viernes 29 de marzo del 2024

El regreso del cortito

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“Cuando el tiempo sea sólo rapidez, instantaneidad y simultaneidad (…) volverán a atravesar todo este aquelarre como fantasmas las preguntas: ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y después qué?” De “Introducción a la metafísica” (1953), Martín Heidegger (1889-1976).

Si no lo consiguió Bolívar, menos lo iba a hacer Grondona, compatriotas. Minga de Patria Grande, torneo federal, dos millones de partidos y un estilo de competencia que se asemeja más al ultraliberalismo vonhayekiano que al marxismo futbolero. Todos contra todos en la misma cancha y de igual a igual… salvo por algún detalle menor de capital, presupuesto o poder. Imaginemos: el “Rambo Fútbol Club” con tanques, ametralladoras, obuses y granadas, contra “Defensores del Padre Farinello” y sus diez gomeras de alambre. Fah. Partidazo.

Una lástima. Las encuestas dieron pésimo y para colmo a algún vivillo se le ocurrió organizar marchas de protesta, con este frío y en pleno año electoral. No, ni ahí. Después de octubre veremos, dicen y hay gente que sueña con un milagro. Quién sabe. El fútbol da para todo, ¿no? ¡Oh, aquel dulce libremercadismo a la criolla! Ezeiza, los viajes, “deme dos”, billetes verdes, copas en Punta Cana. Qué nostalgia.

Entonces… volvió el torneo de una rueda que, como decía Pichuco, nunca se había ido del barrio. El coitus interruptus donde todo es voluntarismo y fugacidad. Otra vez la vieja y querida máquina de picar carne, pisar brotes, inflar globos y alquilar serruchos.

River descendió por segunda vez en dos meses y el resto de los grandes volvió a lo suyo. Tragar saliva, mirar de reojo la tabla del descenso, contar las moneditas y tratar de zafar del papelón. No será fácil este nuevo viaje de ida. Hasta la quinta o sexta fecha –es decir, ya consumida la tercera parte del campeonato–, ningún equipo estará armado. Ganará el que pueda y ningún análisis será serio… salvo que hablemos sólo del resultado, lo que todo el mundo hará, obvio, sin la menor culpa.

La cosa tomará color recién después del décimo partido y cuando se llegue al mejor nivel, ya será tarde. Habrá campeón. Que podrá ser cualquiera, como en la novela policial inglesa. Hay para todos. Hoy por ti, mañana por mí. That’s entertainment, folks!

Detesto estos torneos cortos. No me parecen serios, dependen demasiado del fixture, son mezquinos, espasmódicos y priorizan la velocidad al tiempo, como nos dice en el acápite Heidegger, un alemán copado con el Ser –que no es el yogurt– y admirador del 6 del Bayern Munich en los años sesenta, un tal Beckenbauer. No les creo nada.

Suena increíble pero hace más de cuarenta años, sin LCD ni Internet, la gente hacía exactamente lo mismo que ahora. Se sentaba frente al televisor y cuando la competencia terminaba, se preguntaba, inquieta y desconfiada: ¿será en serio todo esto? ¿Se pelearán de verdad? ¿Les dolerá cuando caen? ¿Por qué los jueces son tan malos? ¿Por qué el jurado grita pero no decide nada? ¿Por qué el cinturón de piedras preciosas se lo queda siempre el mismo tipo? ¿No estará todo preparado? ¿Por qué no puedo dejar de ver este engendro, maldito sea?

El show que enriqueció a Martín Karadagian –como el baile a Tinelli, el fútbol a Grondona y la política a más de uno– fue el catch; una coreografía deportiva derivada de la lucha libre que simulaba feroces batallas que, en realidad, estaban previamente guionadas. Otra ficción televisiva que alcanzó niveles de audiencia descomunales. Una vez ganaba uno, otra vez el otro y así seguía la cosa, entre buenos, malos, aplausos, abucheos, personajes estrafalarios y nuevos formatos para renovar la atención. Lucha en el barro. Lucha debajo del agua. Atados. A ciegas. Dos contra dos. Con comodines. Cualquiera. Todo ese circo tenía dos objetivos innegociables: a) entretener, b) facturar.

Karadagian era eterno, digitaba todo y era un actor vocacional. Alguna vez se fracturó la clavícula luchando contra… ¡el Hombre Invisible! Notable. Los años pasaban y ya se le notaban en el lomo, pero siempre ganaba él. Su “cortito” lo salvaba, aún en los peores momentos. Repartía lo necesario pero se quedaba con la parte del león. Esa era su ley y todos la acataban, aún a regañadientes. Titanes en el Ring fue imbatible mientras vivió el viejo Titán. Después… la historia fue otra.

Bolívar. Heidegger. Grondona. El cortito de Karadagian. ¡Santa libre asociación! ¿Qué tomaste, Asch? Hablá de fútbol, viejo, que para eso te paga Fontevecchia. A ver, ¿quién sale campeón? Jugate, dale.

Mmm... Menos River, cualquiera. Si Estudiantes se rearma y Verón está bien, será fija. Vélez, el mejor, estaba para repetir pero se le fueron Ricky y Maxi, dos tipos fundamentales. Lo mismo pasa con Lanús y Valeri. Boca, qué novedad, dependerá del humor de su Enganche Melancólico, Racing de su dúo cafetero y San Lorenzo… del Espíritu Santo.

Veremos, entonces, quién gana esta carrera cuadrera. La clave, se sabe, es tener suerte y un buen arranque. Con más matungos que puras sangres en la pista sólo queda cerrar los ojos… y darle para adelante, muchachos. Son apenas cien metros, y con un pescuezo alcanza.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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