viernes 29 de marzo del 2024

Macri, Centurión es argentino

Su historia en Boca confirmó todo lo malo que se decía de él. Mientras tanto, el país sigue fabricando nuevos Centuriones sin parar.

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“Lo que define al individuo a corregir, por lo tanto, es que es incorregible. Y sin embargo, paradójicamente, el incorregible, en la medida misma que lo es, exige en torno a sí intervenciones específicas con respecto a las técnicas conocidas de domesticación y corrección.”

Michel Foucault (1926-1984); de clase del 15 de enero de 1975: Curso en el Collége de France.

Larry Holmes aprendió a boxear siendo sparring de Alí y llegó a campeón del mundo en 1978. Había ganado ocho defensas y la indiferencia de los aficionados cuando el mundo lo reconoció en 1980, pero sólo para odiarlo por la paliza que le dio a su Maestro, ya enfermo. Fue un gris. A mi juicio, lo más original que hizo no fue con los guantes puestos. Fue una frase. Sí, una agudísima reflexión citada por Joyce Carol Oates en su ensayo On boxing (1987). “Es duro ser negro. ¿Has sido negro alguna vez? Yo fui negro una vez, cuando era pobre”.

Ya tenía un puñado de partidos en Primera, pero lo que a Ricky Centurión lo hizo famoso fue una foto. Se la sacó a los 16, cuenta. Allí lo vemos con una pistola automática, sonrisa desafiante, cabeza rapada, la palma izquierda cubriendo el codo derecho para equilibrar el peso. En la cancha era veloz, chocador pero fuerte, y con una rara gambeta en velocidad. Pero en Racing no querían saber nada con él. Demasiados rumores, mala yunta, barrio muy pesado. Lo salvó Luis Zubeldía, que lo llevó a la Primera y lo hizo debutar. Le fue bien.

Para el club, la oferta del Genoa en 2012 fue como ganarse la lotería. Se quitaban un problema de encima y, además, recibían euros. En Génova Ricky jugó doce partidos sin goles y no hizo nada que enamorara a los tifosi. Pero, pequeño detalle, Genoa nunca le pagó a Racing, algo que, al menos en aquella época, no sorprendió a nadie.

Centurión volvió y se encontró con el Racing de Cocca, donde logró ser  importante y hasta se dio el lujo de meter el gol del campeonato. Festejos. Oferta del San Pablo. Venta. ¡Más festejos!

El paso de Centurión por Brasil fue opaco. Ni siquiera la llegada de Bauza, un técnico argentino, lo entusiasmó. Boca preguntó por él y los paulistas, encantados, lo cedieron envuelto en papel celofán y un moñito.

Su historia de Boca es archiconocida y confirmó, a lo bestia, todo lo que se rumoreaba, susurraba, afirmaba y fantaseaba sobre él. Repasar sus choques, huidas, peleas, denuncias por violencia de género, borracheras, es agotador. En la cancha Centurión tuvo buenos partidos y, en un equipo tan desparejo, fue de los mejores.

En términos de lógica pura, una opción de seis millones de dólares por un jugador de 24 años, campeón en dos grandes de la Argentina y con futuro de Selección, no parece excesiva. Pero si el futbolista es Centurión, hum... Pasa a ser una moneda en el aire, con dos cruces.

El culebrón de llamarlo mil veces a Génova para que no firme, hacerlo volver y en 24 horas suspender la operación porque el pibe hizo lo de siempre –salir con su barra, pelearse en un boliche de Lanús, ser desalojado en patrullero– es tan ridículo que no merece el menor análisis.

A ver, ¿conocen el cuento del escorpión y el hipopótamo en el río? El escorpión le pide que lo lleve en su lomo hasta la otra orilla. El hipopótamo duda: “Me vas a picar”. El escorpión niega: “¡Si lo hago, nos hundimos los dos!”. El hipopótamo acepta. Pero en el medio del río, ¡fhss!, el aguijonazo del escorpión. “¡Qué hiciste, glub, ahora nos ahogamos!”. El escorpión suspira. “Disculpame gordo, ¡está en mi naturaleza!”. Angel Easy, y mucho más Willy the twin, habrían extinguido ambas especies esperando el milagro.

Centurión debe tener en el banco diez veces más dinero del que alguna vez soñó ganar. Se lo ve lookeado, sin tanta onda wachiturra. Pero mantiene esa mirada dura, intimidatoria; la gestualidad del que, desde chiquito, ha visto demasiado de la vida.

Es, digámoslo claramente, un tipo de marginal que no existía en Argentina antes de los 90. El término “villero” era un insulto entre pobres, cuando había movilidad social y, con esfuerzo, se podía pasar de las chapas al ladrillo. Roto ese puente con brutales políticas económicas, el pobrerío se endureció para sobrevivir. Creó su música, sus letras, su slang tumbero, su estilo de ropa. La droga, claro, aceleró todo.

El desclasado con plata que se asimilaba al establishment porque ése era su sueño casi no existe. Estos pibes sin futuro cuya vida no le importa a nadie crecen sabiendo quién es el enemigo. Por eso Centurión, en lugar de ir al Faena, elige la zona que frecuentaba cuando era un desconocido. Fuera de su hábitat “no se halla”, dice. Por eso suele no pasarla bien afuera, aunque le paguen millones.

La violencia nació con ellos y dominarla es una tarea compleja. No se trata sólo de problemas psíquicos, o adicciones al alcohol o la droga. Hablamos de un odio profundo, una historia que pasó de generación en generación a la que hoy se eufemiza con la palabreja “grieta”, como si fuese un accidente impredecible o el capricho de alguien. Y, no. Es más complejo, compatriotas.

Un chico como él difícilmente sea amado por el público. Monzón, otro villero duro, fue amado porque ganaba. No hay un Perón para Gatica, o un Malcom X para el tierno Clay. No hay identificación, no hay idea. Sólo la ley del más fuerte. Por eso, aquella foto.

José Pablo Feinmann, en su ensayo La sangre derramada (1998), escribió: “El único camino que tiene un marginal para incluirse en el sistema es con un arma en la mano”. Como potencial verdugo provoca temor, es mirado, se siente parte, puede tener por un rato lo que nunca tendrá.

Por esta vez la pelota pudo más: ¡Bravo por Centurión! Ojalá tenga suerte y madure, porque pocos tienen el físico de Maradona.

Y ojalá le vaya mejor al país, que sigue fabricando nuevos Centuriones sin parar, alegremente, mientras sus funcionarios, ay, ensayan qué decir en la tele mañana, qué dura es la campaña.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil