martes 23 de abril del 2024

Hay gorro, bandera y Nietzsche

442

“¿Queréis un nombre para este mundo? ¿Una solución para todos los enigmas? ¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!”.

Friedrich Nietzsche (1844-1900); de ‘La voluntad de poder’, aforismo, 1067.

Ignoro si Passarella, Ramón Díaz, Angelici o Bianchi leyeron a Nietzsche, pero en pocos días actuaron como impulsados por dos de las ideas más potentes de su pensamiento. Una de ellas, la voluntad de poder. Pues, para don Friedrich, lo que se detiene muere. Para vivir una existencia auténtica es imperioso que el hombre no detenga jamás su ambición. El mito del eterno retorno es más difícil de resumir en un par de líneas. Lo intentaré con un ejemplo casi matemático. A ver. Si la cantidad de fuerza que existe en el universo es finita y el tiempo infinito, el modo de combinar esa fuerza para vivir nuestras experiencias será necesariamente finito. Por lo tanto, una combinación finita en un cuerpo infinito está condenada a ser repetida, una y otra vez.

En fin. La cosa es que allí están. De regreso y con poder. Uno en River, el otro en Boca. Quizá Ramón, a quien Aguilar no le renovó el contrato en 2002 “por grasa”, tenga sed de revancha y quiera borrar sus últimos tropiezos en San Lorenzo e Independiente. Pero ¿y Bianchi? ¿Qué fuerza lo impulsó a dejar el bronce y descender al barro de la competencia?

Passarella y Ramón no se quieren. Mucho se habló sobre ese distanciamiento. Celos, envidia, esas cosas. En la euforia del regreso, Díaz aclaró que esa pelea nació por “una pavada” en 1995, cuando Passarella se fue a la Selección, él asumió en River y despidió a todos sus colaboradores para poner a su gente. Mm… intuyo que a esa novela le falta algún capítulo, muchachos.

¿Por qué Passarella recurre a un hombre que detesta? Para dejar a la oposición que espera las próximas elecciones para saltarle a la yugular sin su principal bandera. Una jugada muy hábil. Passarella, parece, piensa bastante mejor de lo que lee. Ramón Díaz será su escudo. Si su buena estrella funciona como antes, irá por la reelección y hasta intentará que la gente olvide el descenso. Eso es pura voluntad de poder.

Daniel Angelici se hizo rico con el juego y no tiene el acento paquete de Federico Pinedo o Gabriela Michetti. Pero tiene carácter, planea hacer carrera política en el PRO y no quiere que lo vean como un pelele de Macri. Por eso, quizá, sobreactuó aquella furiosa mirada sobre Riquelme la noche de la final perdida en San Pablo contra Corinthians cuando todos sabían –por el Twitter del hermanito– que ése sería su último partido. No le salió. Le falta, todavía. Debería repasar el video de Maradona en el San Paolo mientras silbaban al himno en el Mundial 90. Aquel “¡H-i-j-o-s de p-u-t-a!” mudo merecía un Oscar.

El sainete riquelmeano, su “estoy vacío”, “no tengo más para dar” debe haber sonado en sus oídos como la más maravillosa música. Pero en Boca, se sabe, Perón es Bianchi. El pésimo partido final de Falcioni en la Bombonera y la foto que circuló unos días antes, en la que se los veía juntos, fue fatal. Y provocó un 17 de octubre. Vox populi, vox dei. Aunque el Gran Jefe lo odie, Angelici trajo a Bianchi. ¿Por qué? Por voluntad de poder. De ambos, y también de Macri, que sabe que sin la plataforma de un Boca exitoso sus chances para 2015 se reducirán dramáticamente. Con Bianchi, y hasta con Riquelme, habrá que ganar.

Ramón y el Virrey trabajarán sobre campo minado. Si todo va bien, habrá sido una jugada genial. Si no, rodarán cabezas y se hablará de decadencia y de los años. Estaremos más pendientes de esa apasionante historia que de lo poco y malo que se ve en las canchas.

Javier Cantero es un caso raro. Funciona como el opuesto perfecto. Se nota que no llegó a presidir Independiente impulsado por una irresistible voluntad de poder nietzscheneana –aunque honró el mito con el retorno de Gallego– sino como un tipo común, harto de ver cómo saqueaban el club. La gente le creyó y lo votó, para sorpresa de muchos. En su lucha contra la barra está solo: la mayoría de los colegas que lo apoyan con frases políticamente correctas, pactan. Pero él, lo sepa o no, no abandona.

Su inexperiencia lo llevó a cometer varios errores en su primer año de gestión. Hizo lo que pudo con el desastre que dejó Comparada, pero en lo deportivo le fue mal. Quedó al borde del abismo, y eso puso nerviosa a demasiada gente. No será fácil. Haber invitado a la cancha a Julio Grondona –histórico del club pero hoy presidente de AFA– fue una idea desafortunada, sobre todo en medio de la pelea por el descenso con otros clubes afiliados.

Según contó, encontrarse con Moyano, un ex rival en las urnas, “fue una de las decisiones más acertadas que tomé”. También disfrutó su encuentro con Daniel Grinbank. “Es gente que quiere ayudar”, aclaró, muy open mind. No fue tan amable con su ex colega Andrés Ducatenzeiler –a quien Grinbank ayudó en 2002–, que había denunciado un “complot de la AFA”. No sólo lo desmintió, sino que fue mucho más allá: “Yo estoy bajo el ala de Grondona”, confesó, sin falsos pudores. ¡Wow! Ese sí que debe ser un lugar acogedor. Por ahí pasaron casi todos.

Los que le dan vía libre a la barra para sus negocios y después la usan para apretar gente y organizar actos. Los que dibujan balances y ahora le palmean la espalda y reivindican su cruzada moral. Los que sostienen el sistema que él vino a desafiar –quizá sin saber bien dónde se metía– y que se le acercarán, sonrientes, justo cuando el agua le llegue al cuello.

Como alguna vez escribió Shakespeare, “hay puñaladas en las sonrisas de los hombres y, cuanto más cercanos, más sangrientos”.

Ojalá se salven, Javier, que no quiero quedarme sin mi clásico. Pero por favor le pido: no se fíe ni de su propia sombra.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

En esta Nota