martes 23 de abril del 2024

Más dura será la caída

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“Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: deben esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.”

De “Zaratustra”, XIII, ‘De las moscas al mercado’. Friedrich Nietzsche (1844-1900).

¿De qué puede hablar uno si no del incalificable Sergio Shoklender, tan reafirmado en su viejo papel de asesino de madres? Difícil no dejarse llevar por semejante tema. No hay caso; es dar vueltas alrededor del iceberg que siempre estuvo ahí y nadie pudo, supo o quiso ver… o evadirse un rato y escribir sobre el curioso abismo al que, con mucho de descuido y algo de curiosidad, se asoma desde hace tanto River, el club que insiste en ser Racing. Otro fucking descenso a los infiernos, compatriotas.

Al principio, claro, fue la negación. La certeza de que ningún mal podría con tanta historia gloriosa. Lo trajeron a Cappa y fue casi una provocación al imaginario futbolero que aconseja: para pelear la permanencia, lo mejor es armar un equipo con Los 12 del Patíbulo. Pero el experimento cool falló. Cappa empezó a perder puntos y llegó la hora de Juan José López, que dejó su puesto en las Inferiores para darle una mano a su amigo Daniel, el presidente.

Animado por su triunfo contra Boca y un cierre de torneo donde sumó 15 de los últimos 18 puntos, el nuevo entrenador impuso un sistema más bien cauto, intolerable para el célebre paladar negro del club. Un pecadillo circunstancial que, descontaban todos, sería dejado de lado en cuanto las cosas volvieran a la normalidad y pelearan el título. No fue así. El equipo coqueteó con la punta un par de fechas pero pronto cayó en un pozo anímico que, a estas alturas, parece infinito.

River no ha sido el único en desandar el espinoso camino del pragmatismo después de patinar feo buscando una opción progre. Ricardo Alfonsín, otro desesperado por sumar, también viró a un planteo ultraconservador pese a las críticas del sector purista de la UCR, su propia platea San Martín. Como el Negro López, justificó su elección afirmando sin ponerse colorado –o no tanto, claro–, que lo que él necesita es ganar. Y bue’. La necesidad tiene cara de hereje así que ¡allá van ellos…! Little Richard, Alikate o el Dúo Cabezones, de reciente aparición en el mercado, todos resultadistas sin culpa detrás de un único objetivo: engordar el promedio. Para eso saldrán a la cancha con un 4-5-1, a embocarla si pueden y aguantar, colgados del travesaño si hace falta. Son decisiones, diría Miguel.

Pero mejor volvamos a River y a su DT. Un hombre de bajo perfil, sin estridencias, frases seductoras ni grandes pergaminos conseguidos desde el banco que, para colmo de males, supo cometer el mayor de los pecados futboleros, algo que en un ambiente tan despiadado y brutal se paga caro: se fue al descenso tres veces, con Unión, Instituto y Talleres de Córdoba. Esta nueva chance le llegó tarde, por casualidad o pura mala suerte. No se merece todo este sufrimiento. La culpa, lo saben todos aunque a nadie le importe, no es suya.

Crecí viéndolo jugar. Aquel morocho de la cinta blanca en la muñeca se las ingeniaba para amargarme la vida cada vez que River visitaba a Racing. Fue un 8 deslumbrante. Sólo el talento de Ardiles y el éxito del equipo de Menotti disimularon su insólita ausencia en el Mundial 78. Quién crea que aquel futbolista exquisito de pronto mutó en un mezquino muerto de miedo que disfruta diseñando equipos espantosos, se equivoca. López hace lo que puede, y hoy puede lo que se ve, lamentablemente. Poco.

Aunque los números insistan en desmentirme, no creo que River tenga un mal plantel. Al contrario. Está Lamela, un jugadorazo. Buonanotte, que nunca dejó de pelear contra su furia interior y la crueldad de algunos hinchas sin corazón. Almeyda, un fenómeno sin edad. Carrizo, que es muy bueno cuando no se apuna y también los tres centrales, confiables, sólidos. No tienen gol, es verdad. Porque Pavone arrastra pero no concreta –en las Inferiores de Estudiantes el titular y goleador era ¡Lugüercio!–, Funes Mori es menos de lo que prometía pero más de lo que sus nervios le permiten hacer ahora, y Caruso es un crack tardío, un virtuoso de papi fútbol, un Fabbiani con veinte kilos menos.

Señores, River está donde está por una generación de dirigentes que la viene pifiando bastante más que estos jugadores. Con Aguilar, y ahora también. La semana pasada, un miembro de esta conducción propuso echar a J. J. López y que al equipo lo dirigiese… Passarella. Wow. Es increíble. ¿Será el pánico lo que afecta el normal funcionamiento de esos cerebros? ¿Los aniquilará la angustia porque, como nos ha revelado el pensador contemporáneo Gastón Recondo, “ver a River en el descenso es algo tan antinatural como perder un hijo”? ¿Puede un dirigente importante hacer un planteo tan estúpido? ¿Se imaginan a uno de éstos dirigiendo algo más que un club de fútbol?

(…)

Glup. Perdón. OK, nothing personal. Lo dije sin querer. Todo parecido con la realidad es culpa de mi maldito inconsciente, compatriotas. Tranquis, que esto es... sólo fútbol.

Ahora, si me disculpan, me voy a llorar al baño.

Esta columna fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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