sábado 20 de abril del 2024

Silvio Velo: con el fútbol como guía

Por Matías Fernández Burzaco (*) | El capitán de Los Murciélagos, que con 46 años acaba de salir campeón de América, cuenta su historia de vida y cómo la pelota lo ayuda a liberarse.

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Los Murciélagos acaban de ganar la Copa América pero Silvio Velo, su capitán, no tarda en aparecer: con una camiseta vieja, con las medias altas, gambetea, tira caños, mete un puntinazo a la derecha, a la izquierda, de tiro libre. La lleva de pie a pie. Y lo sabe: es un deportista de alto rendimiento. En la cancha, dicen, se libra de la oscuridad.

–¿Viste mi nombre? Todo está relacionado con la vista –suelta–. Parece un chiste, je.

Tiene 46 años. Desde 1991 es el capitán de la Selección Argentina de fútbol no vidente y ya ganó dos mundiales. Es el mejor del mundo, aunque amaga y amaga con el retiro. En 2016 presentó su primer libro: “Cuando hay voluntad, hay mil maneras". Jugó en River y ahora juega en Boca. En 2018 escalará el Aconcagua. Tiene trece hermanos y siete hijos, pero no importa porque no hay limitaciones.

–Esto de no ver, la verdad, no fue una limitación en mi infancia. Mis padres nunca me sobreprotegieron: apoyaron, me dejaron crecer, golpearme, ser… Me criaron como a mis hermanos, no me tenían en una cajita de cristal. Me costaba, pero me importaba jugar. El fútbol es un sentimiento, te mueve la pasión. Desde muy chico ya quería ponerme la camiseta de Boca, la de la selección y eso estaba muy lejos… En casa no había escuelas para personas ciegas. Recién cuando me trajeron a un instituto para ciegos, en San Isidro, descubrí que los ciegos juegan al fútbol con pelota con sonido. Cuando escuché la pelota por primera vez me volví loco: era Maradona y Messi juntos, imaginate. Me abracé a ella con uñas y dientes. Y ahora mirá: le hacen una entrevista a un jugador de fútbol. Hoy soy así: no miro los obstáculos, quiero salir campeón y miro el momento en donde me están dando la medalla.

Lo que le dio la independencia a Silvio fue, sobre todo, el bastón blanco. Con él pudo salir a la calle, caerse, levantarse, caerse, levantarse, viajar y encontrarse con un amigo, con una chica. O solo: siempre solo se siente mejor.

–No somos realmente independientes del todo, todos dependemos de alguien o de algo. Y que venga alguien y me diga si alguna vez no se sintió discriminado. A mí capaz por no ver, pero todos somos discriminados. Igual muchas veces no es que te discriminen, sino que no saben cómo acercarse: piensan que les va a re costar relacionarse. Y por eso también uno tiene que poner mucho. En la esquina estás esperando a que alguien te ayude a cruzar, y de repente no se te acercan porque no saben cómo agarrarte. En la tele no hay un programa que te enseñe cómo cruzar una persona ciega. Pero yo rompo el hielo rápido… Apenas te conozco, te tiro un chiste de ciegos y ya está: nos ponemos de igual a igual.

Velo se está rascando la nariz: no quiere hablar de las mujeres. Mientras se toma una botella de vitaminas “que tiene gusto a flancito”, dice que solo está para una sola, para su mujer, para ella, con la que está casado hace veintiún años. Pero aclara que sí, que no tuvo ningún problema con las chicas a lo largo de su vida: si tienen linda voz, ya le gustan.

–Uh, con las mujeres... Pará: ¿ésto lo vas a sacar en algún lado? –vacila–. Nunca hubo problema en ponerme de novio ni nada. Hoy por hoy, tengo a mi señora. Y mi hija más grande tiene 22 años; yo hace 25 que estoy acá. Por lo tanto, mi esposa siempre se hizo cargo de eso, de los nenes. Soy un deportista de toda la vida. No estoy en casa, no estoy en los cumpleaños de ninguno de mis hijos ni en ningún evento importante de mi familia. La verdad… soy un ejemplo de vida –ironiza–. Como padre soy un divino.

Cae la noche en Núñez. Se dan vuelta las mesas, apagan las luces y se van todos y de nuevo la oscuridad: como cuando Silvio termina de hacer sus shows en la cancha. Sale y camina despacito agarrado de una señora, bajo las estrellas. Hasta que le suelta: “No, dejá, soltame. Puedo solo”. Y va hasta la entrada y vuelve solo hasta su habitación, al fondo del predio. Al lado, cerquita, está la cancha.

–Acá se juega con los dientes apretados. Ésto nunca dejó de ser fútbol, aunque la pelota tenga sonido. El fútbol es tan generoso que lo podemos jugar todos. El mismo sentimiento que tiene Messi al jugar, lo tengo yo. Por eso me siento a hablar con Lionel y hablamos el mismo idioma, ¿entendés? Lo mismo con el Diego. Ay… es tan grande… tan hermoso el lenguaje del fútbol. Se puede retirar el jugador de fútbol, pero el deportista se retira cuando se muere. Y mi discapacidad no la veo como una herida. Uno tiene que aprender a vivir con lo que le toca, y darle la vuelta a las cosas.

–¿Y qué hacés en tus tiempos libres?

–Juego a la pelota.

Silvio Velo la acarició por primera vez en los potreros –vivía en un rancho de barro, en San Pedro–, pero recién la dominó del todo en un instituto para ciegos. Llegó a jugar sobre el techo de la capilla del barrio, en patas. Lloraba hambre, lloraba dinero, pero nunca lloró fútbol. Andaba solo en bici y hasta jugaba a las escondidas, aunque nunca encontró a nadie.

–Así que si ves a un cieguito ahí afuera, medio boludo, sin cara de estrellita y perdido, soy yo –dice.

(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.