martes 19 de marzo del 2024

Osvaldo, Rulo y Chapu: lo denso y lo inescrutable

Tres casos que dañan al deporte en el Día del Futbolista. Deudas en Quilmes, una salida poco profesional y el asesinato a Espíndola.

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El 14 de mayo de 1953, en el estadio Monumental de River y en el contexto de un primer enfrentamiento entre un seleccionado inglés y un combinado argentino, Ernesto Grillo recibió el pase tirado sobre la izquierda y enfiló hacia el arco rival, gambeteando adversarios hasta llegar al fondo de la cancha. No imaginó, en ese momento, que su obra pasaría a la historia como “el gol imposible” (por convertirlo casi sin ángulo); menos aún que se convertiría en una efeméride deportiva. Fue el paso del tiempo, el rival y el resultado (victoria 3 a 1), lo que colaboró para que se transforme en hito y se decida conmemorar ese día como el “Día del futbolista”. A 63 años de aquel momento, algunos futbolistas honran orgullosos su profesión y otros la desprecian con desidia.

La situación del plantel profesional de Quilmes es dramática. A algunos les alcanza con lo justo para comer, otros decidieron ya no presentarse en el club por no tener dinero para afrontar el viaje, la mayoría vive de prestado: llevan cinco meses de atraso y durante toda la semana no entrenaron exigiendo el cobro de su salario. En ese contexto, su capitán Rodrigo Braña (uno de los que está al frente del reclamo) seguía recibiendo hasta hace pocos días ofertas para irse del club: entre ellas una Boca, después de la lesión de Gago. Sabiéndose dueño de la potestad de exigir que le cancelen el total la deuda o le den el pase para incorporarse de manera inmediata a otro club, decidió permanecer con sus compañeros y el domingo estuvo en el Gigante de Arroyito, donde un Quilmes desentrenado enfrentó a Central y estuvo a cinco minutos de hacer historia.

“A veces las cosas no se dan como uno quiere”, se lamentó Braña al terminar el partido. Primero, por haber recibido la quinta tarjeta amarilla que le impide despedirse de los hinchas cerveceros jugando el último partido del campeonato; después por el gol de Mauro Cetto, casi sobre el final, que le quitó la posibilidad a Quilmes de ganarle a Central de visitante después de 38 años (la última vez fue cuando se coronó campeón del Metropolitano 1978). A un paso de una epopeya histórica en cuanto a la estadística y al entorno desfavorable en el que se hubiese dado, el grupo de jugadores capitaneados por Braña, Uglessich y Chirola Romero fueron motivo de orgullo para muchos.

“Los cinco minutos que jugué, me sentí bien” deslizó con tono irónico, Daniel Osvaldo, en una entrevista que le hizo Marcelo Benedetto en la puerta del vestuario. Su actitud desafiante ya venía de antes porque ni bien sonó el pitazo final del árbitro, que daba por terminado el partido ante Nacional, se retiró del campo haciendo ademanes y en la intimidad discutió con el preparador físico Javier Valdecantos por prender un cigarrillo en el medio del vestuario.

En la semana en la que volvía a ser convocado luego de meses de estar lesionado y apenas un par de horas después de que hicieran públicas sus fotos sin ropa, Osvaldo tensó de más la cuerda y forzó un final indigno para su segundo ciclo en Boca. Nadie duda de la jerarquía individual que tiene pero que no supo demostrar por su poca profesionalidad. Hoy, su actualidad está lejos de ser la de un delantero de primer nivel y está más cerca de ser noticia por chimentos que por su quehacer deportivo. Ni siquiera Tevez, el responsable de la segunda e inmerecida oportunidad, pudo ayudarlo esta vez. “Puedo tener aprecio por un compañero, pero acá el que manda es el presidente y después el cuerpo técnico. Si las reglas están claras, uno no se puede meter. Yo siempre hago las cosas bien para estar en el club que amo”.

Rodrigo Espíndola no era un futbolista famoso pero era conocido en el ambiente como un defensor aguerrido: lo apodaban Rulo. En las vísperas del Día del futbolista murió delante de su mujer y su pequeño hijo de seis meses, intentando evitar que le entren en la casa para robarle.

Espíndola vivía en Monte Grande y no había amasado fortunas gracias al fútbol. Desde chico, en Chacarita, la había remado desde abajo con el apoyo de sus padres. En un momento, cuando llegó a Racing, pensó que llegaba la hora del estrellato. Cierto es que no pudo consolidarse pero eso no le quitó la esperanza, en Chicago tuvo que volver a remarla y lo estaba haciendo bien. Sus sueños de un mejor porvenir se esfumaron en unos pocos segundos, en una reacción de un instante. Tenía apenas 26 años.

El futbol no sólo es un deporte, es también un medio perfecto para entender las sociedades. Ya dejó de ser simplemente un juego, donde once contra once buscan meter la pelota dentro de un arco, para convertirse en una jungla urbana donde las rentas y las repercusiones crecen año a año, mientras que los acervos socioculturales se desdibujan, relegados a un segundo plano, por la preponderancia de los intereses económicos y políticos.

Los episodios mencionados, sumados el campeonato anómalo que está llegando a su fin y la caldeada interna dirigencial para dirimir la conducción de AFA, pintan un panorama claro de cómo se conmemora un nuevo aniversario del gol de Grillo. Ni el propio Ernesto ni ningún contemporáneo que lo haya visto recibir el pase, tirado sobre la izquierda, y enfilar hacia el arco gambeteando rivales, hubiese imaginado este futuro de realidades diversas tan denso en su composición como inescrutable en su totalidad.