martes 23 de abril del 2024

Ni con Dios de 9

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“Para usted yo soy un ateo; para Dios, una leal oposición”. De ‘Stardust Memories’ (1980), dirigida por Woody Allen (1935)

Racing es un club extraño, donde el presidente y el entrenador lucen como dos chicos de Tercera, jóvenes, sonrientes, con ese ímpetu arrollador que suele desbordar a quienes inician su camino por la vida. Por el contrario, muchos de los nuevos futbolistas del plantel parecen hombres maduros, ya hechos, con experiencia en la vida; gente capaz de tomar por el hombro a cualquiera de estos entusiastas novatos para darles un par de buenos consejos.

Lo bien que harían.

Lo ignoro todo sobre Cogorno. Sé que tiene, o tenía, un cargo en la AFIP, y que de la nada apareció como el candidato de la lista de Rodolfo Molina, el ex presidente del bajo perfil y la cara de curita bueno. La oposición, o lo que queda de ella, jura que el club es un desastre. Pero nada de ese infierno se refleja en los medios. Es cierto que desde la Supercopa 1988 Racing se resignó mansamente a no ganar –una vez más obviaré piadosamente el título de 2001 festejado cuando el club era una S.A. y el país una mezcla de nouvelle noire, sainete criollo y Vietnam–; pero es evidente que, desde la huida de Blanquiceleste, han funcionado alejados de sus caóticas crisis, gozando de una sorprendente tranquilidad institucional.

Sus campañas amagaron… y siempre se quedaron ahí; los jugadores que llegaron defraudaron, adentro de la cancha o afuera, y sin embargo Racing, lejos de estallar, redujo notablemente su capacidad de ridículo y/o vergüenza ajena, superado por otros nuevos competidores. River, San Lorenzo –un pueblo lleno de fe que ruega por el regreso del Mesías de la calle Olleros–, y hasta Defensores de Macri, justo ganador de la Copa Argentina, que intenta recuperar su postura hegemónica y por ahora zafa, mientras debajo de la mesa sigue activada, tic, tic, tic, la bomba Riquelme, parado como los vagones del subte.

No me haré el distraído. Todo el mundo “sabe” o intuye que, detrás de esta pacífica conducción académica, está Máximo Kirchner; o sus amigos; o sus socios; o el Club de Admiradores de Javier Cámpora. Puede ser. Sólo así podría comprenderse la enorme facilidad con la que Molina –que siempre negó que sus inversores tuvieran relación con el Gobierno– aniquiló a sus posibles competidores y –como el Putín de Racing– se dio el lujo de ir como vice de un chico, en un club históricamente muy politizado.

La Copa Argentina no le importó a nadie, hasta el miércoles. A mí me encanta que se juegue, como en Europa. Sirve. Para que los clubes de todo el país participen y para que, de tanto en tanto, algún club humilde meta un batacazo y humille a un poderoso. ¿Recuerdan Alcorcón 4, Real Madrid 0 en 2009, por la Copa del Rey? Y me gusta más todavía cuando escucho a ciertos colegas, porteños como yo, que se burlan de ella y la llaman “La Copa Melba”.

No es raro que pasen estas cosas en un país que llama “interior” a todo lo no sea Buenos Aires. ¡Interior de qué! ¿Puede haber una “idea” más agresiva y estúpida de país? Bueh, así son las cosas en esta tierra de paradojas donde los unitarios más fervorosos han sido todos… ¡nacidos en provincias!

Mejor volvamos al partido. Antes, hubo una ceremonia. Infinita, con esas figuras doradas que corrían de aquí para allá para formarle el solcito a la bandera. En fin. Después de tanto show patriótico, ¡Lunati! Una bendición: si el partido salía malo, al menos su gestualidad a lo Sordi podría salvarlo. No hizo falta.

Racing jugó un ratito y entró en pánico al final. ¿Qué tiene? Vendido Viola, a Hauche, un delantero que perdió la confianza pero seguro no se olvidó de jugar. En el medio, pisan fuerte Pelletieri y Villar –el primer jugador con barba que recuerdo desde Villa; Castelló y el Checho Batista–, un buen jugador, inteligente: un lujo para este nivel de cabotaje. Lástima que por ahora Camoranesi, un jugador de notable trayectoria –ningún “bidone” juega en la Juve o gana un Mundial con Italia–, está a kilómetros del que supo ser. La sorpresa es Centurión; una cruza entre el mejor Di María y el peor Teo –salvo que la pistola con la que posa orgulloso en internet sea de chocolate– que por ahora encara y se atolondra en similares proporciones. Y arriba… ¡Dios!

Todos tenemos nuestras frases fatales: “El que apuesta al dólar pierde” de Sigaut; “¡Felices Pascuas!” de don Raúl; “El que puso dólares recibirá dólares” de Duhalde. OK: Zubeldía dijo, en un arranque místico: “¡Sand es Dios!”. Ay.

En su primer partido erró dos penales. Y en la final estuvo tan lento que perdió en dos piques: uno contra Schiavi, y el otro contra la tortuga perdida de James Cheek, que todavía vive. Su caso es opuesto al de Teo: se trata de un “rechazo a primera vista”. Quizá porque el hincha de Racing tenga grabada su amplia sonrisa cada vez que los embocó. ¡Porque Sand les hizo goles hasta en Arabia! Habrá que tenerle paciencia. Así son los goleadores. Aunque para ser aquel de Lanús, no le vendrían mal Valeri, Seba Blanco o Lautaro Acosta, ¿no?

“Para Racing, la Copa Argentina es todo”, dijo Cogorno en la previa, ensimismado. ¿Será hoy “la nada” el pobre Racing, Santo Sartre?

No es para tanto. En el arco sigue el señor Saja –sin él pelearía el descenso como sus vecinos– y en el banco el pibe Zubeldía, un estudioso que, sin embargo, cuando las papas quemaban, hizo la más fácil: metió cuatro puntas –Sand, Viola, Cámpora y Hauche– ¡y a la carga Barracas! Partió el equipo en dos, entregó el medio y no se comió cinco de casualidad.

Si para Cogorno era “todo”, para Boca esta Copa es un sorbito. Un premio consuelo. Tiempo. Unos días de paz para Falcioni y el Rey del Bingo, salvo que hoy, con Tigre, pase algo raro en la Bombonera.

No hay caso, compatriotas: el mundo es cruel con los de abajo.

Vaya novedad.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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