martes 16 de abril del 2024

Martín Palermo, el gran gurú de los pataduras

Cómo una historia de fracasos, desprecio y malos augurios se transformó en un ejemplo de autoconfianza y liderazgo popular.

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No nació con el don de la destreza ni leyó libros de autoayuda ni estudió filosofía oriental. Y sin embargo, a su modo, o al modo de las creencias masivas del siglo XXI, Martín Palermo (37) fue un líder espiritual que movilizó multitudes. El domingo 12 se despidió como quien anuncia su desmaterialización y fue llorado por millones que ya no podrán festejar sus goles, esas proezas cotidianas en las que el 9 dorado de Boca legaba una enseñanza superior: mucho más que un gurú del área, Palermo fue un ejemplo de superación personal. Carlos Bianchi se quedó corto cuando lo definió como un optimista del gol.

En las tribunas argentinas, ese espacio de bipolaridad en donde nada está más cerca de la ovación que los silbidos, no hubo en los últimos años un jugador tan burlado como Martín Palermo, incluso por muchos hinchas de Boca y, al comienzo, de Estudiantes. Lo descalificaban como futbolista como los tangueros ortodoxos lo hacían con Astor Piazzolla. No tenía piernas, tenía muletas. Y si tenía piernas, eran de titanio. No le gritaban que se volviera a su casa, sino a su cucha. El fútbol llegó a ser un deporte en el que 21 muchachos jugaban con una pelota redonda y el otro, Palermo, lo hacía con una cuadrada.

El 9 falló cien goles increíbles pero hizo mil, aun más increíbles. A cada error le siguió un acierto. A cada golpe, una solución. Dejó de ser un hazmerreír a hacer reír. Los deportes no se crearon para los acomplejados y Palermo fue eso, un futbolista sin complejos. Un modelo de autodeterminación.

Lucha. Carlos Palermo, el padre de Martín, tiene cara de buen tipo: lo vio todo el país cuando abrazó al goleador en su despedida. Pero además fue un compañero que luchó por una causa. Era empleado en el astillero Río Santiago cuando, en la década del '90, participó junto al resto de los trabajadores en las movilizaciones sindicales que evitaron la privatización. “Él (Martín) también era parte de esas reuniones familiares y de esos comentarios. El objetivo era nunca dejar de luchar, no bajar los brazos. Nuestra lucha tuvo su premio. Creo que él también la tomó como ejemplo y lo aplicó para la que era su lucha y su objetivo, y vaya si lo logró”, le dijo Carlos al programa “Frases Hechas” en el 2007. Cuatro años después, en diálogo con NOTICIAS, Carlos pide “no politizar” aquella lucha: “Solo quiero decir que de mi familia aprendió el esfuerzo y el trabajo: yo estuve 51 años en el astillero y mi mujer 38 en la caja de seguros. Ahí se dio cuenta de que hay que pelear para sacar adelante un objetivo”.

Por esa época, en 1992, Palermo empezó a jugar en la Primera de Estudiantes, aunque en las tres primeras temporadas estaba tan lejos del gol que en 26 partidos solo convirtió dos veces, su equipo descendió y el técnico, Miguel Ángel Russo (hasta ahora en Racing), se lo sacó de encima. “No tenía ganas de jugar ni de entrenar ni nada”, confesó. Palermo consiguió primero un préstamo en San Martín de Tucumán, que entonces jugaba en el subsuelo de la B Nacional pero, cuando se presentó a firmar el contrato, el presidente –después de haberlo hecho esperar una hora– no lo reconoció y le preguntó quién era. “Soy Palermo, estuve una semana a prueba, el técnico me quiere y mañana tengo que jugar contra Morón”. Pero mil pesos de diferencia entre lo prometido inicialmente y lo ofrecido a última hora lo hicieron volver a La Plata. Estudiantes también había caído a los torneos del Ascenso, pero incluso así su participación fue testimonial. Suplente del suplente del suplente, apenas jugó tres fechas de 42 porque el cuerpo técnico lo consideraba el sexto delantero del plantel y lo negaba como futbolista: alguien le dijo alguna vez que tendría que cortar el pasto de la cancha. Le decían burro y lo usaban como vaca.

Donde otros se hubiesen deprimido, Palermo sacó fuerzas y se convirtió en un superhéroe de cómic. No pensaba en nadie ni en nada. Su inconsciencia lo salvó del qué dirán. Se animó a vestirse de Marilyn Monroe para una producción de la revista Mística. No faltó el rouge en los labios ni el lunar en la mejilla ni una peluca rubia. De chico le gustaba delinearse los ojos para imitar a sus ídolos de Soda Stereo. Las hinchadas le gritaban es el novio de Cris Miró. Cuando pasó a Boca sonaba a otra de las incongruencias de un club desesperado, que solo había ganado un título desde 1981. “¿Te querés quedar con ese burro?, me decían, y yo les respondí: ‘Pero yo no lo veo tan burro. Yo veo que técnicamente tiene cualidades’”, contó Bianchi en el video de despedida. Palermo sería un goleador tántrico: las mil formas de hacerlo.

Psicología. Bianchi fue, justamente, el apoyo de Palermo cuando en 1999 se puso la camiseta de la Selección y erró tres penales contra Colombia. Los argentinos se divertían cuando el imitador Miguel Ángel Rodríguez, en VideoMatch, hacía un sketch en el que pateaba cien penales y los fallaba todos. Hasta The Times, en Londres, se mofó en su tapa. “El golpe de la Copa América fue muy duro pero me sobrepuse. Ese asuntó lo charlé mucho con Bianchi, y me saqué un peso de encima”, dijo entonces.

El segundo golpe fue la lesión más temida del fútbol: ligamentos cruzados. “De todos los errores que cometí y las cosas feas que me pasaron, saqué conclusiones positivas”, dijo hace poco. Se refería a Mara Villoslada (43), la psicóloga del club. Empezaron a tratarse en 1999, durante aquella convalecencia. En la tristeza conoció su fortaleza. “Uno se llena de dudas y tiene miedo que la lesión se repita. Mara me vino muy bien”, repite como un mantra. Todos saben que volvió en un superclásico de la Copa Libertadores y convirtió un gol, pero pocos recuerdan que, pocos meses después, le preguntaron si jugaría en River. Contra lo esperado, no se horrorizó: “No tendría problemas”, dijo. En su adn no figura la demagogia. Hoy lo idolatran los fanáticos de Boca y Estudiantes, pero su verdadero triunfo es que lo respetan los hinchas de todos los clubes. También de River.

El gurú. En Europa jugó en tres clubes, uno con menos prestigio que el otro (Villarreal, Betis y Alavés, este último ya de Segunda), y le fue cada vez peor. De España no se recuerdan sus goles, sino la tribuna de la cancha del Levante que se le cayó encima y le rompió un tobillo. “Me llamó desde la ambulancia, con el ruido de sirena de fondo yendo al hospital, y me dijo: ‘Ya está, ya me lesioné, ahora me tengo que recuperar’. Esa es su filosofía”, recuerda su madre, María Juana. Lo grandioso fue que, otra vez, Palermo les hizo un gol a las adversidades: a la Argentina volvió mejor persona, más sensible y menos estrella. El fracaso enseña. “Hay dos Palermo, el que se fue a Europa y el que volvió”, reconocen sus íntimos. Cambió su trato con el periodismo y con los hinchas. Antes salía de un entrenamiento casi escondiéndose. Ahora se queda hasta dos horas después de cada práctica para firmar autógrafos. Como cada mes llegan al club 50 cartas a su nombre, le pide a un empleado del departamento de fútbol, Fabián Fiori, para que se ponga en contacto con sus remitentes. Dos días a la semana, los martes y los jueves, los recibe. Decenas de hinchas de todo el país han venido a Buenos Aires solo para estar en contacto con Palermo. Chicos y ancianos, saludables y enfermos. En esas charlas no solo se habla de goles y de vueltas olímpicas, sino de cómo sobrevivir a las malas. El goleador se convirtió en un gurú. Palermo sabe qué es el dolor: ni todas sus tristezas futbolísticas sumadas se comparan a la muerte de su hijo recién nacido, Stéfano, en 2006.

El retiro. Con Villoslada empezó a meditar el retiro a mediados del 2009, cuando se recuperaba de otra lesión de ligamentos cruzados. El goleador y la psicóloga se reunían una vez por semana. Palermo se hizo incondicional a la asistencia profesional que Boca les ofrece a los jugadores del club: “Cuando estoy mal, me gusta hablar con ella”. Y a medida que Boca dejaba atrás sus años de gloria y se desintegraba en derrotas y renuncias de técnicos, Palermo sumó nuevas hazañas, también con la camiseta de Argentina: el gol catártico a Perú, que evitó una posible eliminación del Mundial, y su ¡derechazo! a Grecia, ya en Sudáfrica 2010.

Se convirtió en ex jugador cuando, después de clavarle su última estocada a River en mayo, entró al vestuario y se puso a llorar: todo había terminado. Ese gol, como la mayoría, lo hizo de cabeza, su mayor combustible dentro y fuera de la cancha. Porque entre un padre que le enseñó a luchar contra las adversidades, un técnico que lo protegió de las burlas y una psicóloga que se convirtió en su ayuda cotidiana, Palermo superó tantas desgracias que cualquier otro deportista sin su fortaleza se habría convertido en una versión futbolera del mito de Sísifo, el griego condenado eternamente a subir una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Palermo sí llegó a la cumbre. Y más arriba también.

(*) Nota publicada en la edición impresa de la Revista Noticias.

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