martes 19 de marzo del 2024

El mercado de pases, dado vuelta

El caso de Centurión sintetiza las características del libro de pases: jugadores que se fueron y regresan antes del año con poco rodaje en el exterior.

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Doce partidos y tres años después, el Genoa de Italia charló consigo mismo y decidió que era una buena idea comprar a Ricardo Centurión. Sólo eso había jugado en el Calcio el wing huracanado en la temporada 2013/14 antes de que pasara a Racing y fuera campeón, antes de que pasara a San Pablo y le compraran el porcentaje (70%) que es noticia hasta hoy, antes de que pasara a Boca y nuevamente fuera campeón.

A los 24 años –y con una denuncia por violencia de género en la Justicia– el puntero vintage (el 7 wacho que ha renovado la raza de Houseman y el Burrito Ortega en el país) ha vuelto a vivir lo que viven casi todas las estrellas outlet del fútbol local: andan bien, se van, vuelven, los prestan, la rompen un poquito, les quieren sellar el pasaporte otra vez. Ahora, Boca arregló con el San Pablo y Centurión se quedará acá, pero así es últimamente el mercado argentino. Euros, dólares, histeria, gambetas, inestabilidad: a nuestro fútbol lo hace una tribu de millonarios que vive en un exilio circular.

La biografía de Cristian Espinoza, nuevo jugador de Boca, también se escribe así. La había roto toda en la final que Huracán le ganó 1-0 a River (la Supercopa 2014), se consagró subcampeón de la Sudamericana 2015 y, obvio, se fue. En 2016, con 21 años, lo compró el Villarreal. Liga española, glamour, Bernabéu, Camp Nou, champán. Lo cedieron al Valladolid, donde jugó diez partidos en Segunda, y luego al Alavés, donde jugó ocho. De éstos, al menos, 20 minutos fueron contra el Barcelona: perdió 2-1.

Jonathan Silva, último 3 titular del campeón, igual: anduvo bárbaro en Estudiantes, jugó 15 partidos en dos temporadas en el Sporting Lisboa, vino a préstamo y se fue otra vez. Como Centurión, también se quiere quedar.

Wanchope Abila se fue hace nada más que un año, 27 partidos y diez goles al Cruzeiro, y es otro que quiere volver. En la lista sábana de refuerzos del campeón en un principio también estaba Walter Montoya, que hace sólo seis meses había partido al Sevilla. Entre cuatro partidos jugó cien minutos: uno de ellos, al menos, contra el Real Madrid. Corrió 45 mnutos. Se llevó un 1-4 y, creemos, sospechamos, una camiseta que PERFIL no pudo chequear.

Irse a Europa es el sueño. Ser millonario, la estabilidad. Las contraindicaciones, que no le importan a nadie, son las que sucede en el juego, un detalle que hasta los mismos jugadores se acostumbraron a olvidar.

Marcelo Meli había salido campeón con Boca en 2015. Tanto corría, tanto, que terminó en Portugal. En agosto de 2016 llegó al Sporting Lisboa. Jugó nueve minutos en un 1-0 contra el Arouca, jugó siete en un 5-1 al Praiense, se sacó una foto con Cristiano Ronaldo después de un cruce por la Champions League para el que no lo habían convocado y, 28 partidos después de haber quedado en todos afuera del banco, se volvió. Lo salvó Racing. Tampoco es titular.

En la dimensión de los wines veleta, Ricardo Noir y Facundo Castillón están de nuevo en el equipo de Diego Cocca. A Noir lo habían cedido a la Universidad Católica. A Castillón, al Getafe. “No esperaba un nivel tan alto”, dijo, acaso porque había subestimado –parece–a la Segunda División. Jugó 19 partidos, y sólo en tres lo hizo más de una hora. Tanto él como Noir podrían preguntarle a Brian Sarmiento cómo es esto de vivir en un gif: desarmar la valija, armarla, desarmarla, armarla otra vez. Desde 2007, cuando firmó con Racing de Santander, que Sarmiento promedia un club por año: sin contar el kiosco del “Bailando”, Newell’s será su 12ª institución.

Juan Sánchez Miño había alumbrado la banda izquierda de Boca. Se fue al Torino de Italia, jugó 12 partidos, volvió. Se afianzó en Estudiantes, se fue a Cruzeiro, jugó 18 partidos, volvió. Leonel Vangioni había alumbrado la banda izquierda de River. Cruzó la mitad de la cancha, tiró un caño, lanzó el centro para que Alario sentenciara el 1-0 provisorio en la mágica final contra Tigres, ganó la Libertadores y se fue. Once meses tardó en debutar en el Milan. Jugó 11 partidos: quiso volver. Clemente Rodríguez se consagró subcampeón de la Libertadores 2012 con Boca y se fue al San Pablo. Sin los superpoderes de Riquelme, fue un oficinista sedentario: tres partidos en tres años jugó. En 2015 lo rescató Colón.

Ese año había vuelto Marco Ruben también. En los últimos tres, desde el 2012, había jugado en Ucrania, Francia y México. Tenía más clubes que goles, porque sólo había metido dos: al Ajaccio (en el Evian) y al Chornomorets (en el Dinamo Kiev). Entonces firmó con Central, sintió el olor de Olimpo, Crucero del Norte, Racing, y se encendió: en treinta partidos gritó 21 goles. El vagabundeo en la bruma ucraniana no es lo mismo que la Rosario caliente y familiar. A Ignacio Scocco, uno de los billaristas del Newell’s sideral de Martino, le había pasado lo mismo: estuvo menos de un año en el Inter de Porto Alegre, jugó seis encuentros con el Sunderland en la Premier y se volvió. Cracks tangueros a los que sólo acá se les activa el poder.

Esta semana, en 90 Minutos, el programa de Fox Sports, charlaron (gritaron) sobre este tema. Mientras los periodistas evangelizaban que había que apostar por el orgullo, los colores y la estabilidad, Raúl Cascini y Oscar Ruggeri les decían que no hay ningún problema si un jugador se va, no juega y luego vuelve a empezar. Con la certeza de quien vio en su cuenta la paz que dan algunos millones, Cascini les dijo: “Porque ya la tenés toda acá, papá”. Se los dijo sobrio, como si los aconsejara; era un padre postizo que miró a los niños periodistas a la altura de sus ojos y se palmeó acá, acá, una cachetada firme y seca en uno de los bolsillos de un hermoso pantalón.

(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.