martes 19 de marzo del 2024

Más seso y menos "masculinidades gigantes"

El notable triunfo del Millonario ante Jorge Wilstermann dejó mucho para analizar. El brillante planteo de Gallardo y la imagen que dio Lunati.

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Nadie, ni el más optimista de los optimistas hubiese apostado que River daba vuelta la serie ante Jorge Wilstermann de forma tan espectacular. La pobre performance en el partido de ida, el confinamiento previo en Cardales del cuerpo técnico y los jugadores, y el fantástico recibimiento en el Monumental permitían avizorar una gran noche de fútbol, pero no tremenda remontada. Así fue que la Copa Libertadores, nos mostró en cuestión de horas lo mejor y lo peor del fútbol argentino.

A partir de la implementación de la prohibición para el ingreso de público visitante en los partidos del campeonato local, el fútbol argentino perdió parte de su esencia más marcante: la rivalidad folklórica del fútbol, esa de los cánticos en la tribuna y el duelo de hinchadas. Sólo en las instancias finales de las Copas internacionales o de la Copa Argentina, se promueven y posibilitan escenarios repletos con clima de expectación y públicos antagónicos. El escenario de River-Wilstermann fue único: como pocos en la última década. No por la pluralidad, sino por el confinamiento. Tal vez haya sido la interna local, por el cambio de escenario de la selección argentina en las Eliminatorias (del Monumental a la Bombonera), la que haya exacerbado la exhibición del público y el club. La llovizna y la poca visibilidad, los fuegos artificiales y los dispositivos humeantes, el aliento del hincha y el ruido de las bombas de estruendo prepararon el escenario de una noche histórica, repleta de epicidad.

En lo futbolístico, Marcelo Gallardo se vistió nuevamente de mariscal y orientó a su tropa de forma novedosa. Un esquema sesudo, con un 3-3-3-1 que nunca pudo ser resuelto por la defensa boliviana, en poco tiempo desarticuló cualquier ventaja con la que los visitantes pensaban plantarse en el Monumental. La incertidumbre del hincha en cuestión de minutos se transformó en euforia y el planteo defensivo de Roberto Mosquera se hizo añicos. Los goles de Ignacio Scocco se fueron sucediendo uno tras otro y en apenas 20 minutos River tenía la serie igualada. El ritmo de ataque nunca mermó y, por eso al final, el 8 a 0 no suena exagerado.

La salida intempestiva de Alario, en las vísperas del inicio del semestre, había desmembrado el ataque millonario. En esta oportunidad y sin su máximo reciente goleador, River debía convertir al menos cuatro goles y que no le hicieran ninguno para clasificar a semifinales. El Muñeco arriesgó fuerte, con los cambios de jugadores y movimientos posicionales, mientras que Wilstermann repitió la misma receta de sus últimos partidos de visitante (5-4-1).

Un esquema de tres defensores con un solo hombre encima del único atacante (Maidana) y los dos externos (Montiel y Pinola) alternándose entre cubrir las espaldas del zaguero o pasar al ataque para hacerle el 2-1 al rival. Una disposición similar en el mediocampo: con Ponzio a cargo del eje, más Pérez y Rojas basculando y atacando por el centro. Y un frente de ataque definido con cuatro: Scocco como centrodelantero, junto a Martínez, Fernández y Auzqui llegando desde atrás. Es cierto que los primeros goles tuvieron un componente individual importante pero el cuarto, el quinto y el sexto gol (con paredes, triangulaciones y asistencias al vacío), son reflejos exactos del planteamiento táctico diseñado por el entrenador. El desorden ordenado. Un ataque por oleadas.

En el cuarto gol, Auzqui retrocede con la salida de la defensa, luego de haberla obligado a retroceder al profundizar en el desborde, lo que deja espacio para el centro atrás a Scocco y el espacio a Pérez para picar al vacío sin quedar adelantado. El quinto muestra como Montiel termina penetrando por el medio y asistiendo para el gol, luego de conducir y descargar afuera para el desborde de Auzqui y recibir el posterior pase al vacío de Fernández. El sexto, en este caso con la definición de Fernández, que llega luego de la apertura a derecha y la pared entre Auzqui y Martínez (que se había cruzado de lado). Tres goles conceptualmente perfectos, que muestran las diferencias futbolísticas entre argentinos y bolivianos.

Así como el triunfo mostró, dentro del campo y en las tribunas, grandes virtudes de River; afueran quedaron expuestas las típicas miserias (que no logramos desterrar) de un sociedad futbolera proclive al fanatismo berreta y el show televisivo que sólo conduce a la violencia física y verbal. El extremo de la vulgaridad y la pedantería fue el otrora juez internacional argentino Pablo Lunati, quien en su actual rol de panelista barrabrava y confeso hincha de River (en el programa “No todo pasa” de TyC Sports) se olvida que alguna vez fue árbitro y que sus acciones personales denostan internacionalmente a la institución que supo representar. Afónico, eufórico y empecinado en devorarse las eses, entró ataviado con un elegante traje en rojo y blanco, cargando un cajón de verduras y gesticulando sandeces para todos lados. Luego, sentado en su púlpito central, aspaventó con soltura y sin sentir vergüenza sobre las “masculinidades gigantes” que llevaron a River a remontar el resultado y clasificar a semifinales.

El fútbol, como juego noble donde un sinfín de aristas (técnicas, tácticas y actitudinales) se articulan e influyen al momento de intentar explicar el resultado, lloraba de tristeza en el estudio por el desperdicio de una chance perfecta e ideal: de intentar describir la belleza de su complejidad técnico-táctica. Salud, River, por un triunfo histórico y memorable. Por muchos más Gallardos y por mucho menos hinchismo barato.

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