jueves 28 de marzo del 2024

Entre Humbertito y el Barça

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Sergio Batista jugaba en Argentinos Juniors. Fue su club de toda la vida. Debutó en Primera en 1981 y, después del paso corto pero inolvidable de Angel Labruna por el equipo de La Paternal, Checho se hizo patrón de la mitad de la cancha.

Su figura –alto, flaco, levemente encorvado hacia adelante, número cinco en la espalda– fue imponiéndose en la opinión pública futbolera nacional. Fue campeón del Metropolitano 1984, del Nacional 1985 y de la Libertadores 1985, y subcampeón de la Intercontinental 1985. El estilo depurado de Argentinos, sumado a la siempre influyente opinión del diario Clarín, generó la idea de que no convocar al Checho Batista a la Selección argentina era una verdadera locura. Tal como le pasó al propio Batista ahora con Tevez, en aquellos años el clamor popular era por él.

Carlos Bilardo dirigía a la Selección argentina desde 1983. Anteriormente, había sido el hacedor de un gran equipo de Estudiantes de La Plata (campeón del Metropolitano 1982) y sentó las bases para la obtención del Nacional ‘83, ya con Eduardo Luján Manera en el cargo. El primer volante central del ciclo Bilardo en la Selección fue Claudio Marangoni, lujoso cinco de Independiente. Detrás, estaba Miguel Angel Russo, su lugarteniente en Estudiantes. La cosa fue decantando y Russo se quedó con el puesto. El equipo no jugaba bien y, como ahora –como siempre– la gente pedía al que no jugaba y al que la prensa menottista postulaba: Batista. Cuando el tiempo del Mundial ‘86 llegaba, tras una angustiosa eliminatoria, Bilardo tomó una decisión popular pero dolorosa para él: desafectó a Russo y convocó a Batista. Como Checho ahora con Tevez, no sólo lo convocó: también lo puso de titular. El resto, se sabe: Batista jugó el Mundial y es uno de los que figura en letras de molde en el inolvidable título de México 1986.

Batista siempre fue de otro palo respecto de Bilardo. Al igual que Valdano, ni siquiera aquella epopeya logró fundir las ideas, ni siquiera semejante cantidad de gloria consiguió unirlos. Ni antes ni ahora. Bilardo sigue siendo de la línea del pragmatismo y Batista habla de toque y del Barcelona. Bilardo sigue pensando que la mayor parte de las jugadas del fútbol se resuelve con pelotas paradas y Batista cree en la posesión del balón como forma insobornable de atacar y defender. En esta pequeña célula, ya todo está mal. Pero la discreción de Bilardo contrasta con la de su segundo, Humbertito Grondona. El hijo de Julio es admirador de Bilardo y sigue a pie juntillas su credo futbolero, salvo en la verborragia.

Batista no es de su agrado. Aquella desafortunada declaración de Batista para meterse en el bolsillo al ya mencionado diario y a cierto sector de la prensa influyente (“Quiero que juguemos como el Barcelona”) lo condenó con Bilardo y Grondona Jr. Esto ya es serio de por sí, porque, en la escala jerárquica que pensó Don Julio, entre él y el DT están Bilardo y Humbertito.

Todos –Grondona padre e hijo y Bilardo– observaron y escucharon cada una de las idas y vueltas de Batista en sus declaraciones y, lo que es aún más grave, en sus decisiones. Acá ya tocamos el tema. Esa declaración sobre el Barcelona, la posterior contradicción más la desprolija convocatoria de Tevez y la insólita decisión de ponerlo como titular en un puesto en donde todos sabíamos que no iba a rendir, más la exclusión de Rojo para el segundo partido, más la pelota parada de Uruguay… Todo esto junto fue un cóctel mortal a la hora de evaluar el futuro de Batista.

En la reunión de Comité Ejecutivo que determinó la designación definitiva de Checho, los dos dirigentes que se opusieron provienen de dos de los mejores clubes del fútbol argentino. El presidente de Vélez, Fernando Raffaini, preguntó si “alguno llevaría a Batista como DT de su club” y Nicolás Russo, dirigente de Lanús, respondió que no. Fue el único que abrió la boca. El terror a Julio Grondona continúa entre los dirigentes. Se nos decía que iban a evaluar “carpetas con proyectos” y todos sabíamos que Batista ya estaba puesto por Grondona. Una irreal victoria sobre España 4-1 selló la decisión de afirmar a Checho en el cargo.

Se hizo mucha alharaca con un pálido empate con Estados Unidos por un primer tiempo en el que, supuestamente, “se desarrolló la idea” y se disputó un aburrido partido de práctica con entradas carísimas contra Albania. Mientras, Uruguay se preparaba contra Holanda, el subcampeón del mundo.

Todo parece indicar que Batista no seguirá en su cargo. Sus angostas y débiles espaldas, su currículum poco impresionante y sus penosos resultados lo dejaron sin sostén. El jueves a la noche, alguien que fue nombrado en estas líneas me dijo que, después de hacer una evaluación, los técnicos de los juveniles cumplirán sus contratos y difícilmente sigan. Nada cambiará si las reformas no son estructurales, si los técnicos y el personal de la Selección no se elige por un estudio minucioso de capacidades, en lugar de si “jugó o no en el ‘86”.

Se habla de Alejandro Sabella como el candidato más firme para suceder a Batista y de Gerardo Martino como opción. Hasta se menciona a Bianchi, aunque más por un allegado que acercó el apellido que por un real interés por tenerlo. Cualquiera que llegue deberá ser la cara visible de un proyecto con bases sustentables.

De lo contrario, todo se derribará como un castillo de arena, sea quien fuere el entrenador.

Una vez más.

(*) Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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