miércoles 24 de abril del 2024

LeBron James, el Cristiano Ronaldo del parquet

Por Pablo Cohen | El mejor jugador de básquet del mundo despierta amor y odio por igual. En Cleveland lo veneran; el resto lo ve como un personaje pedante y engreído.

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Hay deportistas que son símbolos. Hablan tanto con sus rendimientos como con sus silencios, sus estallidos y sus sobreactuaciones. Y, sobre todo, logran una popularidad que cualquier dirigente político desearía. Como Kobe Bryant, como Roger Federer y como Neymar, LeBron James está en boca de todos.

Pero acaso por el abismo que genera entre quienes lo idolatran y quienes lo critican, lo mejor sería compararlo con Cristiano Ronaldo.

Al fin y al cabo, ambos son ególatras, pendencieros y ganadores, y dan la extraña sensación de que hay en su superioridad un rasgo sobrehumano.

Por eso, más que criticarlo, quienes no son hinchas de Cleveland detestan a LeBron James. Pero hoy no es el momento de hablar de los haters del ídolo estadounidense por antonomasia. Hoy es el momento de hablar de LeBron James.

Entre el genio y la desmesura. ¿Qué otra cosa que excesos puede provocar en un jugador de elite pasar sin escalas del colegio a la NBA y cargar con el invasivo mote de “rey” mucho antes de haber ganado nada? La respuesta es obvia, pero la materialización de aquellas presiones ocurre en LeBron James de una forma absolutamente explícita.

¿Qué cambió en el fastidioso chico de Akron que anunció por televisión el pasaje del equipo en el que era figura absoluta a Miami, adonde fue, “vendido”, diríamos en la Argentina, a buscar la gloria junto a Chris Bosh y Dwyane Wade?

Cambió, sobre todo, el modo de entender un deporte en el que ya había demostrado condiciones propias de un dios y, por supuesto, su liderazgo, que sin abandonar un espíritu callejero y de continuo culto a la personalidad, se hizo más sabio y generoso, pues la estrella supo exactamente cuándo repartir el balón y cuándo definir como un maestro.

Por eso, después de lo que sucedió hace pocos días, ya nadie podrá criticar a LeBron James como jugador de básquet. Y, por si alguien lo ha olvidado, LeBron James es un jugador de básquet.

Su hobby, cada vez que su país lo requiere, es defender, durante las vacaciones, a Estados Unidos, selección con la que ganó dos medallas de oro y a la que, por extrema fatiga, esta vez no podrá acompañar en los Juegos Olímpicos de Río.

Así y todo, resultará más fácil acusarlo de echar entrenadores y de escribir tuits insoportables que de no tener jerarquía para el deporte de alto rendimiento.

En estas finales de la NBA, LeBron fue el jugador más valioso del primer equipo en la historia que dio vuelta una serie que iba perdiendo 1 a 3, anotó dos partidos seguidos 41 puntos y, en el decisivo, que jugó como visitante contra los Golden State Warriors de Stephen Curry, convirtió 27 puntos, dio 11 asistencias, agarró 11 rebotes, robó tres pelotas y realizó tres bloqueos, uno de ellos épico, en 47 minutos.

Con ello, alcanzó un promedio que lo llevó a transformarse en el primer jugador en liderar una serie de playoffs en las cinco categorías principales.

Así es: LeBron James, un alero que jugó doce veces el All Star Game, que se siente tan cómodo atacando el aro como tirando dobles largos y armando juego, y que con 31 años ganó tres campeonatos con dos franquicias distintas, puede sonreír: los que destruían su gigantografía y quemaban su camiseta ahora lo adoran.

Es que entre Ohio y el hijo único de Gloria Marie James, la madre que lo tuvo a los 16 años y que lo crió sola, hay algo personal. Después de todo, la eterna redención americana no se le puede negar a nadie.

(*)Nota publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.