viernes 29 de marzo del 2024
Básquet

Kobe Bryant, la leyenda que hizo llorar a un logo

Con su muerte trágica, el jugador estrella de Los Ángeles Lakers ha revelado la dimensión mitológica de una persona admirada en el mundo y adorada en su país.

Solo por haber hecho “Dear Basketball”, un corto que derrama ternura, nobleza y devoción hacia un juego al que entregó su alma, Kobe Bryant merecería el cielo. “Cielo” y “Kobe Bryant”: una asociación de palabras que no debería existir hasta dentro de cuarenta años. Y que sin embargo existe hoy y ahora, porque las tragedias suceden y son implacables.

Dwyane Wade, la estrella perpetua de los Miami Heat, cambió su foto de perfil de Twitter por la de Bryant y escribió: “Los héroes van y vienen, pero las leyendas viven para siempre”. Y añadió: “Es como si estuviéramos en medio de una pesadilla y solo quisiéramos despertar”.

Es que la NBA llora, la ciudad de Los Ángeles está de duelo, los Estados Unidos de América enfrentan incrédulos un nuevo día y el mundo agradece con fervor porque, pese a un huracán de tristeza devastadora, ha surgido una vez más el milagro del amor.

Porque Kobe fue “un elegido”, como dijo Phil Jackson, “un rival fabuloso”, como recordó Doc Rivers, y “más que un jugador excepcional, un competidor sin par que ha provocado un profundo sentido de pérdida por lo que significaba para todos nosotros, a raíz de una tragedia que no se puede describir con palabras, que debe colocar nuestro foco en su familia, y que nos ha recordado cuántas millones de personas en todo el universo lo amaban por razones tan distintas”, como graficó Gregg Popovich.

Pero, sobre todo, la tristeza nos inunda porque Kobe Bryant es un mito. Y a los mitos los queremos incondicionalmente. Hay una magia que, en su libro referido a Luis Alberto Spinetta, evoca con fineza la doctora en Letras Mara Favoretto. Y en el caso de Kobe esa magia tiene que ver con el reconocimiento a su ética de trabajo, al modo en que amó su actividad y contagió generosamente esa pasión, y a la inexplicable forma en que se erigió como protector de un reino sagrado al que cualquier incauto se podía acercar por la luz que irradiaba su figura larga, preciosa, que desarmaba a cualquiera con una sonrisa que no parecía de este mundo.

“La objetividad no tiene ninguna utilidad para mí hoy: eras mi amigo y mi hermano”, declaró el popular periodista Stephen A. Smith pocas horas después de que, bajando de un avión, LeBron James se enterara de la noticia y empezara a llorar como un niño.

“Estoy en shock y no puedo describir el dolor que siento. Yo amaba a Kobe. Era como un hermanito pequeño para mí”, expresó Michael Jordan en un comunicado cuyo espíritu profundizó a puro sollozo el pequeño gigante Gary Payton.

Y el esencial Shaquille O’Neal, con quien Bryant se peleó ferozmente, se reconcilió y obtuvo tres anillos consecutivos, agregó: “La muerte de Kobe y de mi adorable sobrina Gigi ha sido una puñalada triple en el corazón. Ya no vamos a poder decir, riéndonos, que si hubiéramos permanecido juntos hubiéramos conseguido diez campeonatos. Hay cosas de las que no se vuelve y esto va a ser duro, aunque nuestros nombres van a estar siempre unidos. Tengo 47 años. Perdí a mis dos abuelas, perdí a mi padre adoptivo, perdí a mi hermana y ahora perdí a mi hermanito. No soy un hombre que use mucho Internet, pero me he pasado viendo tus momentos estelares para disfrutarte, Kobe. Estoy incrédulo. Te adoro y te voy a extrañar mucho”.

Después del día más triste en la historia del básquetbol, podríamos decir que Bryant fue el Laker más importante de todos los tiempos, que pocas veces hubo un jugador con su destreza, su capacidad atlética, su disciplina, su obsesión por ganar, su talento, su inteligencia y su jerarquía para liquidar partidos, y diríamos la verdad.

No en vano las estadísticas quedan chicas cuando hablamos de un hombre que ganó cinco campeonatos de la NBA con su equipo y dos medallas de oro consecutivas en los Juegos Olímpicos siendo capitán de su país, que jugó 18 veces el All Star Game, que fue nombrado el Jugador Más Valioso de la temporada en 2008 y el MVP de las Finales en 2009 y 2010, y que le puso fin a su carrera habiendo conseguido 33643 puntos, 7047 rebotes y 6306 asistencias, con un último encuentro contra Utah, tras veinte temporadas, de 60 unidades.

Pero, por paradójico que parezca, seríamos mezquinos, pues lo que ha terminado de evidenciar el mismo helicóptero que cientos de veces lo había llevado de su casa a los partidos es el océano de pena que la partida de Kobe Bryant provoca. Porque Kobe es un ídolo, aunque no cualquiera.

Es un mito popular al que ha elogiado Barack Obama, sobre el que su ex compañero Lamar Odom ha dicho que hubiera entregado su propia vida antes que verlo fallecer, y respecto al cual el histórico comentarista de NBA por ESPN, Carlos Morales, apuntó en diálogo con Perfil: “Además del hecho de que varios jugadores de la liga lo mencionan como inspiración desde que eran niños para enamorarse del juego e intentar llegar a lo más alto, luego de su retiro Kobe se hizo mucho más accesible al público y comenzó a presentar un don de gente que quizá escondía un poco cuando jugaba, para mantener la cara de competidor implacable. Las personas que interactuaban con él se sentían aceptadas e incluidas, y usualmente eran recibidas con una amabilidad sorprendente, algo para lo cual lo ayudaba tanto su sonrisa como el hecho de ser políglota y de realizar un esfuerzo genuino por comunicarse en el idioma de sus interlocutores”.

Pero Kobe -quien, como resalta Morales, también es visto como “un genuino hombre de familia que ponía a su esposa y a sus hijas por delante de cualquier otra cosa, y que superó un escándalo sexual que pudo haberlo privado de su libertad”- es tan grande que ha hecho que un logo llorara.

¿Un logo? Sí. Jerry West, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos y el ejecutivo y cazatalentos más brillante en la historia del baloncesto, ve todos los días su silueta representada en el emblemático hombre sobre fondo azul y rojo que pica la pelota con la mano izquierda.

West, quien nació en 1938 y ha sido el titiritero de los Lakers de Magic Johnson, de los Golden State Warriors de Curry, de los Memphis Grizzlies de Marc Gasol, de los Clippers de Kawhi Leonard y de los Lakers de Phil Jackson y Shaquille O’Neal, fue quien descubrió a un joven de Philadelphia de 17 años llamado Kobe Bryant.

Llorando sin consuelo, como el mentor y cariñoso padre sustituto que llegó a ser, Jerry declaró a la cadena ABC: “Nadie sabe el tipo de charlas íntimas que Kobe y yo mantuvimos a lo largo de los años. Él era un hombre cabal al que el público admiraba en todo el universo, empezando por Asia. Por su sonrisa enorme y su actitud fraterna, que daba la bienvenida e invitaba a seguirlo adonde fuera como si fuese el Flautista de Hamelín, la gente quería conocerlo, tocarlo, abrazarlo o simplemente decirle hola. Los Ángeles es ahora una ciudad triste. Y este es uno de los peores días de mi vida. Solo puedo compararlo con el momento en que me enteré de que mi hermano había muerto en la Guerra de Corea”.

Hace pocas horas, Tracy McGrady, un tirador extraordinario que brilló en la década 2000-2010 y que lo quiso como pocos colegas, confesó: “Cuando Kobe y yo éramos chicos, él decía algo muy loco: ‘Quiero ser mejor que Michael Jordan y morir joven’”.

Lamentablemente, parte de aquel deseo primigenio, que hoy suena como un chiste de mal gusto, se cumplió. Pero la leyenda del majestuoso jugador de básquetbol que hizo llorar a un logo persistirá mientras haya vida humana.

(*) Especial para 442

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