martes 16 de abril del 2024

La dictadura de las rescisiones de contrato

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Debe ser muy complicado encontrar mejores dirigentes que los hombres que manejan los destinos de Vélez, o en todo caso un club que entregue servicios y prestaciones superiores a los que brinda la entidad de Liniers. Se podrá argumentar que Lanús tiene los mismos casilleros llenos y una línea dirigencial de óptimo nivel y que lo escolta Estudiantes de La Plata. Es cierto. Se dirá que River (hasta hace unos años), que Independiente (un tiempo atrás) o Ferro Carril Oeste (hoy intervenido y sin control de sus propios socios) fueron instituciones líderes en lo social y también en lo deportivo.

Vélez es, pues, el mejor. Es un club con enorme tarea social, con mucho trabajo educativo, federado en numerosos deportes no profesionales y además, exitoso en el fútbol de primer nivel. Es el último campeón, llegó a las semifinales de la Copa Libertadores, tiene varios jugadores en la Selección Argentina y protagonizó la gran transferencia del invierno: vendió a Ricardo Álvarez al Internazionale de Milán en 12 millones de euros, quedándose con el 10% para cobrar dinero de una futura venta.

Tiene, además, un presidente joven, capacitado, que no sueña con atornillarse a ningún sillón. Fernando Raffaini se irá cuando finalice su actual mandato. Y cuenta con un manager o director deportivo o como se le llame, Cristian Bassedas, nexo ideal entre cuerpo técnico y directivos, hombre de la casa, con la confianza suficiente como para poder ponerse de acuerdo y discutir con el técnico, Ricardo Gareca, otro fortinero de ley.

Este Vélez que tiene tenía todo atado y bien atado, con una cancha espectacular y el mejor predio de entrenamiento y concentración como la Villa Olímpica en Ituzaingó, no pudo contra la dictadura de las rescisiones de contrato. No pudo quebrar la lógica económica de Santiago Silva y su elemental contundencia. Pudo mantener al goleador uruguayo –con uno de los tres contratos más caros del fútbol argentino- pero con la confección de un contrato que contenía una cláusula de rescisión: 2,5 millones de dólares por una supuesta oferta de un club extranjero.

Silva -74 goles en 161 partidos oficiales- cumplirá 31 años en diciembre. La Fiorentina aprovechó que el libro de pases italiano cierra el próximo miércoles y puso el dinero sobre la mesa. Vélez había hecho el esfuerzo económico en el contrato de Silva, pero la cláusula le impide retenerlo. O en todo caso, Silva usa ese apéndice del convenio para irse. Y no hay manera de retenerlo.

Lo mismo pasó con Maxi Moralez, a pesar de que había una cláusula alta, de 8 millones de dólares. Atalanta, un equipo que alterna entre primera y segunda división italiana y arrancará el torneo penado con un descuento de 6 puntos por apuestas ilegales, pagó el dinero para la rescisión y se lo llevó. Vélez, ahí, tenía chance de traer un refuerzo porque el libro de pases argentino no había cerrado. Por eso llegó el uruguayo Ramírez. En el caso de Silva, no hay manera de sustituirlo.

La trampa de las distintas fechas de cierre de los libros, provoca la poca defensa de los clubes argentinos. En nuestro país, el 31 de julio. En Italia, el 31 de agosto. Vélez hizo una presentación para que se le permitiera contratar un sustituto del centro delantero oriental. Ahí radica la debilidad de las instituciones locales. No le dieron lugar al reclamo en tanto no fue una venta. Se lo soplaron, cláusula mediante.

La misma que tiene Racing Club, esperando e implorando que nadie haga uso de la cláusula de rescisión que posee el contrato de Teo Gutiérrez. Faltan pocos días, las chances son mínimas, seguro que sí. Pero la cuenta regresiva se mantiene, no desapareció. Vélez lo padece, a pesar de sus enormes, gigantescos méritos para mostrar su seriedad institucional. Se le fue Maxi Moralez y ahora se sumo su as de espadas, Santiago Silva. Y andá a cantarle a Gardel.