi-chi-chi-le-le-le, mientras nosotros buscamos la pelota que Higuaín mandó a la cordillera y la motivación que inspire a Messi para producir en la Selección lo mismo que en el Barcelona. ¿Habrá que nacionalizar a Iniesta?

IN TEMPORE II: Dos columnas atrás, días antes del inicio de la Copa América, dije que el gran candidato era Chile y no Argentina. Ganó Chile.