jueves 28 de marzo del 2024

Daniel Scioli y el agua, pero ayer

Hoy el Gobernador sufre las inundaciones, pero tuvo grandes años navegando. ¿Era bueno o sólo un mito? ¿Ganaba bien o montaba su propio circo? Galería de fotosGalería de fotos

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Daniel Scioli, en 1985, tenía una lancha de carrera. No manejaba bien, ni siquiera sabía si quería competir en motonáutica, pero estaba en Solanas, Punta del Este, con una lancha de carrera. Lelio González Elicabe se le acercó. Conocía el barco: había sido de un amigo suyo y quería hablar con el nuevo dueño. Empezaron a charlar, y aunque González Elicabe, en ese entonces subcampeón del mundo, se dio cuenta de que el comprador no entendía mucho del tema, se subieron a la embarcación para correr.

Fueron 20 minutos en mar abierto, con las peores olas, a los saltos. González Elicabe creía que, cuando se bajaran, a Scioli se le iba a despertar un temor profundo al agua, un miedo por el exceso de adrenalina. Pero no: le pidió que le enseñara a manejar. Durante un año y medio compartieron embarcación; después fueron rivales. “Si le gané dos veces, es mucho: al final, el alumno superó al maestro”, dice Elicabe, retirado del deporte y asentado en una escribanía.

La motonáutica, antes de Scioli, era un deporte de pocos que se conocían mucho. Nadie lo practicaba profesionalmente: los navegantes se juntaban sábados y domingos en el Delta y competían entre ellos, como un juego. Los días de semana, volvían a sus trabajos: algunos eran dueños de astilleros, otros empresarios. Ninguno pensaba en competir en Europa. Menos que televisaran una carrera.

El candidato a presidente del Frente para la Victoria irrumpió en un ambiente elitista y cerrado. Trajo sponsors, planificación internacional, lanchas de nivel. “Daniel venía de una familia de tierra, no tenía relación con el mar. Al principio lo miraron de reojo”, cuenta Oscar Miranda, su jefe de prensa entre el ’90 y el ’97.

La motonáutica, antes de Scioli, era un deporte de pocos que se conocían mucho.

Hombre de medios. La profunda relación entre el gobernador bonaerense y los medios de comunicación empezó muchos años antes de que siquiera soñara con ser político. Los medios se interesaron en el deporte gracias a Scioli. Canal 9 fue el primero en poner la lente en el agua. José Scioli, su papá, tenía acciones en el canal y una amistad con Alejandro Romay, dueño de la señal. Nuevediario transmitió en vivo, por primera vez, una carrera de motonáutica. Horacio Larrosa, director del noticiero, quedó fascinado.

Desde entonces, empezó una especie de obsesión de Scioli por la comunicación. Quería mostrarse, difundir sus logros. Se ocupaba de que los diarios, radios y canales fueran a cubrir sus carreras. El mismo conseguía los vuelos a Estados Unidos. Key West ’97 fue transmitido en vivo por Canal 13. Apenas se consagró campeón, bajó del barco y, antes de descorchar el champagne, fue a atender a los medios: “La información está primero”, le dijo a su equipo de trabajo mientras caminaba a la sala de prensa. Quería darles lugar a los sponsors que él mismo se encargaba de conseguir: Marlboro, YPF, Alba.

“Cuando llegaba a la meta, sabía dónde estaban las cámaras. Y quedaba siempre de frente a ellas”, cuenta González Elicabe.

Entre mitos y verdades. Scioli creó su carrera alrededor de varios mitos. Uno, popular, decía que “corría solo”, o que “se inventaba categorías”. Miranda jura que “jamás corrió por fuera del reglamento”. Pero admite que alguna vez calificó solo. En competiciones en las que corrían mezclados cascos de velas y catamaranes, él, que siempre iba con un casco de vela, no calificaba formalmente contra nadie. “Si la categoría te deja correr con un motor de 6 litros, y otro corredor lleva uno de 4.2, esa ventaja no es culpa de Daniel”, agrega el ex jefe de prensa. De todos modos, el gran desafío era terminar el circuito: “El agua es movimiento. No es un autódromo. Tenés que lidiar con maremotos, tormentas. Corrés contra vos mismo”, concluye. Y el costo: siempre estaba ahí, con sus lanchas, listo para participar, por más complejos que fueran los traslados de los vehículos.

Otros descalifican los logros que consiguió en Key West, una clásica competición de offshore, porque no están reconocidos por la Unión Internacional de Motonáutica. “Es como la NBA en su momento, o el IndyCar: los estadounidenses ponen sus reglas y no les importa la reglamentación internacional. Pero era una carrera muy prestigiosa”, indica Miranda. La única condición que exigía era que la embarcación no superara los 15 metros de largo, justamente el tamaño de La Gran Argentina. El resto era libre.

La realidad de la motonáutica cambió. Las empresas no se desviven por publicitar en los botes, la televisión no transmite carreras. Ni siquiera tiene tantos campeones del mundo como hace dos décadas. El político ganó cuatro títulos del mundo en offshore clase 2 (’88, ’89, ’91 y ’92), uno en clase 3 (en Mar del Plata ’97), junto a Fabio Buzzi (ver aparte). Hoy en día, ninguna de esas categorías tiene un campeón vigente en los últimos diez años.

En cambio, el certamen de Key West, organizado por el Superboat Internacional, se sigue realizando. Este año, su 35ª edición será en noviembre. Ahí fue campeón en dos oportunidades: ’95 y ’97, meses antes de su retiro definitivo para volcarse en la política. Desde entonces, todo volvió a la normalidad. La motonáutica, otra vez, es un deporte sin repercusión: se la llevó Scioli.

Una alta sociedad. Fabio Buzzi fue compañero de sus grandes éxitos. Juntos, con La Gran Argentina, construyeron una dupla invencible. Sin embargo, no fue amor a primera vista. Scioli, en el ’87, viajó a Italia, desesperado: un piloto que manejaba una lancha suya le había ganado un título del mundo. “Yo no vendo lanchas, elijo corredores”, lo desplazó el gurú de la motonáutica. Scioli sabía que lo necesitaba para ser el mejor. Se enteró de que la debilidad del ingeniero eran las mujeres. Fue con Karina Rabolini, espléndida a sus 20. Y lo encantó: se sumó al equipo y empezó a correr con Luca Nicolini, un empleado del italiano, con quien tuvo el accidente donde perdió el brazo en el ’89. Cuatro años después, con un brazo menos y la nueva lancha terminada, Buzzi aceptó subirse a correr.

Desde entonces, se instaló en el colectivo imaginario una idea: Buzzi “le hacía todo”. Buzzi, amigo íntimo del matrimonio, se ríe: “Nunca tuve un conductor como él”, contesta. La respuesta es técnica: “En La Gran Argentina, el mando se dividía en dos: él manejaba y navegaba; yo me ocupaba de los motores, de acelerar. Un complemento perfecto”, explica. Juntos ganaron seis títulos del mundo. Aún son amigos.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.

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