viernes 29 de marzo del 2024

Mala sangre

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“¿A quién alquilarme?

¿Qué bestia hay que adorar?

¿Qué santa imagen

atacamos?

¿Qué corazones romperé?

¿Qué mentira debo sostener?

¿Entre qué sangre

caminar?”

De ‘Mala Sangre’, segunda parte del poema en prosa ‘Una temporada en el infierno’ (1873). Arthur Rimbaud (1854-1891)

Daniel Vila, nuestro Juan de Borbón, rey de AFA en el exilio interno y aún sin llaves, anda con poca suerte. Hace años que invierte tiempo y dinero para que su Independiente Rivadavia de Mendoza forme buenos planteles. Lo probó todo. Ha contratado figuras y entrenadores prestigiosos, los aloja en bonitos barrios privados, les paga bien… Pero no hay caso. Ni siquiera logró mantener al equipo en la gris pero segura mitad de tabla. La cosecha de puntos es escuálida, el promedio empeora y lo del viernes ya fue el colmo. Se comió siete goles con Quilmes, un equipo sólido pero dirigido… ¡por Caruso Lombardi! Too much.

Por alguna razón, algunos dirigentes piensan que humillar públicamente a sus empleados sirve, digamos, como terapia motivacional. Hiriendo su orgullo, deducen, despertarán una furia mágica que los empujará hacia la victoria. “De la copa nos eliminó Barracas, un club que está dos categorías abajo y en el vestuario parecía que no pasaba nada. A mí me da vergüenza salir a la calle. “¡Lanús fue un equipo de casados contra solteros!”, explotó Nicolás Russo, su presidente hace un par de semanas.

Puede que tenga razón. Pero sucede que los jugadores y el cuerpo técnico se enteraron de sus íntimos pudores por la radio, al mismo tiempo que miles de oyentes. Una sensación… fuerte. Después, es cierto, ganaron dos partidos seguidos y quedaron punteros. ¡Ops! Parece que la fórmula del apriete funciona, en todas sus variantes. Qué buena noticia.

Todavía dolido por aquella frustrada Toma dela Bastilla, Vila, empírico como Hume, convencido de la “conexión necesaria” entre causa y efecto, salió con los tapones de punta después del triste 0-3 contra River. The Russo Therapy. Dos más dos: cuatro.

Entonces, lo dijo. Como cuando advirtió: “La Leyde Medios tiene una gravedad institucional sólo comparable al golpe de1976”. O cuando anunció, solemne, desde la vereda: “Soy el nuevo presidente dela AFA”. Sanguíneo o harto de tanta mala sangre, lo dijo.

“Me voy con vergüenza. Los jugadores no ponen lo que hay que poner. Me llama la atención su falta de ganas. Habrá que pedir dadores de sangre 0 positivo”.

Alentados por su certero diagnóstico, un grupo de especialistas en el tema sangre se hizo presente en el primer entrenamiento del plantel para aportar lo suyo. Los barras entraron por la puerta Sur del estadio sin problemas, como sus colegas de Nueva Chicago recorrieron a las patadas el Santojanni para asegurarse de que allí, efectivamente, se desangraba el asesino de uno de los suyos. El técnico Zapata suspendió la práctica. Corti, su ayudante, gritaba, indignado. “¿Quién los dejó entrar acá? ¡Un día, estos tipos van a matar a alguien!”. Tiene razón.

Falló. El doble apriete clausewitziano en movimiento de pinzas tuvo un efecto devastador en ese grupo a la deriva. Salieron a la cancha sin alma y el momento de la sangre llegó recién en la intimidad del vestuario, cuando varios se descargaron trompeándose entre sí. Zapata, impotente, hacía rato que se sentía afuera. Para Vila es un caballero, “pero no sabe escuchar”. A él, claro. Y, didáctico, explicó sus varios errores a la hora de formar el equipo. Ah… Menos mal que alguien que la tiene clara, ahí.

La sangre también es rito, ofrenda, valor. En Madrid les encanta contar que Alfredo Di Stéfano no transpiraba la camiseta: regaba los campos con su sangre. Ese sí que jamás necesitó transfusiones, aprietes, ni instrucciones de empresarios que fuman debajo del agua. Por algo es un prócer; un mito en vida allí, enla Casa Blanca.

Ramón Díaz también se hace mala sangre. Sobre todo si su equipo juega mal, pierde y no hace goles. Se sabe: en cuando a los hinchas les hierva la sangre, harán lo usual: pedirán su cabeza. Ramón, tan pícaro como su gran amigo Menem para desviar el eje del debate cuando la cosa viene mal, sorprendió con una salida original. “Yo estoy tranquilo. Es el periodismo el que está muy nervioso. ¡Quiere ver sangre…!”

Y dale con la sangre. Justo él, un ejemplo en asegurar el futuro de “la sangre de su sangre”; sus dos hijos: Emiliano (29 años, prematuramente retirado en 2010, parte del plantel campeón del San Lorenzo que dirigió su papá, hoy su ayudante de campo) y Michael (25 años, lateral zurdo que también festejó en familia en 2007). No Ramón. No queremos más sangre. Y menos después de esta maldita semana.

Me cae bien Javier Cantero. Elogié su valiente decisión de cortar relaciones con la sangrienta barra de Independiente. Parece buen tipo, honesto, hasta naïf en sus buenas intenciones. Virtudes que –escribí– desgraciadamente pueden provocarle más dolores de cabeza que fortalezas una vez insertado en un ambiente donde cualquier animal de paravalancha o de escritorio y attaché en mano se cree habilitado a decir o hacer cualquier porquería en nombre de “la pasión”.

Hace unos días el diario deportivo Olé hizo pública una factura de casi 10 mil pesos que el club, casi en quiebra, pagó por la confección de unas banderas para decorar la tribuna y contribuir al “folclore del fútbol”, esa vía muerta que suele llevarnos hacia cualquier parte. Un obsequio para… la barra. Ay. Cantero, en un gesto que lo enaltece, pidió disculpas. Aceptó el error y aseguró que no se repetirá. Ojalá. No soy tan optimista, lo admito. Pero no por él, justamente.

Por cierto: las banderas son hermosas. Tienen el clásico color del club, muy a tono con esta columna. Un rojo profundo, brillante.

Un rojo sangre.

Esta nota fue publicada en la EdiciónImpresa del Diario Perfil