viernes 19 de abril del 2024

Si querés que Diego siga, abordalo y mimalo

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Faltas horas para que Sudáfrica sólo sea un hermoso recuerdo. Independientemente de que tenga o no la posibilidad de volver, Sudáfrica, tal cual la conocí en este Mundial, sólo será un hermoso recuerdo.

Como con Beijing en 2008 con los Juegos Olímpicos, dejar Johannesburgo después de un Mundial es prometerse sin mucha convicción seguir el rastro de cómo anduvieron las cosas después de la fiesta. En China, me consta, el primer paso fue readaptar su increíble infraestructura a una utilización racional de los recursos: todos los estadios –hasta el Nido de Pájaro- fueron reducidos en su capacidad y una buena parte de su infraestructura –el IBC, por ejemplo- fue directamente destruido. Era más barato tirarlo abajo que mantenerlo ocioso.

En Sudáfrica, varios medios de distintos países, se preguntan cómo haran para mantener y darles utilidad a las canchas, algunas de las cuales difícilmente tengan equipos –de fútbol, de rugby, de lo que fuere- que vayan a utilizarlas. Nada demasiado distinto a lo que pasó con alguna de las sedes del ’78; nada demasiado distinto a lo que habría pasado en la Argentina si hubiésemos necesitado contruir estadios a nuevo en, por lo menos, doce ciudades distintas del pais.

Sin embargo, tanto en China como en Sudáfrica, el cariño visitante y la curiosidad periodística parecen no bastar para mirar más allá de lo que uno vio. Después de la fiesta olímpica, Beijing recuperó a millones de ciudadanos de bajos recursos que, durante los juegos, habían sido poco menos que desterrados para que el ritmo y la desigualdad habitual de la ciudad no “arruinara” la celebración.

En Sudáfrica, la pregunta que muchos nos hacemos en silencio es qué pasará con esta preciosa Nación cuando acabe la fiesta; cuando a Mandela (92 años) le llegue la hora de dejar de ser el prócer viviente más maravilloso del planeta; cuando esta tierra tan increíblemente rica vuelva a ser zona de tensión entre una minoría entre la minoría blanca que sueña con reverdecer siniestros laureles y una minoría no blanca entre la mayoría no blanca que tiene una sed de venganza a la que, a ojos e historia vista, cuesta quitarle justificación.

A punto de volver a casa, más que los estadios y las autopistas, de Sudáfrica me preocupa su pueblo y su futuro inmediato.

De Sudáfrica me voy también con la paradoja de una nueva ilusión que no pudo ser. Porque nada hacía pensar que, luego de los exabruptos y de los enunciados del Centenario y después de pregonar haber encontrado el sistema tras el engañoso 1 a 0 ante los alemanes de marzo pasado, Maradona pegara semejante vuelta de tuerca y tirara en la cancha nombres y características tan distintas a aquel 4-4-2 con mucho más aroma a característica telefónica que a equipo de fútbol. Y cuando, de movida nomás, la estructura generadora de fútbol y de ataque argentino se estrenó ante Nigeria con Verón, Di María, Messi, Tevez e Higuaín, tuve la sensación de que algo se estaba gestando. Desde Pretoria se advirtió que “no necesariamente el esquema será el mismo ante otros rivales”. Sin embargo, el cuarteto de ataque se mantuvo. Lo que no imaginaba, era que ante los problemas de la franja derecha de la defensa, Maradona optaría por sostener la hibridez de Maxi Rodríguez –útil asistiendo atrás, pero sin aporte a la hora de controlar la pelota- y dejar a los de adelante sin la asistencia técnica de la Brujita o, eventualmente, de Bolatti.

En la primera rueda, poco que objetar. Hasta los cambios fueron ofensivos y, en la mayoría de los casos, tuvieron influencia en el juego y en el resultado.

La victoria ante México fue la trampa del final.

Se ganó bien, los árbitros nos abrieron la puerta, Osorio nos invitó a pasar al living y Carlitos se metió en el dormitorio de los dueños de casa con un golazo final. Pero, durante un largo rato, la pelota fue ajena. México se la llevó en el avión de regreso al DF pero nosotros nos quedamos sin ella para jugar ante Alemania.

En la lectura míope que se hizo entre México y Alemania –una victoria y una derrota, en ambos casos con un equipo partido al medio- radicó el error que desnudó al cuerpo técnico. La Argentina no supo, entonces, convertir en equipo sus virtudes ofensivas y sus preocupaciones y limitaciones defensivas. Entonces, aquel cambio de rumbo que supuse era una decisión estratégica terminó siendo uno más de esos albures que convirtieron a Diego en el personaje más popular del Mundial. Y en esa fragilidad conceptual radica una de las evaluaciones que más profundamente debería realizarse a la hora de discutir –o no- la continuidad de Maradona y sus muchachos.

Empiezo diciéndoles que sospecho que a nadie le importará demasiado profundizar en ningun análisis. Si desde la AFA lo único que se dice es que “el que decide es Maradona”, o me están tomando el pelo o me están confirmando ese desinterés. Según mis parámetros, si querés que Diego siga, abordalo, mimalo, asegurátelo. Y si no, simplemente decile gracias y avanza urgentemente hacia el futuro. Grondona, evidentemente, va por otro camino. Que parece tener que ver más con costos políticos, estrategias de perpetuidad y evaluación de barullo mediático que con el fútbol que necesitamos, merecemos y PODEMOS jugar. Una decena de los futbolistas que estuvieron en Sudáfrica llegarán a Brasil con entre 25 y 30 años, es decir, con la edad promedio habitual de los equipos campeones del mundo. En esa lista figuran Romero, Bolatti, Messi, Higuaín, Pastore, Mascherano, Tevez, Di María, Otamendi y Agüero. A esa camada hay que darle de comer ya mismo.

Y darle de comer significa no sólo arengarlos, potenciarlos desde el carisma inigualable de Diego o protegerlos ante la opinión publica, sino darles un fútbol para jugar, una idea de equipo, una respuesta tactica para los problemas que pueda plantear un rival.

De eso también debería tratarse la discusión sobre la continuidad de Maradona.

Hay cuestiones de forma que exceden lo futbolero. Maradona puede ser el dueño de Ezeiza con solo hablar de fútbol, algo de lo que me animo a decir no lo escuché hablar en profundidad en esta etapa. Seguramente, cuando se entere de esa variable podrá dejar un poquito de lado el exabrupto, la descalificación y el desplante que, aun en un contexto idilico como fue este Mundial para él, siempre anduvo flotando en el ambiente y en los micrófonos.

En Sudáfrica, Maradona apeló al instinto y a las evidencias y puso cuatro hombres netos de ataque en los cinco partidos. En tres de ellos, además, su equipo se hizo amigo de la pelota. Luego, terminamos siendo más inspiración, cábala y declamación que fútbol.

Creo que esa debería ser la vuelta de tuerca que Diego debería pegar para seguir siendo el técnico del seleccionado. Si se queda en los amigos y enemigos, en los que la tiene adentro o no, en los enunciados y en las ocurrencias, su continuidad en la AFA no tendría demasiado sentido.

Como tampoco tiene sentido ver que, en este Mundial, el mejor fútbol lo ha jugado un equipo como España que, a la vuelta de la vida, hace un culto de la pelota como los argentinos de otros tiempos.

Nombres célebres de nuestro fútbol nos han venido vendiendo que no había más wines, que no existían más los marcadores de punta, que ya no se juega con enganche, que nadie puede ni prescindir de dos carrileros ni jugar con más de un delantero. Nos mintieron durante años. Este Mundial –léase España, Alemania, Holanda y hasta la Argentina misma- los dejaron en evidencia.

A esos tampoco habría que tenerlos en Ezeiza.