viernes 19 de abril del 2024

Jugar al fútbol entre misiles y alarmas

Tres argentinos que viven en Israel le contaron a PERFIL cómo es la vida cotidiana en una región donde el clima bélico es tan natural como un gol.

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El sábado, Carlos Chacana tuvo el día libre: el partido que su equipo, el Hapoel Ramat Gan, debía disputar ante el Hapoel Beer Sheva había sido postergado. Entonces, decidió ir con uno de sus hijos hasta Tel Aviv a ver otro choque de la Liga israelí, el duelo entre el Macabi y el Bnei Yehuda. Pero diez minutos antes del comienzo, el sonido de las alarmas antimisiles lo hizo entrar en pánico. Agarró a su nene y salió corriendo a buscar un refugio. Lo encontró en las afueras de la cancha y se quedó allí, hasta que todo se tranquilizó.

Chacana nació en Tucumán hace 36 años y está en Israel desde 2003. Es la primera vez que siente tan cerca la disputa entre estos dos mundos. “Esta vez nos asustamos porque no pensábamos que las bombas podían llegar a Tel Aviv. En 2004 viví en Ashkelon, que está a 40 kilómetros de Gaza y la pasé bien, estuve tranquilo. Acá, el fin de semana escuché las alarmas por lo menos tres veces. Una fue en la cancha y las otras cuando estaba entrenando. Incluso los antimisiles salieron desde cerca de donde yo estaba y los vi explotar en el aire. Fue muy fuerte: sentí una vibración, vi una bola de humo en el aire. Es algo que no podés predecir. Y menos uno que no está acostumbrado”, cuenta desde Ramat Gan, una ciudad que está a cinco minutos de Tel Aviv y donde lleva ya seis temporadas.

Chacana es uno de los siete argentinos que milita en la Premier League israelí, que continúa su marcha en plena ebullición del conflicto.

La tranquilidad que vive en Tel Aviv es lógica: se trata de una ciudad que estaba un tanto desconectada del foco de enfrentamiento. Al menos hasta el viernes pasado, cuando un cohete lanzado desde Gaza cayó al mar, sin causar heridos. En la semana las alarmas sonaron. Y el martes hubo un atentado a un colectivo que dejó más de 20 lastimados.

Chacana eligió Israel porque le gustó la idea. A él y a Priscila, su mujer, que es judía. Viajaron allí con Igor, su primer hijo, quien falleció el año pasado a causa de una leucemia. Allá tuvieron otros dos nenes: Tiziano, de 8, y Ronen, de 6.

Carlos explica que está muy agradecido al país por cómo se portó la gente frente al dolor que vivió. “Además, en el día a día estás protegido. Mis nenes van a jugar al fútbol al frente del edificio donde vivimos y lo hacen solos. Hacemos una vida normal”, cuenta. Y deja su opinión sobre el conflicto: “Tildan de mala a la gente israelí, pero el odio está de los dos lados. A mí me duele ver gente indefensa que muere”.

De Arrecifes. Joaquín Galván es el amigo al que Chacana fue a ver. Tiene 27 años, nació en Buenos Aires y juega en el Bnei Yuda desde 2008. Vive en Tel Aviv y también se asustó. La habitación-refugio en la que ponía los juguetes de sus hijas y todo lo que le sobraba tuvo que ser modificada: ahora, el cuarto del pánico, como lo llama, tiene colchones, botellas de agua y algo de comida. Y comenzó a usarlo. “El viernes pasado escuchamos una explosión grande. Escuchamos la bomba. Salí del edificio y vi gente en pánico, un chico gritaba que había sido en Tel Aviv. Después sonó otras veces, hasta una o dos por día. Teníamos un minuto y medio para cerrar las ventanas y meternos los cuatro ahí”, detalla.

Galván se refiere a su esposa, Pamela, y a sus mellizas, Sofía y Clara, de dos años y medio. Después de cinco años en la ciudad, la situación lo sorprendió: “Este debe ser uno de los países más seguros, yo nunca había sentido miedo. Igual, pese a lo que pasó, la gente seguía haciendo vida normal, para ellos esto es natural. Nosotros sentimos un pánico feo. Porque te avisan con las alarmas, pero vos no sabés si va a caer o no y tampoco dónde”.

Cuando ocurrió el ataque al colectivo, Galván estaba entrenándose: vio pasar varias ambulancias y autos de policía e intuyó que algo había pasado. Dice que sólo pensó en irse de Israel en esos momentos de temor. Ahora está más tranquilo porque se firmó la tregua. “Jugué con judíos y con árabes y nunca tuve problemas. Este es un lugar muy loco y con gente muy fuerte mentalmente. Los dos pelean por lo que creen”, cierra.

En el norte. David Solari, uno de los hermanos de Santiago, se sumó este año al Ironi de Kiryat Shmona, una ciudad de 30 mil habitantes, con montañas y mucho verde. El argentino está en el lado opuesto a la zona del conflicto, con lo cual no escuchó sirenas ni tuvo que usar el refugio que tiene a unos metros del departamento en el que vive. Igual sabe que hace unos años hubo misiles desde la frontera con Siria.

En estos días viajó a Tel Aviv a hacer el tratamiento por la lesión que lo tiene fuera de las canchas desde hace tres meses (rotura de ligamentos cruzados de la rodilla) y allí vio otra atención: había carteles con indicaciones sobre dónde resguardarse en caso de que sonaran las sirenas. “Yo quiero estar en un lugar donde el Estado me proteja y la realidad es que la forma en que me defiendan no la puedo decidir yo. A mí no me gusta que caigan misiles, como tampoco les gusta a los que viven en Gaza”, explica. Y agrega que si por él fuera se quedaría a vivir ahí: “Estuve en muchos lugares del mundo y éste me sorprendió. Es un país hermoso para vivir. Y es seguro. Yo no me desespero por esto que pasa, pero quiero que haya paz”.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil