viernes 29 de marzo del 2024

Puerta de Hierro en Don Torcuato

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–Estas tragedias pasan porque usted es demasiado bueno: porque no ha querido darles a los culpables su merecido.

–…Y sacarlos a patadas del movimiento –completó Rucci.

–A patadas –aceptó el general.

Tomás Eloy Martínez (1934-2010); de ‘La novela de Perón’ (1985)

No sé para qué me vendaron los ojos si todos saben en qué barrio privado de Don Torcuato vive el líder. “Quiere verlo ya”, escuché antes de caer en el asiento trasero de la camioneta. “¡A la Quinta, vamos!”, ordenó una voz ronca que me pareció conocida. Me sentía en Madrid, rumbo a Puerta de Hierro para ver al Perón del exilio. Se los dije. “Un líder siempre es un líder”, contestó, críptica, la voz. ¡Por fin conoceré la mítica Puerta de Gigio!”, bromeé para romper el hielo. No funcionó. “Cierre la boca, Asch, que el horno no está para bollos”, me advirtieron. Obedecí. El silencio se hizo espeso.

Llegamos. Bajé con dificultad y tropecé mil veces. Recién me quitaron las vendas en un amplio salón. Allí estaba, Juan Román Riquelme, como Perón, detrás de un escritorio.

Lo secundaba su plana mayor: el Chelo Delgado y Hugo Ibarra, dos históricos del Movimiento, uno con el mate, el otro con el termo. En una segunda línea, Clemente –que no podía resistirse y a cada rato se levantaba y pasaba por detrás del líder–; Viatri, por la Agrupación “La 9”; Ledesma, Rivero, Sánchez Miño y Erbes, líderes de la Resistencia Interna; Javi García, Matías Giménez y Seba Sosa por el Riquelmismo en el Exilio y Paredes, líder de “La Topo Gigio 8 de abril”, agrupación juvenil que conmemora la creación del célebre festejo frente al palco de Macri en el superclásico del 2001. Pasó, veloz y furtivo, el Jefe de Prensa y Difusión, un pelado de barba canosa que no pude reconocer. “Nunca estuve acá, ¿estamos Pucho? Seamos buenos entre nosotros”, dijo, antes de desaparecer.

“Póngase cómodo. Mi hermano graba un spot para las bases y lo atiende”, me dijo Sebastián, el del célebre tweet que adelantó la catástrofe antes de la final contra Corinthians.

¡Tac!, sonó la barrita de madera contra la claqueta, en la que podía leerse: “Escena 4, Toma 2: “Riquelme: actualización doctrinaria para la toma del poder”. ¡Acción!, ordenaron.

–Compañeros: todos conocen el estilo de fútbol que me hace feliz. Cuando jugaba, sentía que si el equipo jugaba mal era por mi culpa. Y ahora que no estoy, me pasa lo mismo. Soy bostero y quiero que el pueblo bostero sea feliz. ¡Basta de aburrimiento, injusticias y tiranía! Si nos provocan, sonará el escarmiento. Y por cada uno de los nuestros… ¡irán al banco cinco de ellos!

El salón estalló, como en la cancha: ¡Riiiqueeelmeee…!”. El agradeció con un leve movimiento de su cabeza. “¡Corte!”, gritó otro. Se imprime.

–Mi General… –dije solemne, y estiré el brazo para estrechar su mano. Eso lo divirtió.

–Mi General mandó, je. Usted es Asch, el que rompe las pelotas llamándome Enganche Melancólico, ¿no? ¡Cómo se nota que no sabe nada de fútbol, eh! ¿Es hincha de Racing? Bueh, eso lo disculpa un poco. Les gané siempre, hasta con Tigre, en la B. Era chico pero me acuerdo.

–¿Me trajo para gastarme? ¿Por qué no habla de la interna en Boca? ¿No va a parar nunca eso? Falcioni resultó más duro de lo que creía.

Sonrió, irónico y suspiró. Me miró con cierta piedad.

–No se confunda. Esa batalla está definida. Esto es fútbol. No se puede ganar siempre: el rival también juega. Mi gente no mató a nadie, solo no está en su nivel. Pasa. Muy pronto Falcioni y su 4-4-2 serán historia. Me preocupa el futuro. Angelici solo tiene ojos para mis enemigos. No dejaré que asuman el poder esos mellizos quilomberos.

–¿Y usted? ¿Va a volver?

–A Boca, no. Tengo palabra. Jugar es fácil, lo difícil es conducir. El próximo torneo nos encontrará unidos o dominados, Asch. Solo la organización vence al tiempo.

–Mmm… Me parece haber escuchado eso antes. Pero, ¿por qué me cuenta todo esto a mí, si usted tiene a sus periodistas amigos?

–Porque es raro; no es del palo y mezcla mentira con verdad. No se ofenda pero no me parece serio lo suyo. Cuente todo, que igual nadie le va a creer.

–Son estilos Román. Usted tiene el suyo, también. Por cierto: es obvio que Schiavi tampoco banca a Falcioni. ¿Está con ustedes?

–(sonríe) Al enemigo hay que tenerlo cerca, Asch. Es pura coyuntura. Su plan es volver con la Troika Palermitana, con el Pato Abbondazieri. No lo lograrán.

–No la tiene fácil. ¡Falta que llamen a Maradona!

–¡Ni en chiste lo diga...! Le pediré un gesto patriótico a Bianchi. Lo que el movimiento exige es alguien que respete nuestra línea (mira al grupo y levanta la voz) ¡Enganche o muerte…!

–¡Venceremos! –contestan todos, con el brazo en alto– ¡Riiiiiqueeeelmeee…!

–¿Es cierto que su gente le esconde las pastillas para los nervios a Silva, le remplazan el champú anticaída de Somoza por uno berreta y le achican la vincha a Erviti para que le duela la cabeza?

–Por favor…Soy un león herbívoro; estoy descarnado, Asch. Jamás le haría daño a nadie. Me fui para evitar males peores. Concentrar es un embole y a veces los pibes hacen travesuras. Es normal. Pero siempre les digo: ojo que en la cancha todos son amigos. Bueno…

Román se había levantado y eso quería decir que mi tiempo había terminado. Charlé con él un rato más, mientras volvían a vendarme.

–¿Sabe por qué se llama Don Torcuato su barrio?

–Ni idea. ¿Por?

–Porque acá murió Marcelo Torcuato de Alvear, el aristócrata radical que era adversario interno de Hipólito Yrigoyen en la UCR. Por eso sus seguidores fueron llamados “antipersonalistas”. ¿No es paradojal?

Riquelme se quedó mirándome, algo desconcertado. Gracias a su silencio y la súbita oscuridad de la venda, noté que en el ambiente sonaba un tema de Rodrigo y eso, claro, me recordó a Falcioni y todo lo que se juega contra Belgrano, en Córdoba.

Más que un partido de fútbol, otro laberinto borgeano.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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