El viernes 13, cuando Estados Unidos bombardeó Damasco y el mundo entró en tensión, la Liga Premier de Siria se había jugado como si nada: ese día se disputaron cinco partidos, cuatro de ellos en la capital que a la noche iba a ser atacada por los misiles que ordenó Donald Trump. En el otro encuentro del viernes, Al-Ittihad, el líder actual del torneo, le ganó 2-0 a Al-Wahda. Fue en Alepo, la ciudad que volvió a tener fútbol en 2015, luego de que el ejército que responde al presidente Bashar al-Assad recuperara el control de la ciudad.
El fútbol de Siria se juega en escenarios inverosímiles: estadios con marcas de balas y de bombas en el césped y en las tribunas, que tienen de fondo edificios destruidos. A los partidos casi no van hinchas, no porque no quieran, sino porque no pueden. Hay quienes afirman que Al-Assad encontró en esa Liga, como también en la participación de la selección siria, una manera de mostrar cierta normalidad en un país devastado. El combinado nacional, que fue local en todas las eliminatorias en Omán, estuvo a un paso de clasificarse a Rusia 2018. Avanzó en los dos grupos iniciales de Asia, y perdió en tercera ronda frente a Australia. “El milagro sirio”, como definieron varios medios europeos la actuación de la selección en la eliminatoria, se quedó en la puerta del Mundial, pero ofreció historias como la de Frias al-Katib, que se había exiliado –como otros 12 millones de sirios en estos años– y volvió para jugar con la selección de su país.
La sorpresa que generó la selección siria en las eliminatorias puede replicarse en unas semanas si Al-Ittihad se queda con el torneo local. Sería la primera vez desde 2009 que el campeón no es un club de Damasco, la capital. La estadística es lógica: durante la mayor parte de estos años de guerra, el torneo “nacional” fue una ficción: se jugaba en tres estadios y en dos ciudades. En Damasco, la capital controlada por el gobierno de Al-Assad, y en Latakia, donde la marina rusa tiene una base.
Ahora, después de mucho tiempo, Alepo –la segunda ciudad más destruida por la guerra, detrás de Homs– puede volver a festejar porque Al-Ittihad está cerca de ser campeón. Sería terminar la parábola que empezó en 2015, con el regreso del fútbol a esa ciudad. Ese día, en el derbi de la ciudad, el relato de Rafif, una estudiante de Arquitectura de 22 años, sintetizó el drama y la alegría en una frase: “No me importa el fútbol. Solo quería estar acá para ver cómo mi gente disfruta de un partido sin miedo a las bombas. Quería escucharlos reír y hablar de sus equipos favoritos”.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil