viernes 29 de marzo del 2024

Carlos Retegui, el Cholo Simeone del hockey

Obsesivo y pasional. Así es el DT de Los Leones, flamantes campeones olímpicos. Amado u odiado, un trabajador sin matices que divide aguas.

442

Terminó el partido, reunió a sus jugadores para felicitarlos, dio la vuelta olímpica con Matías Paredes sobre sus hombros y después cumplió el ritual de cada partido: agarró a su cuerpo técnico y se lo llevó a sentarse adentro del arco en el que Agustín Mazzili puso el 4-2 para darle el primer Oro olímpico al hockey argentino. Divide aguas. Lo toman o lo dejan. Así es Carlos Retegui, la cabeza de unos Leones que son un fiel reflejo de su espíritu. A la hora de dirigir, el Chapa es lo más parecido al Cholo Simeone: apasionado, intenso, al límite.

El amor por el deporte lo mamó de su padre, Baby, quien fue un verdadero 'ironman'. Un tocado con la varita mágica que tenía habilidad en cuanto deporte se animara a practicar. Fue campeón panamericano de remo, integró Los Pumas B, jugó al básquet y también despuntó el vicio del fútbol en Central Argentino. Una de las mayores alegrías que Carlos le dio a su padre fue en Atlanta 96. Y no particularmente dentro de la cancha, en la que la Selección quedó eliminada en la fase de grupos. ¿Qué hizo? Se sacó una foto con Muhammad Ali para que su padre tuviera un retrato de uno de sus ídolos junto con su hijo. Su mamá es la que siempre le puso los puntos. El Chapa sabe que cuando María Elena lo llama “Carlos José” es porque la historia llegó a su punto final.

El jueves. Luego de la hazaña, Retegui demostró que es fanático de la Argentina. “Amo a mi país y me siento orgulloso de ser argentino. Estoy contento y lo comparto con toda la gente. Desde el que nos cuida la cancha, a la gente de la portería, a todos”. Es así. No tiene término medio. Tal es su compromiso para con la Selección, que hizo algo único en la historia del hockey, y quizá del deporte: dirigió dos selecciones en un mismo Mundial. Fue en La Haya y salió tercero con los dos equipos. “Fue el mejor momento de mi carrera deportiva pero no lo volvería a hacer”, le dice a PERFIL desde Río de Janeiro.

Las versiones de su apodo son dos. La primera es porque desde joven el pelo le empezó a jugar una mala pasada. La otra es porque su cordura se iba muy a menudo a la banquina. Siempre se compromete con todo a fondo. No acepta las medias tintas. Por eso fue tan apegado al gobierno de los Kirchner. “Cristina y Néstor fueron dos presidentes que mantuvieron de pie e hicieron crecer a la Argentina en plena crisis mundial. Hicieron un país para todos los argentinos con un proyecto nacional y popular”. Muchos le preguntan por Aníbal Fernández y él siempre responde igual: “Con nosotros siempre fue un caballero y nos ayudó mucho para que nunca nos faltara nada”.

Por su vínculo con Aníbal, por entonces presidente de la Confederación Argentina de Hockey, lo acusaron de “ñoqui”. Después de ganar el Oro, Retegui contestó: “Quiero que nos unamos los argentinos para que el país esté cada vez mejor; hay que mirar para adelante, y al que habló mal de mí sin conocerme, lo único que le pido es que me conozca y me dé la oportunidad de mirarlo a los ojos, que es como me educaron mis viejos. Al trabajo no le voy a escapar nunca y me pongo a disposición para seguir haciendo clínicas de hockey con los chicos en los barrios que sean de toda la Argentina, con todo el cuerpo técnico, ad honórem totalmente”. Hace un año dijo en un programa de TV: “No clasificar a los Juegos Olímpicos es como que se muera un familiar”.

La final de Londres 2012 que Las Leonas perdieron con Holanda la dirigió con la camiseta puesta: “La tengo pegada, y más la del seleccionado masculino. La usé en esa final porque lo sentí”. Es un motivador nato. Uno de los jugadores más importantes de este equipo es Lucas Rossi, uno de los volantes centrales, quien con la medalla de oro colgando del cuello contó uno de los secretos del Chapa: “Nos hizo creer que no éramos menos que nadie. Te agobia con lo mental. Se mete en tu cabeza y hace que creas en cosas que por ahí antes no hacías. Ese es su principal mérito”. El arquero Juan Manuel Vivaldi también va por ese camino: “Es intenso. Los entrenamientos para él son tan importantes como los partidos. Por eso llegamos con la mentalidad de querer la de oro”.

La noche de la ceremonia inaugural, a la que Los Leones no fueron porque debutaban al otro día, los jugadores y el cuerpo técnico se juramentaron algo: si aparecía alguien con un papel que debían firmar para garantizarles que ganarían la medalla de bronce, nadie lo firmaría. Estaban convencidos de que podían quedarse con la de oro. Eso es lo que genera Retegui. Una confianza absoluta. Para el entrenador, la cultura de la defensa es importantísima. “Teníamos que defender, defender y defender, para después aprovechar las ocho o nueve entradas al círculo que íbamos a tener para ganar la final. Y así lo hicimos”, dijo después de tocar el cielo con las manos.

Es un obsesivo del trabajo. Sus entrenamientos pueden durar hasta seis horas. Un 31 de diciembre viajó de Pinamar a Buenos Aires para hacer un entrenamiento voluntario con los jugadores que quisieran cortar las vacaciones que él mismo les había dado. Cuando terminó, volvió a Pinamar, brindó por las fiestas, y dos días después viajó a Buenos Aires para tomarse un avión rumbo a India a jugar una World League. Así es Carlos Retegui. Ese amante del fútbol que logró lo que había soñado toda la vida. Ser campeón olímpico.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.