viernes 19 de abril del 2024

El extraño caso del asesino de enganches

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“Es cierto que raramente confiamos en aquellos que son mejores que nosotros”. De ‘La caída’ (1956), de Albert Camus (1913-1960)

Impresiona. Julio César Falcioni tiene un rostro duro, sombrío, perturbador; una máscara tallada por un hachero descuidado, el sueño de cualquier agente de casting que filme un policial en Hollywood. Hombre de pocas palabras y discurso opaco, monocorde. En él se impone lo gestual. No debe ser una experiencia grata discutir con él.

No es de esos técnicos que enamoran a sus jugadores como Menotti o Bielsa. Para nada. Es famoso, justamente, por todo lo contrario. Sand, un ex dirigido suyo, aprovechó su llegada a Racing para pasarle una vieja factura: “Falcioni no me dejó nada. Lo tuve en Colón y debe haber sido el peor técnico que tuve en mi vida”. Lo mismo declaró alguna vez Bichi Fuertes: “Para colmo, como persona también deja mucho que desear”, sumó nafta al fuego.

Semejante inquina quizá permita entender un poco mejor aquella curiosa confesión del ex árbitro Javier Collado que provocó un escándalo hace tres años: “En un partido que dirigí noté que los jugadores de Colón jugaban sin ganas contra Nueva Chicago, como para provocar el despido de su técnico”. El técnico era Falcioni. El mismo que echó a Pusineri de Independiente y a Garrafa Sánchez, un mito de Banfield, porque no pensaba jugar con enganche. La misma película que con Riquelme, pero filmada por Roger Corman, rey del cine clase B.

Algo le pasó a este hombre. No se lo ve ni siquiera parecido a sí mismo en sus años mozos, cuando era titular en Vélez –en 1980 le atajó dos penales en el mismo partido a Maradona– y brillaba en América de Cali, Colombia, donde todavía lo consideran el mejor arquero extranjero de la historia. Allí jugó diez años, fue campeón seis temporadas seguidas, desde1982 a 1986, y hasta las chicas caleñas suspiraban por él: lo apodaban El Facha. Aunque –nada es perfecto– también sufrió junto a Ricardo Gareca, “La Maldicióndela Copa Libertadores”. Tres finales perdidas al hilo: en 1985 contra Argentinos, en 1985, contra River y en 1986 contra Peñarol. Igual Bilardo tomó nota de su nivel y lo convocó para integrarla Selecciónargentina que jugóla Copa América1989 de Brasil.

Fue una estrella lejana en un tiempo sin satélites ni internet. Se retiró en 1992. Después fue el silencio. Y un trabajo en las inferiores de Vélez. ¿Quién podía imaginarlo otra vez en la tapa de los diarios? Nadie.

En 1997 era entrenador de arqueros. Fue interino después de los despidos de Piazza, Eduardo Solari y Manera. La tercera, en 1999, fue la vencida y se quedó un año. Vuelta a empezar. Arregló con Olimpo en 2002, lo ascendió y lo mantuvo en Primera. El siguiente paso fue Banfield, un destino previsible para un DT sacapuntos estilo Caruso. Pero allí su campaña fue notable y lo clasificó para jugarla Libertadores. Unahazaña.

Su paso gris por Independiente pareció darles la razón a quienes lo veían como el clásico técnico de equipo chico. Hasta que su regreso a Banfield en 2009 cambió la historia. Fue campeón. Y lo llamaron de Boca.

Y en ese momento empiezan los misterios de novela negra americana, donde todos los personajes son oscuros, no sólo el asesino. ¿Por qué extraña razón Jorge Amor Ameal habrá aceptado renovarle a Riquelme por los cuatro años que exigía, mientras traía un técnico que nunca se llevó bien con los capangas de vestuario y jugaba un 4-4-2, sin enganche? Si alguien me lo puede explicar, se lo agradecería.

Jugar sin enganche es considerado un pecado mortal por la mayoría de los futboleros nativos amantes del buen juego, que a mí también me gusta, por cierto. Lo que sucede es que ese puesto es un invento argentino, como el peronismo o el dulce de leche. No existe en otro lado. Nuestro enganche es el virtuoso que espera con calma el momento de su solo mientras los demás músicos gastan partitura y tocan, sin parar.

Lo que aquí llamamos enganche, en Europa es el volante central que se suelta de la línea para iniciar la ofensiva, estilo Gerard, o Pirlo. Y corre. Aimar no era enganche en el Valencia campeón 2003: era mediapunta detrás de Carew, con Angulo y Vicente por las bandas. Nadie es enganche, salvo aquí y en Brasil, donde todo el mundo es enganche: Jair, Gerson, Tostao, Pelé, Rivelino, Lula… y Dilma también. ¡Salve Coca, Montillo y Botinelli, milagres do meu Brasiu!  OK: sé que aquí el enganche es sagrado. Me asumo como hereje, muchachos. ¡Por mi grandísima culpa!

El entrenador con porte de gánster de Chicago años 30 y el Enganche Melancólico no son gente fácil. Imaginar una convivencia pacífica entre ambos era ridículo. La cosa no estalló antes porque los dos negociaron. Riquelme quería jugar y Falcioni cobrar su contrato, así que se tragó el sapo del 4-3-1-2 y hasta simuló que le encantaba. El campeonato humedeció la pólvora por unos meses, pero todos sabían que al menor chispazo todo iba a explotar. Y explotó.

Aunque con un final sorpresivo. Uno imaginaba a Falcioni acribillado por San Román. Y fue al revés. Mucho debe haber tenido que ver Angelici, ex tesorero ahorrativo que hizo sus méritos como para presidir a Defensores de Macri. Hay rencores que no prescriben, se ve, y cuentas que se cobran más temprano o más tarde, con o sin Topo Gigio.

¿Cuánta vida le doy a Falcioni? Mmm… Lo que dure ganando. A la menor falla surgirá el grito de guerra: “¡Riqueeelme…!”, remake del “¡Orteeega...!” de los peores momentos de River o el “¡Viva Perón carajo…!” post Libertadora. Lo que no está ni bien ni mal, por cierto. Acá, me parece a mí, compatriotas, el problema es otro.

El que lo tenía claro era Miralles, el entrañable personaje que Joan Dalmau hizo en Soldados de Salamina, filmada en 2003 por David Trueba: “Lo peor que tienen las guerras, hijo, es que casi nadie sabe ganarlas con dignidad”.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil