martes 19 de marzo del 2024

El delicioso peso de ser un Riquelme

Diego juega en la Primera de Almirante Brown; Sebastián, en la Séptima de Argentinos: los dos son enganches, igual que Román, al que idolatran y copian.

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—Gastón saca fotos. No juega a nada.

Cacho, el que le hace la aclaración a PERFIL, es el padre de diez hijos. Diez. Y la marca de un apellido que lleva ese número como símbolo de la camiseta: Riquelme. De los cinco varones, el único que salteó la posibilidad de ser crack fue Gastón, el fotógrafo. Chanchi llegó a jugar en la Primera de Platense, hasta que, según su padre, “se cansó”. Los dos hermanos de Román que no abandonan la causa son Diego y Sebastián; dos enganches, dos que vistieron la camiseta de Argentinos en inferiores, dos que siguen jugando. Los dos que intentan parecerse a Román. Al más diez de los diez.

En la tribuna. Sebastián estaba nervioso. Para él, no era un día cualquiera. El 4 de octubre pasado fue a verlo el hincha del que es hincha: Román estuvo en la Villa Olímpica de Vélez para ver a la Séptima de Argentinos, en la que juega su hermano varón menor. De jeans, remera y gorrita, sonrió con el gol de Sebastián, el del empate parcial. Después, Argentinos lo ganó 2 a 1. Román lo miró en silencio. Quiere que su hermano sea feliz.

El que nunca deja de ir a verlo es Cacho. El padre no se calla: “Yo le rompo un poco las bolas”. Es su estilo. Marcarlos. Contaba Román que, cuando era chico, mientras gambeteaba se le caían las lágrimas. Sentía la presión de afuera. Afuera estaba Cacho. “Lo hago para que mejoren”, se justifica el hombre que podría jactarse de su fábrica de enganches; cuatro de sus hijos jugaron alguna vez en esa posición, en algún club de AFA. El apenas llegó a jugar en el barrio, en campeonatos en los que la vuelta olímpica se traducía en plata.

“Seba es rápido y gambeteador”, lo pinta el padre, que se queja de cómo forman a los jugadores ahora: “Les piden que corran y no que piensen. El único que puede darse el lujo de jugar sin correr es Román. Pero porque es Román. Se lo aclaro a Sebastián y a Diego para que lo tengan claro. Si no en este fútbol no les van a dar lugar, juega el que más corre”.

La sombra. Diego es cerebral, le gusta jugar libre. Alguna vez convocado a la Selección juvenil, no logró aún tener nombre propio. Apenas llegó a Almirante Brown –todavía no debutó como titular–, lo consultaron por Román; mientras el acuerdo entre él y el club de Isidro Casanova era “de palabra”, se había instalado una versión: que el ídolo de Boca podía sumarse al equipo dirigido por Blas Giunta. El tercer Riquelme varón sonrió cuando escuchó el rumor. Al final, un periodista partidario lo conminó a contestar si estaba feliz. Necesitaba experimentar la sensación de estar frente a Riquelme. Con el otro Riquelme.

“Lo vamos a llevar de a poco”, suelta Giunta. Hasta acá, el enganche jugó 114 minutos. Su primera vez fue en la séptima fecha contra Gimnasia en Jujuy (derrota 0-1) y desde entonces sólo no fue convocado contra Sarmiento, cinco jornadas después. Contra Boca Unidos y Huracán fue al banco, pero no ingresó. Tuvo minutos, además del debut, contra Gimnasia de La Plata, Central, Merlo y Banfield.

Amando al ídolo. Juegan de diez pero ninguno de los dos lleva ese número en la camiseta. Quizá para que el peso de la herencia no sea tan grande. Los rivales suelen recordarles quiénes son; es la chicana.

“Sebastián tiene que creérsela”, le dice a este diario Hugo Tocalli, coordinador de las divisiones inferiores de Argentinos Juniors. El ex ladero de José Pekerman le ve “pasta”. Aunque aclara: “Tiene buenas condiciones pero no debe ser caprichoso y entender cuándo largarla. Y se tiene que dar cuenta de lo que es capaz de rendir”. Por Twitter, Sebastián escribió: “Román es mi maestro, mi ídolo”.

Cacho los sigue adonde jueguen. “Diego ahora se dio cuenta de que es difícil”, señala. Además del talento, “hay que tener suerte”, dice el padre de las criaturas. Los dos diez que hoy están en actividad son derechos, como el mayor de los hermanos Riquelme.

Cuenta Cacho (nadie le dice Ernesto en la familia) que habla mucho de fútbol con Román. “Con los otros, no tanto”. Los va a ver siempre, pero en las charlas familiares evitan hablar sobre el juego en sí.

El crack que todavía no decidió si seguirá jugando es el espejo. La referencia ineludible. Sebastián habló la semana pasada con el sitio Radiogol.com.ar: “A mí me da igual si vuelve a jugar. Yo lo vi jugar toda la vida, pero prefiero que juegue conmigo, en el patio de casa”, comparó. Tocalli sabe de la admiración y del contagio que Román provoca en el chico: “A veces lo veo en la práctica y lo cargo cuando no corre. Le digo que el único que puede hacer eso es Román”.

Hace cuatro años, cuando todavía estaba en la Sexta de Argentinos, Diego le dijo a Olé: Mi viejo me dice que me conozcan por Diego, no por Román. Pero ser lo que es Román es medio difícil. Yo soy el hermano y cuando voy a la cancha me sorprendo, siempre hace algo nuevo. Con ser un cuarto de lo que es Román ya está”.

Diego es seis años mayor que Sebastián, pero igual vive atado al botín derecho de su hermano más grande. Y si no es por él, experimenta esa metáfora por los demás. Aquel periodista partidario de Almirante Brown, también, le preguntó si le pesaba el apellido. Diego, que agachó la cabeza en un gesto de resignación, se sinceró: “Sí, mucho. Pero a mí me pone contento, estoy orgulloso de mi hermano”.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.