jueves 28 de marzo del 2024

Delfino: "Vamos a levantar el nivel"

En una nota con el Diario Perfil, el Lancha reconoció su lugar de nexo: "Yo sé hasta qué gusto de helado toma cada uno".

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A principios de febrero, Carlos Delfino confesó ante PERFIL que estaba luchando por dar el salto de calidad que se le pedía. Que no le gustaba su limitado rol en la NBA, en Milwaukee, pero que, al menos, a diferencia de los Pistons, ahora tenía con quién hablar de fútbol porque era un equipo con varios extranjeros. Pero todo cambió. Porque él también cambió. De golpe, se convirtió en pieza clave de los Bucks, recuperó protagonismo y cerró su mejor temporada en la mejor liga del mundo. “No sabría bien cómo argumentar el vuelco de una situación a otra. Primero que todo, yo venía de una temporada muy difícil en Rusia. Y eso ya me tenía mal: mal anímicamente, incómodo, no me hallaba. Y nunca terminaba de recuperarme de mis dolores de hombro, de las piernas... Todas cuestiones de base”, comienza. Y sigue: “En enero empecé a sentirme mejor y ya, al mes siguiente, pude dar un salto. Recuperé confianza y las cosas me resultaron más sencillas en la cancha. Tuve muchas más buenas que malas, eso implicó un despegue. Todo pasa por el bocho. Es normal supongo, ¿no?”.

—¿Estás en el mejor momento de tu carrera?

—No me sirve pensar en el tema. Intento disfrutar cada momento, cada pasaje de juego. No sé cuándo tendré la oportunidad de jugar otro Mundial. Mirá lo de Chapu: me marcó muchísimo eso. Ojo, no soy demagogo: sé que estoy en un momento lindo, en el que las cosas me salen y le rindo al equipo. Es uno de los picos de mi carrera, lo reconozco.

—El otro día hablabas de lo difícil que le resultaba a un integrante nuevo adaptarse a este grupo, y que vos también lo habías sufrido. ¿Cómo es de un lado y del otro?

—Cuando me sumé a este equipo, en 2004, había un grupo armado dentro y fuera de la cancha. Yo tenía que demostrar lo que podía dar. Quién era, cómo era. No sólo en el campo de juego: también en una mesa, en un vestuario o en un viaje. Era una prueba de todos los días para mí. Y nada de eso fue fácil, porque era muy chico e inconsciente. Justo lo hablaba con Hernández ayer, que me preguntaba sobre mi adaptación en aquella Selección: yo a Atenas fui de tercer base, mi rotación era muy corta, casi no hablaba, pero igual estaba chocho. Me juntaba con Hugo (Sconochini), que era mi ídolo, con jugadores consagrados... Tenía una ventaja: conocía a varios de antes y algunos, incluso, eran amigos como (Alejandro) Montecchia, Hugo o Fabricio (Oberto). Eso me ayudó. Bah, eso fue clave. Igual, nada me resultó sencillo. Y ahora que estoy del otro lado, comprendo mejor todo.

—¿Por?

—Porque este no es un grupo normal. Hay un compromiso muy marcado, de muchos años, entonces los que se suman muestran profundo respeto. Vos te subís al colectivo y siempre vas a encontrar atrás a Scola, a Prigioni, a Oberto y a Delfino. Y todos los nuevos entran al bondi y se sientan por la mitad. O cuando nos vamos a sentar a comer, los más jóvenes ni se atreven a venir con nosotros. Yo siempre les tiro ‘vengan para acá’.

—¿Para no sentirte uno del bando de los viejos?

—(Risas). Trato de ser nexo. Hay una línea que no se quiebra. Me tocó respetarla a mí y ahora les toca a los nuevos. Uno ya conoce dónde viene cuando comienza la preparación, sabe qué va a hablar, con quién se va a juntar y qué va a comer el otro. Yo sé hasta qué gusto de helado toma cada uno en el postre. Son muchos años. Por eso no es fácil para nadie que se suma. No lo fue para mí y no lo es para los nuevos.

—¿Cómo te llevás con el rol que tenés en el equipo, muy distinto al de Milwaukee?

—Me gusta. Tengo más la pelota. Y mi influencia en la generación de juego es más directa. En Milwaukee no me usan para esa función, tengo un rol más definido. Pero no quiere decir que no lo sepa hacer. A mí me da nostalgia cuando vengo acá y veo lo que puedo hacer y después vuelvo allá, a Estados Unidos, y soy un tirador que sólo se dedica a lanzar de tres. Fijate que el momento en que yo me destapo allá justo coincide con el momento en que pude generar juego por mis propios medios. A mí me gusta hacer jugar al equipo, que rote la pelota... Soy feliz cuando tengo acción.

—¿Y qué evaluación hacés de tu Mundial, hasta acá?

—Mi nivel va a ir siempre de la mano con el del equipo. Soy el primero que se queja cuando no le llega la pelota, cuando nos trabamos en ataque, cuando alguno se la “come”. Si funcionamos en grupo, también funciono yo en lo individual. Esta fase no fue excepción.

—¿Brasil es la prueba de fuego?

—Y sí. Por nuestra experiencia, nos ponemos mejor cuando tenemos partidos duros. Cuando vengan los juegos más complicados, pongo las manos en el fuego por mis compañeros. Sé que levantaremos el nivel, como pasó con Serbia.

—¿Por qué les costó tanto encontrar el juego?

—No quiero poner excusas, pero la ausencia de Fabricio fue decisiva, porque es un jugador que nos da equilibrio, sobre todo en defensa. Nos vamos acomodando a los problemas que van surgiendo, primero lo de Nocioni, luego lo de Oberto; y sin embargo, seguimos siendo competitivos. No nos sobra nada.

(*) de la redacción del Diario Perfil.